La educación es el camino para el desarrollo de toda sociedad moderna. 

Sin Educación toda sociedad está condenada al fracaso.

                                               

                                                                                                                  Martín Vicente*

Fecha de recepción: 14 de noviembre de 2022
Fecha de aceptación: 30 de noviembre de 2022

Resumen

 

    La heterogénea trayectoria político-intelectual de Mariano Grondona, abogado, periodista, ensayista, docente, consultor, tiene en el par decimonónico orden y desarrollo una clave para su abordaje. Generacionalmente convertida en orden y desarrollo, esa dinámica marcó un perfil que recorrió siete décadas de vida política e intelectual de la Argentina, configurando tres grandes etapas, que este artículo recorre: en la primera, Grondona apostó por el desarrollo tanto en democracia como por vías autoritarias, entre 1955 y 1983; agotado el ciclo de alternancia cívicomilitar, lo hizo por una democracia liberal amplia y plural, capaz de crear una cultura política para el desarrollo con ejes de centro-izquierda y centro-derecha, de 1983 a 2001; finalmente, tras la crisis del 2001 buscó enfatizar el contenido republicano de la democracia como orden capaz de albergar el desarrollo.

 

Palabras clave

                               Mariano Grondona – Orden y desarrollo – Democracia argentina – Liberalismo-conservador

 

Abstract

 

The heterogeneous political-intellectual trajectory of Mariano Grondona, lawyer, journalist, essayist, scholar, consultant, has in the typical XIX century ideal of “order and development” a key to its approach. Generationally converted into “order and development”, this dynamic marked a profile that covered seven decades of political and intellectual life in Argentina, configuring three major stages, which this article covers: in the first, Grondona opted for development both in democracy and through authoritarianism, between 1955 and 1983; exhausted the cycle of civic-military alternation, it did so for a broad and plural liberal democracy, capable of creating a political culture for development with center-left and center-right axes, from 1983 to 2001; Finally, after the 2001 crisis, it sought to emphasize the republican content of democracy as an order capable of hosting development.

Key words 

                                  Mariano Grondona – Order and development – Argentinean Democracy -Liberal-conservativism.

 

Introducción

 

     Abogado especializado en Derecho Político, ensayista, periodista y columnista de llegada a públicos masivos, consultor de políticos, empresarios y militares, Mariano Grondona selló su nombre como uno de los principales intelectuales de las derechas argentinas en la segunda mitad del siglo XX y prolongó su influencia hasta años recientes, cuando se retiró de la vida pública por problemas de salud. Desde la prosa periodística y el ensayo político, desde la cátedra y la televisión, desde la consultoría, Grondona propuso una mirada que, atravesando multiplicidad de temáticas como la política local e internacional de coyuntura, los grandes nombres de la teoría política, los temas del Derecho Constitucional o las relaciones entre cultura, economía y democracia, se centró, con modulaciones y reformulaciones tanto como con continuidades y regularidades, en la relación entre orden y progreso. La idea decimonónica tuvo, por las características generacionales, una inflexión: orden y desarrollo. Ese par relacional definió, como se presentará a lo largo de este trabajo, las tres etapas de la trayectoria de Grondona en vínculo con la historia política de la Argentina.
    Como veremos a continuación, las que aquí propondremos como las tres etapas de la vida pública de Grondona ofrecen diferencias entre sí en diversos ejes propios de sus ocupaciones profesionales, de las temáticas privilegiadas, de sus relaciones políticas e intelectuales, pero se caracterizan por una búsqueda que enlaza una trayectoria heterogénea: la de un modelo de orden y progreso, dos términos centrales en la gran tradición del liberalismo y de especial calado en el liberalismo-conservador local, que expuso en la generación de Grondona inflexiones particulares, que en parte recorreremos aquí . Esa díada tuvo tres inflexiones diferentes y rectoras, que marcaron el sentido de cada etapa de esa trayectoria.
    Esa “búsqueda del equilibrio” fue explicada en diversas ocasiones por Grondona de un modo que enlazaba su biografía con la vida política nacional: había nacido a la luz de la doble crisis del ’30, en 1932. En el contexto de la crisis económica internacional y dos años luego del primer golpe de Estado del siglo XX que, en su mirada, cerraba el único verdadero ciclo de orden y progreso nacional, el de la “Organización Nacional” iniciada en 1852. Con fórmulas conceptuales que presentaron variaciones menores, ligeros recortes temporales y lecturas que, dentro de una unidad sin embargo heterogénea, podían privilegiar uno u otros aspectos del ciclo que proponía como fundante de la Argentina moderno-contemporánea, en la mirada de Grondona el par tenía una diferencia con el grueso del enfoque liberal-conservador de su generación. En las lecturas dominantes en ese espacio, se consideraba como límite la llegada al poder de Hipólito Yrigoyen en 1916 permitido por la Ley Sáenz Peña sancionada en 1912 e implicó el primer fenómeno populista. Al mismo tiempo, Grondona no daba centralidad a la “generación del ’80” como momento cúlmine de aquel proceso, sino que prefería enfatizar las continuidades del ciclo amplio donde incluía la reforma electoral y el ciclo de gobiernos radicales (Vicente, 2014a).
    Los textos sobre el perfil de Grondona son diversos, donde los trabajos académicos son una parte de un mapa más amplio, que incluye artículos periodísticos, ensayos polémicos e intervenciones político-culturales variadas, y los temas que aquí proponemos no han sido abordados con centralidad. En parte porque muchas veces se privilegiaron miradas críticas a su figura, ideas o actuación pública, en parte porque las ideas de Grondona en otras tantas ocasiones fueron resumidas en las de un promotor del golpismo antes de 1983 y las de un sinuoso teórico liberal 2 tras la recuperación democrática que, a lo sumo, miraba hacia atrás con añoranza . Amén de una serie de escritos donde el periodista y abogado forma parte de relatos mayores, hasta años recientes el interés académico sobre su figura se centró mayormente en sus posiciones durante los años de alternancia entre democracia y dictadura abiertos por el golpe de Estado de 1955. Ello centralizó su sitio como el de un intelectual vinculado a los proyectos de transformación sociopolítica vía manu militari, al tiempo que ocluyó otros lineamientos de su trayectoria, como su pertenencia a un espacio liberal-conservador amplio (que muchas veces se sobreentendía, pero no se analizaba), que comenzaron a ser relevados durante la década pasada (Vicente, 2014a; 2014b).
    A partir de esa ligera renovación reciente, la trayectoria de Grondona tras el retorno democrático fue foco de interés para una serie de estudios, conformando un segundo grupo analítico sobre su figura (Vommaro, 2008; Vommaro y Baldoni, 2012). Estos conjuntos de textos con mayor rigor académico permiten ver en detalle su perfil intelectual, profesional y político que, como proponemos, puede ser descompuesto en tres grandes ciclos de la mano de la historia política local, en la que sus intervenciones estuvieron enmarcadas una y otra vez. Su abordaje permite ver el tránsito de Grondona como una sucesión de etapas donde su figura intelectual se enlaza con las vicisitudes de la vida pública, dándole contexto histórico y marco en su propia trayectoria, la cual fue relevada de modo biográfico en el trabajo de Sivak (2005).
    Dado el calado irregular del mapa de trabajos mencionado, este texto colocará especial énfasis en reconstruir esas tres etapas de la trayectoria de Grondona, a fin de marcar las diferentes pautas contextuales en las que su lectura sobre los ejes del orden y progreso operaba en cada caso (Vicente y Shuttemberg, 2021). La hipótesis que motoriza estas páginas propone que ese par compuesto por orden y progreso operó como el eje de las intervenciones de Grondona en las tres etapas de su trayectoria, al tiempo que estas tuvieron variaciones epocales, políticas y argumentales, moduladas sobre ese bajo continuo. El texto a continuación se articula con un mayor espacio para la primera etapa, caracterizada por el énfasis en el pedido de orden para el desarrollo, puesto que es la que recibió mayores consideraciones y creemos deben ser revisada en detalle; las dos etapas posteriores se arti culan desde las transformación de la díada orden y desarrollo: primero, el orden democrático para el desarrollo, donde Grondona enfatiza una idea amplia (pero única) de democracia liberal como marco para el desarrollo, que caracteriza su figura en los años ’80 y ’90; luego, el orden republicano para el desarrollo, donde propone una mirada de republicanismo como democracia moderantista, tras la crisis de 2001. El siguiente recorrido se basa en la serie de textos previos de nuestra autoría mencionados y en una investigación de largo alcance sobre la figura de Grondona que actualmente tenemos en marcha, que incluye el trabajo con fuentes escritas y audiovisuales, archivos institucionales y privados, entrevistas publicadas e inéditas a Grondona y entrevistas nuestras a colegas, referentes institucionales y a sus vínculos personales, políticos e intelectuales. A fin de preservar el proceso de trabajo con este tipo de entrevistas aún abierto, no hacemos menciones literales a ellas. 

