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¿Libertad para qué? ¿o para quiénes?
El liberal-conservadurismo y el auge del fenómeno
neoliberal-libertariano en la Argentina

                  

                                                                                                          Rodrigo J. Soto Bouhier

 

Profesor y Licenciado en Historia (UBA). Docente en las asignaturas Sociología e Historia Económica y Social General en el Ciclo Básico Común de la UBA y Ayudante de Primera de la asignatura Historia de los Sistemas Políticos en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). También es miembro del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, formando parte del Comité Académico Organizador del XX Congreso de la FIEALC.

                                             ORCID. hptts://orcid.org/0009-0001-6502-3372. Correo electrónico: profrsotouba@gmail.com

                                                                             Introducción

 

     Desde el retorno a la democracia en 1983 Argentina ha experimentado un rebrote del consenso liberal en las esferas de la política, la economía y la cultura. Un paradigma que, entre muchas de sus aristas, ha estado signado desde los noventa en adelante por el neoliberalismo y otras malezas liberales. A esto se le suma un recrudecimiento de la violencia y el extremismo en el discurso cotidiano, alimentados por el desempleo, la crisis económica y un evidente desgaste general de las coaliciones y partidos políticos nacidos, revenidos o bien edulcorados desde el 2001 en adelante. Este proceso se condice, además, con la creciente capitalización de la rebeldía y la juventud en manos de sectores de la derecha política. Más o menos radicalizada, esta ha conseguido en el lapso de dos décadas – aproximadamente – disputarle a la izquierda su lugar como inquisidor de las problemáticas propias del ciudadano de a pie.

    Si bien las derechas constituyen una amplia amalgama de grupúsculos, asociaciones, think tanks, intelectuales y partidos políticos, a grandes rasgos podríamos diferenciarlas en derechas nacionalistas, conservadoras y liberales. A este respecto, cabe aclarar, las diferentes manifestaciones de las derechas no son homogéneas e imperturbables a lo largo del tiempo. Estas se mezclan, hibridan, dialogan y transforman – a veces al margen, a veces no – en el espacio público y allí donde se construye el conocimiento. Siempre han disputado, ya sea a la izquierda o entre ellas, el espacio político y la instauración de una narrativa propia. La cimentación de un consenso de derechas, sin importar su mixtura, han acompañado siempre los diferentes procesos políticos y económicos en la Argentina y el mundo en general.

    En el presente trabajo se realizará un recorte de las derechas enfatizando en la familia política del liberal-conservadurismo argentino, enfatizando en sus vertientes de corte neoliberal y libertaria. El motivo de ello radica en su fuerte vigencia en el panorama nacional y su cada vez más notorio acercamiento a los denominados nacionalpopulismos de derecha. Como sucede, por ejemplo, con la figura más referencial del espectro libertariano argentino, Javier Gerardo Milei.

 

 

 

 

Definiendo el liberal-conservadurismo

 

      Si bien el liberalismo y el conservadurismo refieren a dos tradiciones políticas que a simple vista resultarían antagónicas, lo cierto es que ambos “ismos” poseen una prolongada relación – articuladora, refractaria, contradictoria – que se remonta, prácticamente, al momento mismo de su surgimiento (Ashford y Davies,1992). No obstante, la conjunción entre las mencionadas corrientes que sentaría las bases del pensamiento liberal-conservador puede rastrearse, en primer lugar, a los aportes de Edmund Burke en Gran Bretaña; y, en segundo lugar, a los doctrinarios franceses, que darían forma a un corpus teórico capaz de equilibrar − no sin dificultades y contradicciones – liberalismo y conservadurismo (Vicente, 2014, pp. 83-84). Los puntos de contacto, diálogo y conflicto que se irán entretejiendo en esta nueva línea política, pues, observará un interesante imbricamiento entre las nociones de libertad y orden.