Orden para el desarrollo

    El primer período de la trayectoria de Grondona fue un ciclo de ascenso, consolidación y desarrollo de su figura como referente liberal-conservador en la etapa de inestabilidad institucional argentina, entre 1955 y 1983, donde se sucedieron gobiernos civiles y dictaduras militares tras el derrocamiento del segundo gobierno de Juan Perón en setiembre del ’55. Nacido el 19 de octubre de 1932 en Buenos Aires, Mariano Grondona fue el primer y único hijo varón del matrimonio entre Mariano Carlos Grondona y María Emilia Poggio, ambos hijos de familias italianas de la zona oeste de la provincia de Buenos Aires dedicadas al agro. Se habían conocido en la dinámica de la vida social comunitaria, se casaron en 1920 y tuvieron tres hijas, Emilia, Delia Rosa y María Marta, antes del nacimiento de Mariano. Mariano Carlos murió joven, a los 35 años, por un cáncer, por lo que la familia pasó a vivir con los Poggio en el petit hotel familiar de la zona de Recoleta. Mariano fue alumno del colegio Champagnat, donde conoció a quien sería su mentor intelectual y espiritual, el sacerdote Luis María Etcheverry Boneo, guía clave en su adolescencia, por quien se vinculó a la Acción Católica primero y se ordenó en el Seminario Metropolitano al finalizar la secundaria.
    Grondona pasó el año 1950 en el seminario de Devoto, pero le costó adaptarse a la vida religiosa: sus intereses eran mayormente intelectuales, y acabó dejando de lado el proyecto confesional para entrar a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en 1951. Allí comenzó su activismo estudiantil antiperonista, que se fue haciendo más álgido hacia 1953, con reuniones opositoras en la casa de los Poggio y bares de la zona de la facultad, promoción de seminarios extracurriculares de docentes antiperonistas y finalmente con actos de sabotaje, sueltas de panfletos y otras acciones de visibilización de la protesta e incluso Grondona fue parte de la operación para el refugio del referente de la Federación Universitaria de Buenos Aires en la embajada del Uruguay. El proceso abierto allí fue el de un crescendo opositor, donde Grondona formó parte de diversas acciones directas, por las cuales fue detenido, siendo trabajada su liberación por Oscar Puiggrós, que en ese momento se encontraba articulando lo que sería la Democracia Cristiana. Tras un ataque a una emisora oficial, acabó preso por segunda vez, en la comisaría de Avenida Las Heras, donde se enteró de que acababa de consumarse el golpe de Estado contra Perón en una escena notable: mientras los antiperonistas se hallaban detenidos, llegó un grueso contingente de peronistas arrastrados por los uniformados. El cruce de insultos entre ambos grupos, en medio de la confusión mutua, se terminó cuando los primeros fueron liberados: acababa de triunfar el golpe.
    Esta militancia le dio a Grondona un lugar central en el estudiantado para el momento de las reformas antiperonistas que se sucedieron velozmente, al punto que no solo tuvo roles electivos en Derecho, sino que fue representante de los estudiantes como veedor de las elecciones universitarias en Chile. Su rol le abrió el contacto con el ministro de Educación de la “Revolución Libertadora”, Atilio Del´Oro Maini, uno de los firmantes de la carta de recomendación para estudiar un posgrado en Sociología y Ciencia Política en España, lo que hizo en 1956 y 1957, sin haberse graduado. Antes de viajar, se casó con Elena Lynch, con quien eran novios desde la salida del seminario. En España, donde el matrimonio tuvo a su primer hijo, Mariano Florencio, se vinculó tanto con el universo orteguiano como con la transformación de la Sociología que ocurría en el país peninsular. Influido desde su adolescencia por las ideas orteguianas, en España Grondona las unió con la renovación de las Ciencias Sociales que despuntaba allí. Ello resultó clave: a su vuelta al país y tras recibirse (recordemos que retrasar el último final era práctica común para proseguir en política estudiantil), comenzó a trabajar en el estudio jurídico de José Enrique Miguens, quien estaba construyendo su consultora sociológica tras su paso por Harvard, donde había estudiado sociología con Talcot Parsons. El ejercicio de la abogacía no le interesó a Grondona, pero el vínculo con Miguens sería 3 clave al inicio de la década siguiente .
    Tras dejar el estudio de Miguens, Grondona llegó al diario La Nación de la mano de su suegro, en 1958. Allí comenzó a trabajar como redactor general hasta que tomó a su cargo el “Panorama Político” en marzo de 1959. La sección comenzó a ganar entidad dentro del periódico, consiguiendo ubicarse en la página editorial, editándose un promedio de tres veces por semana y dando a Grondona un lugar destacado en el diario, dentro de un proceso de relativa transformación del matutino, que se adaptaba a la modernización periodística que se afianzaría en los ’60. Mientras el “Panorama” ganaba relevancia, su autor llegó a la docencia universitaria, como profesor de Derecho Político en la cátedra de Rodolfo Martínez, donde comenzó a compartir espacio con Mario Justo López y Carlos Floria, desde el mismo ’59. Martínez llevó a Grondona como docente a la Escuela Superior de Guerra, donde ambos se vincularon con los militares que buscaban integrar al peronismo en la vida política argentina sin proscripciones, algo que el “Panorama Político” comenzó a colocar como tema de análisis y abrió una hendija en la redacción de La Nación. Luis Valmaggia, a cargo del área de Política y subdirector del periódico, se enfrentó a las interpretaciones de Grondona, en apoyo al sector Colorado, antiperonista irreductible, y llegó incluso a reescribir parte de sus notas. Grondona no toleró la situación, que había alcanzado ribetes grotescos: llegaba a la imprenta a reformular las intervenciones de Valmaggia antes de la impresión definitiva, sobre la medianoche. Ante el conflicto, el vicedirector ofreció, finalmente, que Grondona escribiera las editoriales: era un modo de retener a un periodista de valía y constreñirlo a la línea doctrinaria, en un marco donde sólo firmaban invitados y figuras de la sección cultural. Grondona no aceptó y se fue a trabajar con Martínez al ministerio al ministerio del Interior de José María Guido. Décadas luego, consideró que, más 4 allá de la situación, su salida fue brusca y dejó resquemores por largos años .4
La experiencia en el periódico marcó a Grondona: su pluma de analista comenzó a destacarse dentro de un mapa generacional que aprovechó y expandió las transformaciones en La Nación, donde había llegado junto a otro nombre que haría historia en el periódico de la familia Mitre: José Claudio Escribano (Caligaris y Ezcurra, 2021). La autoría de su sección era un secreto a voces y pronto llamó la atención de los periodistas experimentados, ganando un renombre interno que fue destacado por la propia dirección del matutino (Sivak, 2005). De ese periodismo sin firma, analítico, Grondona se acercó también a la publicación donde muchos de sus compañeros de espacios políticos e intelectuales habían ganado lugar: Criterio. La revista señera del catolicismo había iniciado un período de transformaciones tras la muerte de monseñor Gustavo Franceschi, su emblemático director, y el sacerdote Jorge Mejía introdujo desde 1957 cambios en el plantel y el enfoque, donde las Ciencias Sociales y la crítica artística especializada ganaron sitio (Lida y Fabris, 2020; Mejía, 2005). El vínculo de Grondona con el grupo de jóvenes intelectuales que estaban remozando Criterio se replicaría a fines de los ’60 en el mundo universitario, en la modernización de la carrera de Ciencia Política de la Universidad del Salvador. En una práctica que se haría típica de su producción, los textos de Grondona comenzaron a circular como columnas periodísticas, conferencias ligadas al universo de la FDCS-UBA y la consultoría (de la mano de Miguens y Martínez), artículos de fondo y finalmente libros: como obsesiones de cada etapa, estos adquirían distintas formas y formatos para exponer una melodía común que, como veremos a lo largo de este trabajo, en un punto se organizaba sobre una misma partitura, con sus continuidades e inflexiones, sus quiebres relativos y sus reformulaciones. Un texto en La Nación, una opinión en Criterio, una conferencia ante intelectuales, políticos, empresarios o militares, una intervención como material de cátedra terminaban luego en un capítulo o proyecto de libro: esa dinámica marcó el modo de trabajo de Grondona para toda su trayectoria.
       En el período posperonista, Grondona había abierto esperanzas sobre la posibilidad de una “desperonización” popular que, inspirada en la desfascistización europea y motorizada tanto desde el gobierno dictatorial como desde diversos referentes políticos e intelectuales, lograse cambiar la identidad política de las masas vinculadas al movimiento justicialista. A diferencia del antiperonismo más duro, Grondona creía que, más allá de la operación desperonizadora que fracasó antes que tarde, había lugar para una reformulación de la identidad peronista sin vaciarla: lo resumía en la centralidad de la necesidad de moderación y concordia hechas sistema político y lógica estatal, puliendo al peronismo y antiperonismo extremos y enfatizando la centralidad de la lectura moderantista de Charles de Montesquieu que la tradición liberal-conservadora solía dar por sentada para explicar la asunción republicana de su mirada liberal-democrática. Ello implicaba una versión sumamente distinta, indicaba el columnista, de la idea de uniformidad propia de los totalitarismos, en los cuales colocaba al peronismo, pero en versión totalitarismo democrático: marcado por la falta de los principios del liberalismo (que para el ideario liberalconservador eran los de la civilización moderna sin más) y el tono unanimista (Grondona, 1962). Para que la Argentina posperonista no desbarrancara en un totalitarismo de signo inverso era necesaria, entonces, la templanza: fue esa misma idea la que comenzó a morigerar su antiperonismo, que para 1959 comenzó a pasar a una posición de “no peronismo”, como la llamó luego y que describió como un proceso que se desarrolló hasta 1962, cuando rompió con los Colorados: si el peronismo “fanático” podía llegar al totalitarismo, también lo podía hacer el antiperonismo “irracional”: era un juego de suma cero con dos polos extremos.
    La recepción de los debates internacionales sobre totalitarismo había ganado centralidad en las polémicas políticas e intelectuales en la Argentina desde 1936, cuando el impacto del inicio de la guerra civil española configuró una partición identitaria en diversas áreas de la vida política, intelectual y artística. A partir del golpe de Estado de 1955, especialmente motorizado por la generación de actores liberal-conservadores de Grondona, las temáticas vinculadas al totalitarismo fueron haciéndose claves de los debates posperonistas al punto de naturalizar una serie de ideas de circulación internacional. Grondona, sin citarlas, recurría a las ideas de autores como Yaakov Talmon, en una muestra de la pregnancia de estas lecturas en el vocabulario de los intelectuales locales (Vicente y Morresi, 2017). Pero como sería una marca a lo largo de su trayectoria, les daba un giro en pos de leer la política argentina desde una perspectiva realista.
    Esas preocupaciones quedaban claras en el primer libro de Grondona (1962b), Política y gobierno, que pese a su brevedad exponía un auténtico programa liberal-conservador como lógica, sentido analítico y propuesta doctrinario-programática. El libro formó parte de una colección de divulgación de la editorial Columba, “Esquemas”, en la que tallaron nombres como los de Jorge Luis Borges, Bernardo Houssay o Luis Alberto Romero. Amén de recoger críticamente sus lecturas sobre el peronismo, Grondona había avanzado en esos años en admoniciones al frondizismo, un fenómeno que inicialmente le había causado entusiasmo por la mirada desarrollista y modernizadora de Arturo Frondizi. En un punto, las críticas atenuadas, muchas veces sinuosas y retóricas al peronismo y al antiperonismo, al frondizismo y a quienes buscaban su desestabilización, que el autor circulaba en diversos textos e intervenciones del momento, eran un modo de hacer una salvedad (nuevamente) de tipo sistémica: no se trataba de mancillar a uno u otro actor ideológico, líder o movimiento, ni a sus oponentes, sino de pensar la política argentina en términos de un sistema armonioso y rescatar partes de cada experiencia.
    Dichos puntos habían marcado las notas de Grondona en la revista El Príncipe, que se lanzó en 1960 buscando reivindicar las ideas liberal-conservadoras con un perfil que vinculaba el ensayo político y el periodismo modernizante con el humor gráfico y una moderada renovación estética. En la experiencia liderada por Fernando Vidal Buzzi, Grondona expresaba un enfoque programático más libre que en La Nación: para el columnista, el tiempo del liberalismo clásico había pasado, incapaz de superar su dicotomía con la democracia. Este punto, que mostraba una diferencia con las apelaciones de gran parte de su universo ideológico y generacional, implicaba que se trataba de ir en busca de un “neoliberalismo político” (Grondona, 1960a: 5). Ello tenía como centro pensar el orden político bajo la idea de “un nuevo equilibrio” entre las instituciones y los poderes reales, entre las dinámicas de la sociedad de masas y las perspectivas de los sujetos: 

En una nueva democracia liberal que integre los poderes constitucionales y los contrapoderes en un juego armónico, el hombre hallará la representación política cabal, que no tenía en la democracia individualista. Lo importante es que la representación social tenga acceso al plano político sin destruir la re-presentación individual. Ni viejo liberalismo, en suma, ni corporativismo (Grondona, 1960b: 31-32).

    La crítica de Grondona mostraba no sólo su perfil de crítico del antiperonismo cerril, sino que insertaba su lectura en un tipo de reflexión modélica que sería uno de sus estilos personales de referencia a lo largo de su trayectoria. Él mismo subrayaba la incapacidad de las derechas argentinas de aprovechar el contexto debido a que no comprendían el punto de mayor importancia de la coyuntura posperonista, el lema que debería guiar a ese espacio: “En la continuidad, transformación: he ahí un lema y una vocación para la nueva derecha” (Grondona, la nueva derecha 1 y 2).
    A partir de ese momento y a medida que la presidencia de Frondizi se acercaba a un final anunciado (que no implicaba por ello el fin del heterodoxo desarrollismo grondoneano 5), las críticas del ensayista se hilaban . De hecho, rechazó acompañar a Martínez (representante de los militares en el gobierno) hasta luego de la caída del presidente, como marcamos. Sin embargo, y casi como una muestra de la lectura que a posteriori haría él mismo sobre su generación y la mirada desarrollista (“como toda mi generación, fui un desarrollista” repitió en diversas ocasiones), Grondona permaneció cercano al universo político-intelectual de Frondizi (no así al autor de Petróleo y política) en ciertos aspectos: su segundo libro, Factores de poder en la Argentina, fue editado por el Centro de Estudios Nacionales en 1963 6 (cf. Grondona, 1963), creado por el político correntino tras su salida del gobierno . Así como Política y gobierno fue un trabajo de divulgación, este fue una conferencia: el rol periodístico de Grondona lo ponía como un analista de credenciales académicas capaz de circular por proyectos heterogéneos.
     El período en el ministerio del Interior fue seguido por una multiplicación de Grondona en diversos ámbitos: en 1963 apoyó al sector Azul con notas con el seudónimo “Fabio” en el diario El Mundo, lanzó el boletín Comentarios sobre la actualidad nacional e internacional (que se distribuía por suscripción), se acercó al universo de la consultoría empresarial de la mano de Miguens. Al año siguiente, ingresó como docente en la Universidad del Salvador y llegó como columnista político a Primera Plana, fundada el mismo 1962 en que se editó su primer libro y Frondizi dejó la presidencia. La publicación lanzada por Jacobo Timerman, en un punto, coincidió con el perfil del columnista y ensayista, que se volvería una firma clave de la revista (Mochkovsky, 2003; Sivak, 2005) Ligada al sector Azul y tomando como espejo el nuevo periodismo norteamericano, Primera Plana buscó la modernización por salto autoritario: “Fuimos golpistas objetivos”, señaló Grondona muchos años después, para subrayar el tipo de golpismo que promovía el núcleo duro primeraplanista, con el eje en una búsqueda del desarrollo “a toda costa”, que por ello ponía en un lugar supletorio a la democracia. Asimismo, el rol modernizante del empresariado, que Primera Plana colocaba en el eje de su visión, ligaba las preocupaciones de la revista con el activismo de Grondona en el ámbito de la consultoría.
    La imagen asentada del Grondona que construía la figura de Juan Carlos Onganía horadando al presidente Arturo Illia es, sin embargo, caricaturesca: el periodista y abogado no vio con malos ojos inicialmente al radical, si bien lo fustigó largamente desde la revista de Timerman. Una tapa de Primera Plana grafica el paso de uno a otro plano: “¿Dos años perdidos?”, se preguntaba la publicación al cumplirse el segundo aniversario del cordobés en la presidencia. Sobre esa interrogación, tanto el enfoque general de la revista como el de su columnista comenzaron a criticar lo que veían como la parsimonia del radical del Pueblo. Promoviendo la figura de Onganía a modo de contracara dentro de un marco analítico más complejo, que le permitía hilvanar su ideario liberal-conservador con las posiciones que expresaba el militar y el mismo nacionalismo católico en el cual este se insertaba ideológicamente (Vicente, 2014b). Una suerte de convergencia desarrollista autoritaria que, finalmente, acabó en decepción, como pintó Grondona en una frase antológi8 ca décadas luego: “Queríamos un De Gaulle y nos salió un Franco” .
     El dictum no era baladí: Grondona era un admirador del líder francés, el político más cercano a su idea de realismo político. A medida que el proyecto del dictador se mostraba incapaz de llevar adelante las perspectivas de Grondona, sus columnas comenzaron a exponer críticas cuyo tono se haría más punzante. En ese momento, se sumó como embajador plenipotenciario de la cancillería liderada por Nicolás Costa Méndez y como asesor de Planeamiento entre fines de 1968 y mediados de 1969, momento en que atemperó las críticas que dirigía al gobierno dictatorial en frentes diversos. La sentencia antes citada hacía eje en un plano que acabó siendo el centro de las críticas liberal-conservadoras y del “grupo Criterio” al militar: su autoritarismo cultural, enfatizaron, mostraba que no habría modernización posible con los niveles de censura y cerrazón promovidos por el general y un sector intransigente de su heterogénea alianza que incluía nacionalistas y liberales, tecnócratas y católicos. El Cordobazo le puso fin a la experiencia de Grondona en el gabinete de Onganía, cuando el general renovó su equipo.
     En esos años, finalmente, el rostro de Grondona comenzó a llegar a los hogares ya no solo desde las páginas de la publicación de Timerman sino desde la televisión. Primero fue Parlamento 13, como panelista, posteriormente TeleOnce Informa, como presentador, y luego Tiempo Nuevo, donde inauguró su dupla con Bernardo Neustadt a fines de 1969. Neustadt tenía un pasado militante en el peronis mo, aunque no había sido castigado por ello por la “Libertadora”. Compartía muchas de las ideas de modernización que circulaban del liberalismo al desarrollismo y donde coincidía con su nuevo compañero. El periodista punzante y de tonos álgidos representado por Neustadt, de un lado, el analista sereno y de estilo académico compuesto por Grondona por el otro, dieron un efectivo rostro de Jano a la pantalla política caliente durante décadas. Esas diferencias los marcaron, según narraron ambos, desde su primer encuentro, cuando Neustadt quiso conocer a Grondona tras leer sus notas (sin firma, recordemos) en La Nación a principios de 1962 (Sivak, 2005). El abogado y columnista reconoció en diversas ocasiones que de Neustadt aprendió a hablarle a las personas de todos los días, a reformular los temas coyunturales y la información urticante en bases para su análisis político: parte de esa gimnasia se pudo leer cuando su pluma como columnista, la recepción de sus libros y su perfil televisivo lo llevaron también a la popular revista Gente, a principios de la década de 1970, la de mayores ventas en el país, y fueron parte de las argumentaciones que blandió en defensa de su estilo cuando recibió críticas por un “giro frívolo” en los años ’90, como veremos en la sección siguiente. Precisamente en la publicación de Editorial Atlántida, Grondona le habló a un público amplio con sus temas basamentales: la prosecución del orden capaz de articular el desarrollo.