     Retomando los aportes de Vicente (2014), en el liberal-conservadurismo se antepone la idea de orden por sobre la de libertad, buscando en la formulación republicana un modelo capaz de preservar el delicado equilibrio entre ambos conceptos. Aleja entonces la confianza en el sujeto, propia del liberalismo, y de la estricta remisión a lo pretérito, propio del conservadurismo, adoptando con ello una idea ordenancista para el desarrollo de la libertad. Por tanto, para el liberal-conservadurismo, será la división entre mejores y peores, ausente en el liberalismo clásico y configurada mediante una antropología negativa que trasciende los argumentos teocéntricos del conservadurismo, lo que le permite realizar una relectura del ideario de virtud republicana (Vicente, 2014, pp. 90-91). En este sentido, se estaría abordando lo que Morresi (2008) define como un segundo modelo de liberalismo o liberalismo moderno, al que algunos estudiosos llaman “social”, “igualitario” o “ético”, aunque amalgamado ya con fuertes valores conservadores. Modelo que echó sus raíces en pensadores como Georg Hegel y Alexis de Tocqueville, consiguiendo un cariz más acabado con el utilitarismo de John Stuart Mill, y se distinguiría del liberalismo clásico por considerar a la democracia como algo inevitable y, con ella, la desconfianza a un nuevo actor en alzas: las clases populares.

    Dicho rasgo paternalista, receloso de las masas y su creciente participación, se expresaría en regímenes censitarios y oligárquicos que, en el caso argentino, tendría en el Orden conservador uno de sus máximos exponentes. Mas, para lo que nos atañe, se deberá pasar de la segunda mitad del siglo XIX a la primera mitad del XX, específicamente al período de entreguerras. Allí el pensamiento liberal perfilaría una nueva faceta, a la que el mismo autor acuña la terminología de liberalismo contemporáneo o neoliberalismo. Éste, así como ocurrió en su momento entre el primer liberalismo y el segundo, se presenta como una opción contradictoria con el modelo liberal moderno, en el que ve una suerte de desviación del modelo clásico.

     Para los neoliberales, han de recuperarse los valores clásicos del liberalismo, aparentemente traicionados, y rechaza el trato del liberalismo moderno respecto a la igualdad socioeconómica. En esta línea, para la corriente neoliberal – que se tratará mejor en próximos apartados – la desigualdad es el eje dinámico de las sociedades puesto que suponen que una situación donde algunos pueden tener mucho más que otros ofrecería estímulos para que todos compitan por llegar a los sitios más elevados. No obstante, esto no quita que la desigualdad material o de base presente en los individuos de por tierra una defensa de la igualdad formal y, por consiguiente, abstracta. Es decir, plantean un postulado arraigado en el mérito y donde los ciudadanos únicamente comparten una igualdad basada y ampara en la ley. Asimismo, desde una óptica ordenancista, los neoliberales en su conjunto consideran que la democracia carece de valor sustantivo. La misma es apenas un método para escoger dirigentes pues el orden y la pluralidad, elementos centrales de las sociedades libres, como sugiere Ludwig von Mises, no se desprenden de la democracia. Por lo tanto, si se tuviese que elegir entre orden y democracia, habría que optar por el primero antes que el segundo (Morresi, 2008, p. 16). Solo el orden garantiza la libertad, la encausa y permite su desarrollo.

     En conclusión, el liberal-conservadurismo interpreta y reformula elementos propios de las dos corrientes que lo conforman: el liberalismo y el conservadurismo. Así, la necesidad de un orden estable y fijo, renuente a los cambios bruscos o la – presunta – ausencia de jerarquías es lo que permitiría una libertad próspera. Ahora bien, lo importante es debatir sobre qué libertad habla al momento de emplear dicho vocablo. ¿Libertad política? ¿Libertad económica? Lo cierto es, que desde el liberal-conservadurismo, y sobre todo en las más recientes facetas que éste ha tomado, las formas políticas no son más que un método para garantizar las voluntades más esenciales e individuales del ser humano, a su parecer, las económicas. Todo ello, claro está, permeado por una moralización y naturalización del Mercado, el statu quo − el orden − y una serie de valores que, no es casual, refieren al cristianismo.

 

 

 

 

 

La transición democrática y el embate neoliberal 1983-2001

 

     Como ocurre con otro tipo de corrientes del pensamiento político, el neoliberalismo podría ser tipificado como una ideología en el sentido más clásico y exigente del término, sin por ello otorgarle necesariamente un carácter peyorativo. Así, retomando los aportes de Teun van Dijk (1999), se puede considerar al neoliberalismo como un sistema básico de la cognición social, conformado por representaciones mentales compartidas y específicas a un grupo − en este caso una rama del liberal-conservadurismo −, el cual se inscribe dentro de las “creencias generales de sociedades enteras o culturas”. En este caso, mediante una expresión programática y una praxis signada por un programa intelectual. No por ello, cabe aclarar, sin contradicciones entre su teoría y su aplicación práctica. Cuestión que se vislumbra en su ramificación en, por lo menos, cuatro vertientes: la Escuela austríaca, la Escuela de Chicago, la Escuela de Virginia y el libertarianismo (Morresi, 2008, p. 17).