En los momentos de violencia triunfan las banderas del orden porque las mayorías temen con razón la vuelta a la guerra universal, a la ley de la selva. La Argentina se halla en un punto elemental de la vida política: en la necesidad de convertirse otra vez en una sociedad segura bajo la protección de un Estado que garantice el monopolio de la coacción (Grondona, 1972: 28).

    Allí llamaba a la dirigencia local a entender el miedo social a la violencia, inscrito en una historia nacional que, contra lo que en su lectura sostenían visiones cándidas, era indudablemente violenta, para dar lugar a un gran movimiento social y político en favor del orden, ya no solo de la ciudadanía interesada en la política (a la que le habló desde La Nación o Primera Plana) sino del grueso de la sociedad. No se trataba de un tema de elites ni de audiencias politizadas, sino de un problema transversal. El final del “onganiato” había dejado en claro que los péndulos entre democracia y dictadura, represión y violencia, debían cerrarse o la alternancia entre dictadura omnímoda y violencia social sería una dinámica permanente.
    Justamente en esos momentos, mientras la segunda etapa de la “Revolución Libertadora”, liderada por el sector liberal del ejército encabezado por Alejandro Lanusse abría puentes de diálogo con los partidos políticos, incluido el peronismo, Grondona rehizo su relación con Timerman, maltrecha tras la experiencia de 9 Primera Plana y se sumó a La Opinión, el diario que el editor lanzó en 1971 . Los vaivenes de la relación entre ambos eran comidilla del periodismo porteño: para Timerman, Grondona podía ser un día el mejor columnista del país y otro un antisemita, el tercero un intelectual brillante y al cuarto una insondable estrella periodística. Para Grondona, Timerman era volcánico e injusto, al mismo tiempo que un mentor para su generación y un editor magistral. La coincidencia de ambos en los veranos de Punta del Este volvió a acercarlos y abrió las puertas a que Grondona regresara a la prensa periódica.
     Si revistas del New Journalism como Time o Newsweek habían sido la inspiración estética de Primera Plana la década previa, La Opinión tomó al francés Le Monde como modelo. También aquí hubo una coincidencia en las miradas de Timerman y Grondona, no solo sobre la necesidad de ordenar al país sino sobre quién podía (e incluso, de cara a la historia, debía) hacerlo: Perón. Si bien Grondona había tenido contactos con el general Marcelo Levingston como posible miembro de su gobierno, para los primeros setenta el periodismo y la vida académica se convirtieron en sus únicas actividades: el tiempo del retorno de la democracia implicó también el de un cierre en su perfil múltiple. Las principales argumentaciones de Grondona para ver con buenos ojos el retorno del líder justicialista eran, por la positiva, la esperanza en la posible capacidad magmática del ex presidente de rearticular la dinámica política argentina, casi al modo de una presa de (en una idea que articulaba el vocabulario de los movimientos populares con el de las tradiciones liberales locales) unidad y organización nacional; por la negativa, su evaluación tajante de los gobiernos que siguieron al de Perón. El político y militar era, entonces, el único capaz de unificar a un país desarticulado y hacerlo “desde el centro”, tal como subrayaba Grondona en su tono moderantista que apelaba, nuevamente, a ordenar a la Argentina de los extremos (Vicente, 2022). Esa misma idea campeaba en Los dos poderes, un libro que se editó ese mismo año y mostraba que la Argentina tenía un doble problema sistémico: el de su presidencialismo y el de Buenos Aires como ciudad capital (Grondona, 1973).
    Grondona comenzó a publicar regularmente columnas en La Opinión en mayo de 1973, como principal firma política del diario. En la etapa organizativa del periódico, Timerman había confiado a Horacio Verbitsky y los hermanos Julio y Juan Carlos Argañaraz la confección de la idea rectora y el plantel. El nombre de Grondona era visto como posibilidad de dar un rostro ideológicamente plural a una redacción que Timerman veía identificada con posiciones de izquierda. Pero esa combinación no se dio, y fueron las reformas en La Opinión a principios del ’73, finalmente, las que lo colocaron como columnista clave, cuando la sinergia con Timerman se repitió: si bien con diferencias, el director y el analista llevaron las voces programáticas ante el proceso de apertura electoral.
    La idea ordenancista mantuvo la expectativa de Grondona durante la compleja etapa del regreso de Perón al poder y, tras la muerte del referente justicialista, buscó ese orden en los políticos profesionales peronistas, la figura del caudillo radical Ricardo Balbín e incluso en el ministro de Bienestar Social José López Rega, numen de la ultraderecha peronista. Con el deceso de Perón, la Argentina, decía Grondona, se había enfrentado a “la hora de la verdad”: sin su figura totémica, la sociedad se hallaba ante su verdad: sus extremismos no se cifraban en un hombre, sino en ella misma.
    El complejo período de Estela Martínez de Perón al frente del gobierno implicó también la gradual salida de Grondona de La Opinión y su centralidad en Carta Política, que pasó a dirigir en 1976. Allí, el realismo político de Grondona fue moviéndose a un ordenancismo más pronunciadamente derechista: como otros referentes del espacio liberal-conservador, Grondona quiso que el “Proceso de Reorganización Nacional” fuese una dictadura capaz de refundar una Argentina que entendió desquiciada (Vicente, 2015). También allí coincidió con Timerman: ya no se trataba de peronismo-antiperonismo, ni siquiera de la figura de Perón, sino de la violencia enquistada en la sociedad, esa que estaba “ante su verdad” sin Perón. Grondona Participó de las alternativas del “grupo Azcuénaga”, que ligó intelectuales, políticos, militares y empresarios que buscaron crear un plan político para la última dictadura, en parte de la mano de ideas que el mismo Grondona circulaba desde Carta Política. Jaime Perriaux, el jurista que articulaba el grupo, había promovido una interpretación orteguiana de la historia argentina a la luz de las ideas del propio Grondona en La Argentina en su tiempo y en el mundo. Apenas iniciada la dictadura, otro de los integrantes del nucleamiento, el economista y manager Ricardo Zinn (que había secundado a Celestino Rodrigo en su gestión económica), puso en términos explícitos la lectura orteguiana de Perriaux: se trataba de refundar la Argentina sobre la base de una nueva generación político-intelectual que superase la Argentina populista de Perón y Balbín y se insertara en el Occidente capitalista con una democracia republicana creada y tutelada desde la propia dinámica procesista (Perriaux, 1969; Zinn, 1976).
    En la etapa dictatorial, Grondona colaboró en un plan político para la Fuerza Aérea y escribió textos programáticos en El Cronista Comercial, que firmó con el seudónimo Giucciardini (eje las críticas que le dirigirían en los ’90 sus adversarios cuando se conoció su autoría), desde una cruda defensa de la razón de Estado y el realismo político. Durante “el tiempo del Proceso”, además, Grondona dirigió también la revista Visión, especializada en política internacional, desde donde comenzó a construir un perfil de analista internacional al que volvería en diversas ocasiones, especialmente desde 1987 en su retorno a La Nación y en su trabajo académico en Harvard en la misma época.
     A diferencia de otros intelectuales del espacio liberal-conservador que se mostraron decepcionados con el derrumbe del “Proceso”, sobre el final de la dictadura Grondona realizó un trabajo de recuperación de los principios democráticos, a los que colocó como horizonte central de la época. En La construcción de la democracia, que publicó por EUDEBA, los postuló como base de la convivencia social y política para (re)construir una cultura política posible de ser considerada como tal, al tiempo que releyó bajo esa óptica retrospectiva su trabajo de la década previa (Grondona, 1983). Este posicionamiento se trató tanto de una operación intelectual para recolocar su figura en el tiempo que se abría con la transición como de una lectura aguda sobre la democracia como el único horizonte del momento. Parte de ese tono se pudo apreciar en la revista política AFondo, que dirigió en esa etapa y cap0 turó varias de las inquietudes de la transición . En un punto, la dicotomía que atra- 1 vesaba a “los hombres del Proceso” entre una transición acelerada o una transición por etapas, se resolvía en Grondona como una transición etapista pero dinámica: como con Carta Política años antes, Grondona interpretaba los tiempos políticos desde sus ejes: promover el orden para el desarrollo, pero ahora se imponía la prédica sobre una sola dinámica posible, la democrática. 

    La transición de principios de los años ’80 abrió el segundo ciclo de la vida pública de Grondona: el de la democracia, tras el cierre de la etapa donde buscó que el orden del equilibrio abriera las puertas al progreso, bajo el sino de la democracia moderantista para el desarrollo, pero también por medio de salidas autoritarias capaces de dar con el desarrollo que con su acción lograse un orden finalmente democrático. En lecturas posteriores, destacó que sus posiciones, de las que hizo en parte autocrítica y en parte enfatizó una contextualización que las extendía al universo liberal e incluso la cultura política local, distaban de ser sólo suyas. Sin embargo, durante los primeros años de la restauración democrática, su nombre y el de Neustadt quedaron asociados al “Proceso”, como parte del periodismo complaciente o activista de la dictadura, llegando incluso a ser objeto de ironías en voces como la revista Humor, que caricaturizaba a Grondona como un ave zancuda: elegante y de pico estilizado. Lentamente, Grondona comenzó a construir una salida de esa figura, desde el periodismo y desde el ensayismo: se construyó como un teórico y un analista de la democracia, que logró aceptación a derecha e izquierda.
     Al tiempo que la Argentina reconstruía su sistema político durante la presidencia del radical progresista Raúl Alfonsín, el liberalismo local (en sentido amplio) expresaba una serie de transformaciones que, de la mano de los movimientos que se daban en las dinámicas internacionales, lo llevaron a acercarse a una concepción más abierta sobre esa tradición que, en sus palabras, implicó un verdadero descubrimiento. Ello marcó un giro en sus intervenciones: más allá de su rol como periodista y de su ensayística vinculada a la política argentina, Grondona se propuso escribir un ciclo de trabajos académicos (pero capaces de llegar a un público amplio) de inspiración weberiana al que llamó, alternativamente, “trilogía de los valores” o “trilogía del desarrollo”. Basados en los cursos de Historia de las Ideas Políticas que dictaba en la Facultad de Derecho de la UBA, los dos primeros tomos, Los pensadores de la libertad y Bajo el imperio de las ideas morales se editaron sucesivamente en 1986 y 1987 por Sudamericana, mientras que el cierre llegó recién a fines del siglo, cuando en 1999 se publicó Las condiciones culturales del desarrollo político (que había anunciado reiteradamente con diversos títulos durante esos casi quince años), cuyo punto de partida habían sido una serie de seminarios que dictó en la Universidad de Harvard.
     Grondona llegó a la universidad de la “Liga de hiedra” para dictar una serie de charlas y cursos en 1985, como parte de las actividades por los 300 años de la institución y comenzaron las tratativas en las que fueron centrales Samuel Huntington, Wenceslao Bunge y Jorge Domínguez. Eran nombres de relevancia: Huntington, uno de los principales politólogos de los Estados Unidos, era de los autores que Grondona enseñaba desde sus cursos en la USAL dos décadas antes, al que había conocido por medio de la Fundación Piñeiro Pacheco a fines de los ’70. Bunge había presidido el Club Harvard en la Argentina a principios de la década de 1980 y era uno de los principales contactos de la casa de estudios en el país. Domínguez, discípulo de Huntington, era una figura central del Departamento de Estudios Lati noamericanos. Bunge y Domínguez impulsaban la creación de un Centro Argentino en la universidad, y Grondona apareció como una figura de interés para el estilo de reclutamiento de Harvard: la convocatoria a figuras de trayectoria académica y visibilidad pública.
En 1988, finalmente, se convirtió en profesor visitante durante una parte del año y entre sus colaboradores estuvo Martín Redrado, que realizaba sus estudios de posgrado en Administración en la misma universidad. De los vínculos en Harvard, Grondona daría cuenta en sus lecturas modélicas de esta etapa: la democracia liberal podía graficarse con las ideas de su ala derecha, Robert Nozick, y de su ala izquierda, John Rawls, dos de los más destacados intelectuales de la casa: el autor de Estado, anarquía y utopía representaba la centro-derecha o el neoliberalismo, el de Teoría de la justicia, la centro-izquierda o la socialdemocracia.
    En un punto, el Grondona de fines de la década de 1980 comenzaba a distanciarse de la figura de Neustadt tanto como se alejaba de su pasado de vínculo con dictaduras: romper la dupla apareció como el paso siguiente, que configuró un hito clave en la construcción de su perfil remozado. Grondona se hizo referente del periodismo televisivo sin la compañía de Neustadt, desde Hora Clave, el programa político que lanzó en 1989 y donde se probó con éxito como conductor: comenzó a transformarse en el principal periodista político televisivo del país. Desde ese rol estelar, articuló sus columnas en La Nación con la producción de libros que imbricaban coyuntura y problemáticas de mayor alcance, reformulando aquella tesitura con la cual producía en los años sesenta. El posliberalismo (Grondona, 1992), La corrupción (Grondona, 1993), La Argentina como vocación (Grondona, 1995) y El mundo en clave (Grondona, 1996), formaron parte del entramado entre periodismo y ensayo, sistema editorial y construcción de figuras que caracterizó a una parte importante de los vínculos entre periodismo y edición en esa etapa (Baldoni, Gómez Rodríguez y Monteleone, 2018). El ensayista liberal-conservador de antaño hizo una autocrítica pública de sus posiciones de apoyo a las dictaduras pasadas pero, como marcamos y de modo alberdiano, enfatizó que los liberales argentinos operaron como un colectivo marcado por limitaciones éticas en su modo de entender la doctrina: más preocupados por la flotación del dólar que por la de cadáveres en el Río de la Plata durante la represión ilegal de la última dictadura, como subrayó en una frase de alta repercusión. Pronto alertaría que también muchos eran ajenos al drama social y las condiciones éticas de las reformas neoliberales de los noventa, tal gustaba marcar repetidamente al elogiar estructuralmente ese rumbo, como veremos.
       Como ya había marcado tres décadas antes, el liberalismo clásico estaba agotado, pero en su centro mismo estaba la salida hacia el siglo XXI. El posliberalismo era entonces la fórmula para una realidad marcada por la caída del Muro de Berlín en el mapa internacional, que Grondona llamó “la toma de la Bastilla de nuestra época”, y del abrazo entre el presidente peronista Carlos Menem y el ícono antiperonista Isaac Rojas en el local: el fin de la guerra fría y de la dicotomía peronismo-antiperonismo marcaban el contexto de un tiempo que debía redefinir la tradición liberal de manera dinámica. En la Argentina, ello implicaba una centralidad de las pautas éticas y el final del monólogo del liberalismo como vertiente únicamente escorada en la derecha. Que el libro fuera presentado por Juan Carlos Portantiero, un referente de la socialdemocracia (con quien habían compartido columnas en La Opinión), mostraba que el universo progresista había aceptado a Grondona: era visto como la voz más equilibrada del periodismo político, como lo definió la revista Noticias desde una tapa.
         Esas posiciones y su diálogo con figuras del progresismo político (Carlos “Chacho” Álvarez, Graciela Fernández Meijide, Rodolfo Terragno, entre otros), periodístico (incluso críticos públicos de su primera etapa, como Jorge Lanata y Horacio Verbitsky) y del universo de las Organizaciones No Gubernamentales (como Luis Moreno Ocampo o Marta Oyhanarte) lo pusieron en vínculo con el heterogéneo espacio progresista de la etapa, donde una concepción fluida del progresismo en el universo periodístico le daba un lugar central a Grondona como voz centrista. En ese marco, firmas como las de Eduardo Rinesi o Tomás Abraham, que citamos, hicieron eje irónico en la presunta “reconversión” de Grondona y su rol entre/ante el periodismo progresista11 . No faltaron, efectivamente, voces sorprendidas o suspicaces ante “el giro” de Grondona: como plasmó una boutade de gran repercusión del escritor Jorge Asís, era el menemismo el que colocaba como progresista a Grondona: “Menem hizo milagros, hizo que el profesor pase por progresista”, le dijo en un programa cuando Grondona criticaba a Menem. Empero la filosa ironía del autor de Flores robadas en los jardines de Quilmes, en ese momento embajador en Francia, ese “giro progresista”, como lo llamó el propio columnista, estuvo lejos de producirse de modo rápido en esos mismos años noventa (al modo de los virajes políticos teorizados por John Bunzel -1990) y fue, antes bien, una consecuencia del proyecto planteado con claridad en el cierre de la última dictadura. Sin embargo, el final de la década y el inicio del nuevo siglo comenzaron a marcar el cierre de esa etapa donde Grondona era tapa de las revistas de chimentos, su estilo se hacía eje analítico del “periodismo para periodistas”, recibía distinciones como conductor televisivo y los alumnos de Derecho abarrotaban sus clases magistrales, pero donde también su vida privada era motivo de interés mediático, sus ensayos eran criticados como meras estrategias de posicionamiento o su pasado en la interna militar llegaba a recibir dardos envenenados del propio presidente Carlos Menem cuando Grondona criticaba sus manejos institucionales.