     Dentro de la tradición liberal-conservadora argentina, el neoliberalismo − sobre todo de inspiración austríaca − se opuso al liberalismo moderno en su percepción del rol que debería jugar el Estado. La intervención del Estado en la economía era la génesis de dos grandes males. El primero, cuando el Estado interviene se producen ineficiencias en la economía que no harán más que agravarse cuando se intente corregirlas con nuevas intervenciones. El segundo mal cuando el Estado interviene radica en que la libertad de los individuos − basada en la libertad de mercado − corre el riesgo de verse limitada. De allí la importancia de una impronta ordenancista de la política y la sociedad para garantizar dicha expresión de la libertad. Sin embargo, contra lo que suele pensarse, la mayoría de los neoliberales no está en contra del Estado. No buscan un Estado débil, ni un Estado extremadamente limitado como propondrán las corrientes libertarianas. Muy por el contrario, necesitan un Estado fuerte y eficaz para garantizar el orden requerido por una economía de mercado. Solo con ese orden − y mano dura cuando se la requiere − se podrá corregir el funcionamiento del mercado real a fin de que se aproxime lo más posible al mercado ideal (Morresi, 2008, pp. 13-16). Esto, no es menor aclararlo, tiene por objeto combatir cualquier tendencia colectivista. Incluyendo bajo dicho rótulo el comunismo soviético, el keynesianismo o cualquier otra práctica donde el Estado “hace cosas”, como suelen decirse vulgarmente algunos de sus divulgadores.

     Así, a finales del Proceso de Reorganización Nacional se presentaba un panorama político en el que la derecha liberal-conservadora se veía identificada en la figura de Álvaro Alsogaray, quien logró conformar la Unión del Centro Democrático (UCEDE) con el apoyo de sectores profesionales e intelectuales neoliberales que adscribían a la economía de mercado. En tal sentido, resulta interesante la forma en que figuras como Alsogaray, que habían acompañado − no sin críticas − la Dictadura, buscan, a partir de 1983, traducir a una gramática democrática lo que una parte importante de la sociedad veía como inaceptables “políticas de la dictadura”: la liberalización de los mercados, el énfasis en la gestión, la concentración del ingreso, el acercamiento a Estados Unidos y los ataques al populismo. Y, si bien el éxito en esta empresa no resultó inmediato, para mediados de la década del 80 se puede apreciar la estabilización de lo que podría llamarse como una nueva derecha argentina − neoliberal − que se iría diferenciando de otras derechas nacionales. Ante todo, se trataría de una fuerza que, rompería los lazos que la unían a las tradiciones nacionalistas y más conservadoras − sin dejar de serlo−, lo que le permitió constituir un ideario coherente y sistemático (Morresi: 2008, p. 9). Y su creciente influencia, pese a que experiencias como la UCEDE no prosperasen, se vería reflejada en muchos de los cargos de gestión desde 1985 con Juan Vital Sourrouille en Economía y, sobre todo, durante las gestiones del menemismo y el gobierno de la Alianza con la de Domingo Cavallo.

     Ahora bien, pese a que tradicionalmente el liberalismo-conservadurismo posee una raigambre ordenancista y antiizquierdista, para la presidencia de Alfonsín ese tipo de posiciones fueron retrocedido o moderándose en ciertos sectores. Empero, la UCEDE persistiría en expandir y exacerbar sus posturas en favor de los militares con objeto de defender un orden liberal ligado al enfoque de los economistas austríacos Mises y Hayek. Cuestión que se condice con la persistencia de la Guerra Fría y su perspectiva de lo que amenazaba el orden occidental, cristiano y capitalista: el imperialismo soviético expresado, a nivel local, en las concepciones y prácticas izquierdistas y subversivas. Así, el rol que habían cumplido las Fuerzas Armadas seguía reivindicado por la UCEDE y, si bien debían ser reconocidos los crímenes cometidos, el no haberlos perpetrado habría implicado prescindir de un escudo para defender al país de un peligro izquierdista/totalitario (Morresi, 2011, pp. 244- 245). Esta clase de acercamientos del liberal-conservadurismo a la cuestión militar, influiría y se vería reflejado a lo largo de los juicios a las juntas y los resultados de tal proceso. Por tanto, y de la mano de Carlos Saúl Menem, el camino liberal-conservador acercaría a dicha administración a figuras como Miguel Roig, Néstor Rapanelli, Álvaro Alsogaray y Domingo Cavallo. El pacto entre el Partido Justicialista y la UCEDE – aunque no el único con entidades de esta línea ideológica –, recordado como el viraje económico del justicialismo, también debe recordarse como el momento en que el presidente promovería el indulto a las cúpulas militares. Y, con el creciente aliento a los planteos antiestatistas, tanto entre los empresarios como en la opinión pública, e incluso de sectores bajos que venían sufriendo desde mediados de los ochenta, el presidente haría la vista gorda a sus promesas de corte populista. Impulsó entonces un profundo y acelerado plan de reformas de mercado, en línea con lo que hacían otros países de la región y las naciones del Este europeo que abandonaban el comunismo (Novaro, 2010, p. 225). Sumado a ello, el papel de los periodistas Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, junto a los economistas de turno y su visibilización en los medios de comunicación, irían instalando la concepción de que los problemas del país tenían que ver con la excesiva intervención de la política y del Estado en la economía. Fueron los “vendedores de segunda mano” mentados por Hayek, es decir, aquellos agentes que difundirían el nuevo vocabulario neoliberal −y por ende su cosmovisión particular− en la conciencia de los argentinos. Frases como “achicar el Estado es agrandar la nación” se convertirían, pues, en eslóganes repetidos hasta el hartazgo por políticos, economistas y periodistas (Adamovsky, 2019, pp. 424-425).

     Llegadas las elecciones de octubre del año 1999, la Alianza se impondría sobre el PJ, aunque el predominio del peronismo en las provincias, y por lo tanto en el Senado, se mantuvo. Sin embargo, la victoria de la Alianza constituyó la culminación del proceso de deterioro del consenso menemista mas no el fin de la hegemonía política subyacente. La coalición de gobierno no haría más que inaugurar un recambio entre las administraciones dentro del terreno de esa misma hegemonía política articulada alrededor de la Convertibilidad que tanto prometió conservar. Los liberal-conservadores, enquistados en varios gabinetes e instituciones “consejeras” del Estado, preservaban su influencia en el nuevo gobierno. De este modo, el recambio constaría de un gobierno aliancista en tanto administrador de la hegemonía neoliberal arraigada en el menemismo, lo que devendría en la crisis de un modelo tambaleante con el desenvolvimiento e intensificación de la lucha de clases y de la crisis dentro de las reglas de juego impuestas por la Convertibilidad (Bonnet, 2008; Novaro, 2010). Como resultado, se desataría el Argentinazo del 2001, forzando a Domingo Cavallo a renunciar el día 19 de diciembre seguido del presidente de la Rúa dos días después.

     Para sobrellevar la crisis de legitimidad política se conformarían entonces sucesivas Asambleas Legislativas que designaron un total de cuatro presidentes provisionales − todos del PJ − pero que no lograban reunir el apoyo generalizado de esa fuerza por disensos respecto de la duración de sus mandatos. La furia popular y la leyenda “Que se vayan todos” (QSVT) agitarían las aguas de la sociedad hasta que Duhalde, con un guarnecido apoyo peronista y acompañado por los radicales y lo que quedaba del FrePaSo, pudo gobernar hasta el 2003 (Novaro, 2010, pp. 282- 283). Es más, los acontecimientos del Argentinazo significaron un gran golpe para el paradigma neoliberal en la Argentina. La hegemonía liberal-conservadora de corte neoliberal, y la totalidad de la dirigencia política, fue puesta en duda.

 

 

 

 

 

El rebrote del consenso liberal: neoliberalismo y libertarianismo

 

 