     Estas polémicas tuvieron dos grandes vertientes sobre finales de la década: el primero, la entrevista donde Grondona enfrentó al referente socialista Alfredo Bravo con Miguel Etchecolatz, quien fuera su torturador. Las críticas señalaron que se trató de una revictimización del fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, y Grondona se defendió, pero finalmente asumió una mirada autocrítica, cuando señaló que debió marcarle a Etchecolatz que su versión de la represión, estaba comprobado, era falsa. El segundo, fue su entrevista a Susana Giménez tras los escándalos por su separación del ex polista Humberto Roviralta. La nota fue tildada como frívola y se acusó a Grondona de acercarse al fenómeno de la televisión basura. Sin embargo, su defensa fue subrayar la importancia de la agenda mediática en el análisis de la actualidad: si Susana era una de las principales figuras del país (como Menem, pero también como Diego Maradona, como Cavallo, pero también como Marcelo Tinelli), era noticia. Grondona explicó que había escrito en Gente en los ’70 con la misma perspectiva: no despreciar los temas ni formatos populares ni su rol en la agenda periodística.
En parte debido al impacto de esas críticas, en ese momento Grondona volvió a enfatizar un rostro social en sus intervenciones, denunciando los desmanejos institucionales y sus consecuencias sociales y su impacto político: como parte del mapeo de la crisis que avanzaba con la década y anticipaba los problemas que heredaría el gobierno que llegase al poder en 1999, Grondona ponía en primer plano un tema que atravesaba a la sociedad. Acercaba a “las víctimas” del modelo y a voces que ponían la cuestión social en primer plano. Grondona advertía una y otra vez que las materias pendientes de la Argentina agotaban el horizonte nacido con la transición, y la salida progresista se mostraba incapaz de producir las correcciones necesarias del modelo menemista y articular, en el mismo movimiento, una democracia liberal de rango amplio, capaz de contener a centro-izquierda y centro-derecha en una dinámica virtuosa donde una enfatizara derechos y otra rigurosidad. La corrupción era un problema de primera dimensión, pero no se trataba solo de un fenómeno crematístico, sino de un drama institucional, que continuaría si la creación de la Alianza entre la Unión Cívica Radical y el Frente País Solidario se quedaba solo en un discurso antimenemista de superficie.
    Aquí estaba la lectura profunda de Grondona sobre el tiempo de la democracia: el péndulo centro-izquierda/centro-derecha como constructor de una democracia liberal de rango amplio. En la Argentina, la centro-izquierda radical, sumada a la renovación peronista, había dado la primera tónica democrática, con el afianzamiento institucional, y la centro-derecha peronista, con el aporte de la Unión del Centro Democrático de Álvaro Alsogaray, había realizado la modernización económica. Era necesario, entonces, otro giro al centro-izquierda capaz de dotar de sentido social al modelo democrático. Allí latía el potencial, pero también los peligros que acechaban a la Alianza, en un momento donde las reformas del menemismo habían terminado por vaciar de sentido al Estado: “Acá no hay Estado. Yestá probadísimo que no hay desarrollo económico sin Estado fuerte, autónomo y no penetrado por lobbies. Sin un Estado capaz de diseñar una estrategia y defenderla de los grupos de presión no hubo desarrollo en ninguna parte”, advertía el mismo año de asunción de la coalición en el gobierno nacional.
      Esas lecturas se plasmaron centralmente en marcas que aparecían en Las condiciones culturales del desarrollo (cuyo tono desdecía por momentos el lenguaje alerta pero esperanzado de sus dos antecesores: no en vano, más de una década los separaba), pero esencialmente en sus intervenciones en televisión, conferencias y en las columnas en La Nación y su posterior reversión en La realidad. El despertar del sueño argentino, que se editó meses antes del estallido de diciembre de 2001 que implicó la caída del gobierno del radical Fernando De la Rúa y una salida política de la crisis sumamente traumática (Grondona, 2001).
      Este último libro recogía el aura de malestar del momento, como si una capa gris cayera sobre sus páginas y le diera sentido a la ironía que ocultaba el título: no se trataba de un despertar a un sueño bello a la manera de horizonte, sino del despertar de un sueño atontador que había frustrado una y otra vez la chance de pensar un verdadero orden para el progreso. Un país que creyéndose rico, enfatizaba Grondona, porfiaba en no construir una cultura democrática capaz de llevar a un desarrollo auténtico, y por ello se aislaba en compartimentos estancos: otrora desarrollo por encima de democracia, que acababa por no dar ni uno ni otro y destruir la cultura democrática necesaria para el desarrollo; ahora, democracia por encima de desarrollo, como si con ella alcanzara, lo que dejaba a ambos incompletos y con las consecuencias a la vista.
En ese trabajo, los escollos que Grondona había marcado en su trilogía previa, con mayor énfasis en el cierre de ese tríptico, donde las advertencias se habían hecho más imperativas, aparecían ahora en primer plano, pero abordados con una mayor atención a lo coyuntural. En parte por su origen en columnas periodísticas que reformulaba, en parte por un interés en aplicar sus típicas reflexiones modélicas a figuras en actividad, pero en parte también por una voluntad de atar el evidente cierre de una etapa en un nudo entre el día a día y los ciclos, entre coyuntura y estructura: el mayor reclamo de Grondona a las figuras políticas era, por momentos dicho de modo directo y en otros de manera indirecta, estar ciegos ante el mayor desafío, no notar el final de época y obrar en consecuencia. En ese sentido, la construcción de la Alianza había cobrado un especial interés en sus propuestas ya que, como marcamos previamente, su relación profesional con políticos de referencia en el radicalismo y el FREPASO, su cercanía con el presidente De la Rúa, su lectura de la necesidad de una superación del menemismo por la vía de la reformulación antes que por la de la negación, eran centrales para la expectativa que colocó en el gobierno aliancista.
     Con el legado de centro-derecha menemista expresado en una serie de logros centrados en la modernización y debilidades basadas en su desapego republicano y desatención a la crisis social, la Alianza aparecía en la lectura modélica de Grondona como la fórmula capaz de brindar un equilibrio sistémico de centro-izquierda, como marcamos: una alternancia virtuosa plausible de corregir los excesos de un Menem que gustaba, según él mismo señalaba, de la “cirugía sin anestesia”. Las principales personalidades del gobierno aliancista, elogiadas en diversas ocasiones por Grondona, eran leídas en sus intervenciones como políticos que reunían trayectorias de buen calado social (De la Rúa como jurista, Fernández Meijide como referente de Derechos Humanos, Álvarez y Terragno como intelectuales), imágenes de prestigio y valoración entre los votantes, las voces públicas, el empresariado y la mirada externa, pudiendo completar el modelo que las propias limitaciones del menemismo le habían impedido construir como su propia sucesión. No era de extrañar, entonces, que la pluma del columnista una y otra vez les dirigiese exigencias articuladas con el subrayado de esos perfiles, la misma que dirigió a Domingo Cavallo, ministro de Economía tanto de Menem como de De la Rúa: economía de prestigio técnico pero ciego a lo social e incluso a lo ético, en parte por el éxito de su mirada tecnocrática (que le habría jugado en contra en su candidatura presidencial en 1999).
      Las tomas de posición públicas de Grondona en favor de la Alianza tenían, además, un doble sentido: por un lado, como reconoció abiertamente, a fines de los ’90 había sido “un frepasista, como gran parte del periodismo de esos años”. Por otro lado, la cercanía del autor de La corrupción con los referentes del espacio tenía una clara carnadura social: una encuesta que preguntaba por las mejores figuras independientes para encabezar una boleta porteña daba a Grondona segundo, detrás de Aguinis. Si bien compartían una pertenencia a la familia liberal amplia y la cercanía a De la Rúa (el autor de La cruz invertida fungió como asesor durante su gobierno), el columnista y el novelista tenían modos muy diferentes de encarar lo público. Pero en ese momento coincidían en un discurso marcado por ciertos ejes comunes en torno a la moralización de la vida pública, el combate a la corrupción y la necesidad de una modernización no excluyente que, como mostró dramáticamente el final del gobierno de un De la Rúa cada vez más aislado de la Alianza original, no llegaría.
       La realidad, en ese sentido, poseía un tono que, no exento de las clásicas aperturas de horizontes esperanzados de Grondona, aparecía marcado por el signo de la desazón presente y la catástrofe inminente, que finalmente se concretó en los estallidos de finales de 2001. Como en 1983, se cerraba una etapa del país y una en la trayectoria del columnista.     