     Tras el mandato de Duhalde, el período kirchnerista, calificado en ocasiones como gobiernos progresistas – o neopopulistas – marcado por planteamientos de carácter neodesarrollistas − o neoestructuralistas −, se presentó a sí mismo como una ruptura absoluta del paradigma neoliberal. Sin embargo, la realidad concreta dita bastante de ello. No solo por la persistencia de sectores liberal-conservadores en el ámbito de lo político, que se irían reagrupando y reformando paulatinamente en torno al PRO − a posteriori la alianza Cambiemos − desde el 2003, sino por la persistencia de ciertos rasgos del modelo neoliberal anterior a la “década ganada” (Soto Bouhier, 2022). Por dar algunos ejemplos, dista del modelo neoliberal, y al que la administración Macri volverá en muchos aspectos, en cuanto a la redefinición del lugar que ocupan las diferentes fracciones del capital en relación a la acumulación del excedente y la manera en que se busca financiar el déficit fiscal. Mientras que la mirada neoliberal promueve un endeudamiento externo en divisa, financiarizando la economía, el kirchnerismo generó una deuda intraestatal en la que el Estado se prestaba en pesos a sí mismo. A su vez, frente a una perspectiva desregulada de la economía y favorable a la financiarización del capital, el modelo kirchnerista promovió un desplazamiento relativo del capital financiero y de los servicios privados en virtud del capital productivo. Asimismo, en esta misma línea, la praxis de medidas heterodoxas en lugar de la ortodoxia económica neoliberal también da cuenta de una importante ruptura respecto al modelo rentístico-financiero, pues consigue operar la deuda con un perfil manejable, abandonar de forma definitiva la Convertibilidad y reestatizar, por ejemplo, el sistema previsional.

     Sin embargo, un resabio del viejo modelo persiste en muchas de las dinámicas del kirchnerismo. Uno de los más importantes es la continuidad del proceso de reprimarización productiva, dando cuenta de un desarrollo industrial incipiente, poco eslabonado y donde prima el abastecer al mercado externo a base de commodities. Misma situación que ocurre en países como Brasil, aunque, contrariamente a este, relegando el protagonismo del capital financiero. La dinámica industrial argentina, por consiguiente, no da cuenta de una reindustrialización exitosa. Por el contrario, la persistencia del viejo esquema de privilegios neoliberal y de regímenes de promoción de inversiones abocados a las actividades petroleras, mineras, por dar algunos ejemplos, son prueba del tipo de desarrollo productivo antes tratado (Soto Bouhier, 2022).

     En este marco, además, se destaca un proceso de repolitización de la arena pública y una serie de cambios culturales e ideológicos impulsados, para iluminar las particularidades de la articulación hegemónica que se conformó en esta etapa. La emergencia del kirchnerismo, pues, constituyo ́todo un desafío para la teoría y las practicas críticas, ya que obligo ́a un abordaje político y estratégico distinto al implementado durante tantos años en la confrontación directa con los gobiernos neoliberales. Y es aquí dónde, partidos como Propuesta Republicana (PRO) comenzarán también a desarrollarse e inmiscuirse en el juego político en tanto nuevo articulador de la derecha argentina. De hecho, con la llegada de Mauricio Macri al Gobierno de CABA comenzó un nuevo acercamiento de los militantes centristas a la actividad política, reactualizando la militancia de los ochenta en el cual la brecha entre peronistas y antiperonistas abierta en los noventa podía finalmente saldarse (Arriondo, 2016, p. 223).

     El partido de Mauricio Macri, que tomaría relevancia sobre a partir del conflicto con el campo en 2008 y la “Ley de Medios”, gracias a su llamado a la participación política de actores políticos nuevos y un pragmatismo asociado a su idea de gestión, posibilito ́la vuelta a la política de este conjunto variado de trayectorias de militantes centristas que se habían fragmentado con la victoria electoral de Cristina Fernández en 2007. En este nuevo partido, que les permitió conservar a puertas cerradas su ideología, muchos adversarios del “proyecto nacional y popular” pudieron alcanzar su viejo anhelo de convertirse en una opción de poder (Arriondo, 2016, p. 230). Conglomerando, poco a poco, a un número importante de sectores dispersos, el PRO, inclinaría el eje gravitatorio de su fuerza política hacia el centroderecha. Esto le permitiría construir un discurso que en tanto una fuerza en los márgenes sociales que combatía el populismo y demagogia peronista, reeditando la antinomia civilización-barbarie que parte del liberal-conservadurismo había esgrimido ante la amenaza de las masas. Lo que derivaría, en el mediano plazo, en lineamientos críticos de la intervención estatal y de la primacía de la política por sobre la economía (Schuttenberg, 2017, pp. 286-287).