Orden republicano para el progreso 

    La crisis de 2001, la salida de ella con la coordinación de una gran parte del peronismo conducida por el senador Eduardo Duhalde en vínculo con Alfonsín y un sector del radicalismo, posteriormente la llegada al poder de Néstor Kirchner en una alianza de base peronista (el Frente para la Victoria), operaron como frontera entre etapas. En las elecciones de 2003, Grondona abrió un paréntesis de esperanza con la candidatura presidencial del economista neoliberal de origen radical Ricardo López Murphy, que había formado la fuerza Recrear para el Crecimiento tras su paso por el gabinete de De la Rúa y que, en la mirada de Grondona, aportaba una mirada ética ausente en la candidatura parangonable de Cavallo cuatro años antes, sin perder rigor técnico. El ex aliancista había desarrollado una sonada campaña basada en su crítica a los políticos “de siempre” y la articulación entre su imagen, parangonada con la de un bulldog, y sus ideas férreas, sumando apoyos de intelectuales diversos, tanto provenientes de la centro-izquierda como de la centro-derecha: en ese sentido, recreaba el equilibrio promovido por Grondona. Para el columnista, las candidaturas de los peronistas Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saa, como la de la ex radical Elisa Carrió, eran riesgosas: veía a los dos primeros como políticos autoritarios, jerarcas de provincias periféricas, y a la segunda como una cruzada. Luego, apoyó a Carlos Menem para la finalmente trunca segunda vuelta electoral, de la que este desistió ante los malos números en las encuestas. Basado en su tradicional enfoque ordenancista de realismo político, que anteponía la figura de un político experimentado para la poscrisis de ajuste sobre su propio modelo por encima del gobernador de una provincia sureña, distante de las lógicas cosmopolitas a las cuales el propio ciclo menemista había abierto al país, el criterio de Grondona encontró en Kirchner a un político en sus antípodas, al punto que su asunción abrió la última etapa de la trayectoria del columnista y ensayista.
    La figura del ex gobernador santacruceño despertó resquemores en Grondona aún antes de asumir: lo consideraba un político menor, el líder férreo de una provincia poco poblada, geográficamente lejana al centro neurálgico del poder político y simbólico porteño, incluso con una gimnasia política distante a empardar la de su esposa, la senadora Cristina Fernández, que había circulado por el piso de Hora Clave. En un punto, para el columnista Kirchner era un representante de prácticas que la Argentina debió dejar de lado con la transición democrática o (al menos) la modernización del peronismo, algo que subrayaría una y otra vez: el patagónico era una rémora. El discurso progresista del abogado peronista no seducía a un Grondona que iba retomando la centralidad de algunas de sus miradas ancladas en el liberalismo-conservador previo a 1983, destacando que ese progresismo sin elementos liberales (como, a lo sumo, podía concederle a Kirchner) era tan peligroso como una democracia sin ellos, como había dicho del primer peronismo. Si bien nunca usó un término como totalitarismo, paulatinamente Grondona comenzó a calificar a la experiencia kirchnerista como “dictadura intra-democrática” o “dictadura vertical”: es decir, un liderazgo monista al interior del peronismo que por ello impactaba de modo sistémico sobre la política argentina. Ello lo llevó a proponer la necesidad de un pacto social y político amplio capaz de superar la experiencia iniciada en 2003 y repensar, en un segundo movimiento, nuevamente el problema del desa2 rrollo (Grondona, 2009; Grondona, 2011) . 1 2
    Lejos, entonces, de parecerse al tipo de progresismo que el analista proponía durante los años anteriores, de corazón liberal y capaz de expresar políticamente el cambio cultural que pusiera en diálogo a la Argentina “en el tiempo y en el mundo”, rápidamente Grondona comenzó a utilizar un término que fue clave en las primeras críticas al gobierno de Kirchner: se trataría, antes que de un progresismo pleno, de “setentismo” (Grondona, 2004). Adiferencia de las lecturas de superficie sobre ese término que circularon en los primeros años de la gestión del ex gobernador patagónico, que apuntaban a la identificación militante de Kirchner y parte de su gabinete con la Juventud Peronista de aquella década, la tesis de Grondona adelantaba una crítica que se haría más extendida luego entre las voces de la intelectualidad de derecha: el setentismo del nuevo gobierno sería una reconstrucción democrática del ideario que en los setenta representó la organización político-armada Montoneros, como efectivamente señalaban esas voces, pero en su uso instrumental de la democracia habría una astucia gramsciana, señalada por el columnista antes de que esa lectura sobre el kirchnerismo ganara centralidad (cf. La Nación, 2011; Laje y Márquez, 2016).
    Las posiciones de Grondona convergieron con la línea de las editoriales de La Nación que, empero, mantenía una posición equilibrada en las secciones de Política y Economía, así como abría sus páginas a entrevistas con intelectuales cercanos al gobierno, y con la posición de José Claudio Escribano, quien desde los primeros días del gobierno chocó con el presidente y su jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Si bien el presidente y varios de los referentes de su espacio confrontaron con lo que el propio Kirchner llamó “la derecha irracional”, las posiciones hacia los medios de comunicación fueron en general pragmáticas, alejadas de las lecturas retrospectivas que harían periodistas, políticos e intelectuales identificados con el kirchnerismo y la oposición años después. En un punto, desde el propio universo periodístico se tematizó la agenda mediática, en continuidad, pero con rupturas con “el periodismo para periodistas” de la década anterior: así, Noticias podía dar un trato equilibrado a la figura de Escribano e ironizar sobre Julio Ramos como “el último dinosaurio” o la revista satírica Barcelona circulaba en el periodismo político como un análisis cáustico sobre los lugares comunes del periodismo político.
    Allí comenzó un proceso de quiebre en el programa televisivo de Grondona: si bien desde el inicio del nuevo ciclo iba perdiendo centralidad, Kirchner impidió a sus funcionarios que visitaran el programa. Si bien políticos con entidad propia como el ministro de Economía Roberto Lavagna o el vicepresidente Daniel Scioli o con relaciones familiares con Grondona, como el canciller Rafael Bielsa (hijo de un destacado jurista ligados a los círculos de Derecho), asistieron al piso, la falta de presencia constante de voces del gobierno transformó al programa, en la propia interpretación de Grondona, en una tribuna de opositores y analistas. Ello impactó también en cómo el columnista evaluó el estilo político de Kirchner y su círculo cercano. El paso pausado del programa la televisión por cable pareció no sólo subrayar el lugar lateral que Grondona comenzaba a tener en el periodismo televisivo, sino la suerte de ostracismo a la que, entendía, lo había llevado aquella dinámica.