     A finales del segundo mandato de Cristina Fernández (2011-2015), cuando el partido vecinal PRO gano ́simultáneamente en las elecciones de 2015 tanto la presidencia del país, la gobernación de la provincia de Buenos Aires y mantuvo el control de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se hizo evidente que la derecha había conseguido reorganizarse. Este ignoto partido, que habría surgido del think tank “Fundación Creer y Crecer” de Francisco De Narváez, daría sus primeros pasos en 2003 con su nombre definitivo − PRO − tratando de ocupar el rol de outsider de la política. De este modo, mostrándose como un grupo de empresarios exitosos, sacrificados y eficientes capaces de aplicar sus habilidades técnicas en la política, PRO consiguió́ aglutinar entre sus filas cinco vertientes diferentes: aquella de los partidos políticos de la derecha tradicional, los peronistas, los radicales, los empresarios y los profesionales surgidos de los think tanks y las ONG. Con ello, señala Giordano (2014), la agrupación conformaría sus particulares performances − especialmente electorales − en las cuales se hacen presentes globos, banderines, bailes, pelucas, y otros adornos que crean una festividad que oculta posibles conflictos y violencias sociales. A su vez, plasmaría un cambio de terminología que busca despolitizar o desideologizar el quehacer político, adjudicando a los “voluntarios” aquellas tareas propias de los “militantes”, como gestionar las campañas. Semejante entrega y sacrificio, a diferencia del perfil peronista/tradicional del militante político, compartiría rasgos propios de la caridad cristiana, de donde gran parte de los miembros del PRO surge (Orsi, 2019, pp. 4-5).

    De esta forma, como, señala Vommaro (2016), el PRO una vez en el gobierno apuntaría a superar las “dicotomías del pasado” de izquierda-derecha basándose en un republicanismo liberal y en la modernización de la gestión pública. He aquí el relanzamiento liberal-conservador del respeto a las instituciones y la transparencia con un aderezo tecnocrático neoliberal. Por vez primera, en lo que sería la coalición Cambiemos, un gobierno de derecha llegaba al poder sin artimañas antidemocráticas.

 

     Más su carácter de outsider o “tercera vía”, conforme adoptó un proceder gradualista en lo económico y cedería ante el progresismo, desde la óptica más raccionaría, en materia como la discusión sobre el aborto, terminaría por abrir el juego a nuevos actores del espectro liberal. Esta vez, menos correctos y conciliadores. Más radicales, furibundos y violentos en la disputa por la hegemonía del liberal-conservadurismo en ciernes. Así, el consenso liberal que se fue recomponiendo desde el 2008, en detrimento del “populismo progresista”, daría rienda suelta al libertarianismo. Para adentrarnos en este reciente en la Argentina que, de la mano de figuras como Javier Milei – económico – y Agustín Laje – cultural – ha calado en un sector importante de la juventud, hemos de entender su desarrollo en tanto expresión radical del neoliberalismo y, por consiguiente, de lo que catalogamos como liberal-conservadurismo. Por consiguiente, se debe recordar que el término proviene de los Estados Unidos, donde la palabra “liberal” se aplica a los partidarios de medidas económicas heterodoxas y de políticas públicas activas, es decir, a lo que en esta latitud se suele llamar “progresista”. Y, en base de lo antes dicho, es que un grupo de neoliberales – entre los que encontramos a Ayn Rand, Murray Newton Rothbard, entre otros – enfatizaron en los fundamentos filosóficos de sus posiciones para llamarse a sí mismos como libertarianos (libertarians).

    Serán los aportes de Ayn Rand, con escritos como La rebelión de Atlas, El manantial y Capitalismo: el ideal desconocido, La virtud del egoísmo que se iría cultivando el germen del libertarianismo. Ella defendió una serie de ideas que, desde su óptica, eran la quintaesencia de la vida libre: un individualismo basado en el egoísmo, un exorbitante enaltecimiento de la propiedad privada, una defensa del sistema capitalista norteamericano y un rechazo total de cualquier ideología que obligue a un individuo a actuar contra sus intereses particulares. De allí que, junto al american way of life y la coyuntura de la Guerra Fría, sus dogmáticas posiciones tuviesen buena recepción en su país de acogida. Todo aparentemente arraigado en un dudoso modelo teórico al que llamo ́“objetivismo”. Asimismo, bases que muchos de sus herederos teóricos y compañeros de ruta retomarían, para Rand el vivir humanamente implicaba actuar de forma virtuosa. Es decir, egoísta. Para el objetivismo randiano, pues, el egoísmo supone el ejercicio de tres “virtudes” fundamentales como lo pueden ser la racionalidad, la productividad y el orgullo. La primera implica aceptar que la razón es la única guía moral, comprometiendo al género humano con la producción de conocimiento y el rechazo a tomar como suyo el conocimiento de otros. La segunda virtud, reconoce que el hombre puede vivir gracias al trabajo productivo y que este depende de la aplicación de la racionalidad. Y, la última virtud de la tríada, el orgullo, supone el aceptar que el hombre requiere proveerse de valores que hagan que su vida tenga sentido. En otras palabras, el orgullo implica no ceder ante los impulsos del autosacrificio que niegan la individualidad (Morresi, 2008, pp. 29-35). No obstante, si bien la influencia randiana proyectaría con el pasar del tiempo al libertarianismo fuera de los Estados Unidos, para el caso argentino resulta fundamental adentrarnos en los aportes de un seguidor capital de esta: Murray Newton Rothbard. Este, formado en la Escuela Austríaca de Economía de Mises y Hayek, resulta ser el puente ideológico entre libertarios y extrema derecha.

     Si bien Rothbard fue cercano a la old right norteamericana, que buscaba inscribir su tradición en las ideas de Thomas Jefferson y su desconfianza en el gobierno central, el aislacionismo y el pacifismo, se alejaría a partir de 1954 tras ser introducido al mundo libertario de la mano de Ayn Rand. Con esta construiría un importante vínculo que, tras un choque de egos y objetivos, se deterioraría. Aun así, su trayecto en el grupúsculo sectario de los randianos le sería de utilidad para perseguir una de sus grandes metas: elaborar una teoría general anarcocapitalista que adquiera el estatus de un “ciencia” libertaria del ser humano y la sociedad (Stefanoni, 2022, pp. 110-113). Asu entender, como advierte Morresi (2008), uno de los motivos que lo incitaron a elaborar su teoría y romper con Rand radica en el argumento sobre el Estado y su poder coercitivo monopólico era producto de un utilitarismo, incongruente con los principios libertarianos. Para Rothbard, aun un Estado delimitado representa un enorme peligro para los individuos egoístas. Y, por dicho motivo, consideraba que los individuos estarían mucho mejor si se organizaran en “agencias privadas de protección” y no le otorgaran el monopolio a ninguna. Lo que permitiría que el capitalismo sobreviviera pese a la ausencia del Estado. Así, su teoría libertariana se conformaría tras una serie de diálogos críticos no sólo con su mentora sino, sobre todo, con los anarquistas individualistas estadounidenses Lysander Spooner (1808-1887) y Benjamin R. Tucker (1854-1939) que, por cuestiones cronológicas, no tuvieron posibilidad de contrariarlo.

     Tal intercambio ubicaría a Rothbard, en principio a gusto y luego distanciándose de semejante línea, en lo que se suele catalogar como libertarianismo de izquierda. Experiencia que lo llevaría a escribir, por ejemplo, que el polo opuesto al liberalismo no es el socialismo, sino el conservadurismo. Aunque Rothbard jamás dejaría de ser un defensor de la privatización de todas las instituciones sociales, única manera a su juicio de avanzar hacia el cumplimento de la “ley natural de la libertad”. Esto lo empujaría a publicar libros como El hombre, la economía y el Estado (1962), donde trató de erigir la “ciencia libertaria”, y a fundar la revista Libertarian Forum (1969), con el objetivo de difundir el anarcocapitalismo (Stefanoni, 2022, pp.114-119).

    No sería hasta la década de 1970 que Rothbard abandonaría el Partido Libertario que había ayudado a fundar y, en su regreso a la old right, pergeñaría una nueva articulación entre libertarianismo y conservadurismo. Asaber, sintetizaría las premisas de la Escuela Austríaca de Economía, la tradición libertaria y los postulados de la old right que gestarían un pensamiento “reaccionario radical”, también llamado – por el propio Rothbard – como “paleolibertario”. Esta forma específica de articulación entre libertarismo y valores conservadores e incluso autoritarios, parafraseando a Stefanoni (2022), considera que la autoridad siempre será necesaria en la sociedad y distinguen la autoridad “natural” (derivada de las estructuras sociales voluntarias) de la “antinatural” (impuesta por el Estado). Por lo que el paleolibertarismo no es otra cosa que una vía hacia las raíces de la vieja derecha. En tal sentido, el nexo entre libertarianismo-conservadurismo, la relación y primacía del orden por sobre la libertad, restituye el principio ordenancista que los liberal-conservadores siempre han defendido. O, como sostiene Ailén Laura Rey (2022) se consiguió que las ideas conservadoras se volviesen “novedosas” .

     En el caso argentino, esos aires de “novedad”, bajo una coyuntura de fuerte descomposición social, incremento de la lucha de clases y ante dos coaliciones que no logran por su propia lógica romper con el statu quo, el libertarianismo rothbardiano de Milei atrae a muchos jóvenes preadolescentes. La insuficiencia de los partidos y agrupaciones más “tradicionales”, aquellos que intentaron jugar como la alternativa outsider y cayeron en la misma dinámica – PRO, Cambiemos, Juntos por el Cambio – e incluso los movimientos o partidos “progresistas” ha dado cabida a una nueva alternativa por derecha. Una nueva derecha que, en el fondo, no plantea cosas tan nuevas. Empero, así como lo sugirió el propio Rothbard, el método para que ideas de índole más bien sectarias y grupusculares pudiesen masificarse, el populismo de derecha se convertiría en el camino a seguir para conquistar a las mayorías electorales. La estrategia en favor de la libertad debía tornarse “más activa y agresiva”. No alcanza con sentirse portadores de las ideas correctas – moral y estéticamente superiores diría Milei – y esperar que el estatismo se desmoronase solo, sino que se debía combatir contra todo lo considerado estatista/colectivista. Es decir, lo que hoy día desde las filas libertarianas acuñan como “marxismo cultural”.

     Para ello, acudiendo a “la llamada de la libertad”, combinarían en su accionar una serie de conceptualizaciones propias del ámbito académico – Escuela liberal austríaca – con estrategias retóricas provenientes de la lógica computacional y una performance “políticamente incorrecta”. Rasgos que, como identifica Rey (2022) se pueden clasificar en: el uso – o acusación del uso – de las falacias argumentativas para desmantelar las afirmaciones de sus contrincantes; empleo de una actitud políticamente incorrecta para conducir la discusión al plano abstracto y desviar el meollo del asunto abordado; apelación a un moralismo de carácter conservador en su “batalla cultural” contra la izquierda en su conjunto. Todo ello, valiéndose en nuestro país de los resquemores hacia cualquier política estatal y la crisis de representatividad política bajo un tono apocalíptico. Situación que, desde su discurso, erige al libertarianismo como el “salvador” del declive moral y social, abanderado verdadero de la lucha un “comunismo” demonizado y un Estado cómplice manifestado en “la casta política”. Es decir, el libertarianismo como el “verdadero liberalismo”, uno que “practicase verdaderamente” los principios liberales clásicos en el plano terrenal (Rey, 2022, pp. 428-431).

 

 

Conclusión

 

 

     Dado que en los últimos años el consenso liberal ha tomado vuelo nuevamente en la Argentina y puesto sobre la mesa nuevas proyecciones liberal-conservadoras alineadas con el pensamiento libertariano más reaccionario, resulta pertinente el comprender cómo figuras como Javier Milei han logrado captar a sectores de la juventud cada vez más amplios, quitándole a “la izquierda” su histórica pulsión rebelde. La transgresión, vinculada históricamente a los elementos del izquierdismo político y el denominado progresismo, está siendo capitalizada, pues, por el liberal-conservadurismo. Todo esto, retomando a Stefanoni (2022), en un contexto en el cual el “sujeto” de la izquierda se ha desplazado desde las mayorías – la clase trabajadora – hacia las minorías y los “débiles”. Esta fragmentación y atomización de los problemas estructurales, concretos de la gente de a pie, han debilitado la lucha a nivel macro. Muchos obreros, ciudadanos de a pie, ya no se identifican con tal rótulo ni quienes dicen embanderar la lucha de los mismos. Muy por el contrario, golpeados por la crisis y el abandono total o parcial del Estado, se refugian bajo el discurso simple y agresivo, frustrado, de la derecha radical. En este caso, en la derecha liberal-conservadora libertariana y neoliberal.

     En lo que concierne a quien escribe, la manera en que se ha de sobrellevar la situación y comprender el creciente avance de las derechas implica, ante todo, ahondar en sus raíces y actores. Es mediante el entendimiento y riguroso abordaje de sus líneas de pensamiento, discursos y elementos contradictorios − o aparentemente contradictorios − que se puede esbozar un panorama claro de qué son y qué proponen estas derechas.

                                                                       Referencias 

         

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Revista Desafíos del Desarrollo
ISSN 2796-9967