    La señal de alerta que Grondona hacía en sus columnas de La Nación tenía una caladura en el espacio intelectual del periódico (que, en un punto, operaba aquí como un “intelectual colectivo”, como propuso Ricardo Sidicaro -1993): por un lado y como mencionamos, ante la asunción de Kirchner, el subdirector Escribano, actor central del diario, publicó una nota de tapa en el matutino con duros planteos para el futuro gobierno (Escribano, 2003; cf. Caligaris y Ezcurra, 2021). Esta fue respondida en términos similares por el propio presidente y voces de su entorno, en tanto desde sectores que apoyaban la naciente gestión se la consideró “un pliego de condiciones”, como lo expresó Verbitsky desde Página/12 (Verbitsky, 2003). Por otra parte, en la serie de entrevistas que se publicaron durante los primeros meses del nuevo gobierno, diversos intelectuales de un arco heterogéneo coincidieron con leerlo como referenciado en la década de 1970. En un punto, que voces simpatizantes con el novel gobierno utilizaran ideas similares (pero en sentido elogioso), le dio 3 entidad a esas ideas que informaron al temprano antikirchnerismo , al tiempo que 1 ello agrietó relaciones que se habían hecho cercanas (al menos profesionalmente) en los ’90, como las de Grondona con el propio Verbitsky, que habían tenido diversos vaivenes políticos y profesionales desde el final de la década previa.
    En el caso de ese quiebre entre dos de los periodistas más importantes del país, el problema atravesó a la organización que habían construido en la común oposición al menemismo: Periodistas. Fundada a fines de 1995, la agrupación tenía en su origen los diversos conflictos de profesionales del rubro con el gobierno de Menem. En ella convergieron desde firmas con décadas de trayectoria a los nombres centrales del periodismo surgido en la etapa democrática: la crítica al gobierno unificó a nombres distanciados ideológicamente y con trayectorias profesionales heterogéneas, de Joaquín Morales Solá a Ernesto Tiffemberg, de Magdalena Ruiz Guiñazú a Carlos Gabbeta. Las grietas en ese espacio, así, marcaron un punto de inflexión que permite ver los debates que atravesaron al periodismo en la primera etapa del kirchnerismo. Grondona había estado a punto de renunciar a ella en 1997, tras las críticas al programa con Bravo y Etchecolatz que marcamos en el bloque previo. Verbitsky se atribuyó frenar esa salida, lo mismo que otra en 2000, cuando se dio una polémica sobre la caracterización de la última dictadura y sus apoyos, donde incluso polemizó en público con Grondona. La escena fue tan sonada como la de Hora Clave que enfrentó al represor con su víctima: en un homenaje a Jacobo Timerman, Grondona marcó cómo él y Timerman habían leído los ini cios de la última dictadura, viendo diferencias entre militares “nacionalistas” y “liberales”. “La diferencia era que vos eras amigo de unos y no de otros”, señaló Verbitsky. “Mariano, Mariano…a pesar del paso de los años veo que no aprendiste nada”, devolvió Grondona.
    Con esos antecedentes de tensión (que no fueron los únicos), la agrupación profesional fue sacudida por el llamado “caso Nudler”, cuando el columnista económico de Página/12, el medio más cercano al oficialismo, denunció censura en una nota. Esta acabó siendo publicada en el espacio de la columna de Verbitsky, el principal periodista del diario, quien criticó los fundamentos periodísticos del texto, pero consideró inadmisible que se impidiera su publicación. Retrospectivamente, Verbitsky aún pone en Grondona y otros periodistas como Jorge Lanata, Claudia Acuña (dos ex Página/12) o Nelson Castro el detonante del quiebre de la organización, por su activismo en torno al “caso Nudler”. Periodistas finalmente se expidió señalando que el caso no implicaba censura, sino un caso de edición. Ello dejó disconformes a varios referentes, pero centralmente mostró las disidencias internas sobre la profesión y sobre cómo el nuevo contexto político condicionaba posicionamientos: se volvió una polémica sobre los condicionamientos políticos de la profesión en la etapa que se abría y, para Grondona, un modo de profundizar sus posturas. El propio Verbitsky subrayó años luego que para Grondona se trató de una manera de ejercer su oposición al gobierno, mientras que para los críticos al kirchnerismo se trató de un ejemplo negativo palmario, coronado por la cercana muerte de Nudler en 2005.
    Muchos de los argumentos que Grondona expuso en ese momento aparecieron en sus intervenciones durante los siguientes años, como si el “caso Nudler” fuese una suerte de pequeño Aleph borgeano para otear los sentidos del kirchnerismo. Como era práctica corriente, las columnas, conferencias o comentarios televisivos de Grondona comenzaron a girar sobre una serie de ejes en común, donde interpretar al kirchnerismo como un fenómeno liminar se volvió el centro de sus intervenciones: su idea de la necesidad de consolidar una democracia moderada mostraba que con la experiencia kirchnerista habían vuelto las posiciones extremas y se debía conjurar ese desborde democrático con una democracia moderada y, nue4 vamente como en el posperonismo, republicana . Justamente, el republicanismo, 1 que había vuelto al centro de la agenda con los excesos menemistas, reformulaba ahora sus sentidos ante los desbordes del kirchnerismo. También aquí, en un momento marcado por sus posiciones de oposición plena al gobierno, sin embargo, Grondona retomaba la historia en tres puntos clave: el primero era marcar que Néstor Kirchner se podía colocar dentro de los liderazgos que concentraban el poder durante períodos amplios, como Juan Manuel de Rosas en el siglo XIX y Perón en el XX, por ende, la oposición a su esquema entrañaba riesgos sociales y políticos sistémicos. En segundo lugar, por continuidad con ello, para Grondona el problema político central del kirchnerismo estaba en el estilo de liderazgo de Néstor y Cristina Kirchner, extensible a un círculo cercano, pero no al movimiento kirchnerista ni al peronismo, a los que veía como fenómenos heterogéneos doblegados ante el liderazgo vertical. En un tercer eje, por lo tanto, se debía atender al peligro de un antikirchnerismo radicalizado que quisiera sacar del sistema a los políticos, militan tes o referentes de ese espacio de manera absoluta. Ello implicaría repetir los peores enconos de la historia, impedir un orden productivo y, por lo tanto, nuevamente alejar el desarrollo con un conflicto circular.
    Los hechos abiertos en el “conflicto de la 125” que enfrentó al gobierno con sectores agroproductores e implicó meses de agitación durante 2008 tuvo un renovado protagonismo de Grondona. Por un lado, sus artículos en La Nación ejercieron una convergencia con la voz del matutino que logró un impacto similar al de 2003. Por el otro, una escena en Hora Clave lo colocó, también, en el centro de las críticas del kirchnerismo: tras la sonada votación “no positiva” del vicepresidente Julio Cobos, que desempató contra el proyecto de su gobierno e impidió la aplicación de las retenciones móviles a las exportaciones de soja y otros productos, Grondona ironizó con el presidente de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati, sobre la inmediata coyuntura jugando con el mes de julio y el nombre de pila del vicepresidente. Ello fue visto desde el gobierno y voces cercanas como una provocación de tonos golpistas, como si Cobos fuera a cubrir una posible ida del poder de Cristina Fernández. Contrariamente, la salida del atolladero fue de una gran dinámica para el gobierno que, tras perder las elecciones de 2009 y con la muerte de Néstor Kirchner ganó la agenda pública y la presidenta reeligió con el 54% de los votos en 2011.
    La elección arrolladora de Fernández de Kirchner parecía confirmar un diagnóstico que Grondona circulaba desde el clivaje agonal de “la 125”: era necesario un “Gran acuerdo del bicentenario”, como se denominó el grupo de intelectuales ligados a la centro-derecha al que se sumó Grondona entonces y que se organizó en el “Foro del Bicentenario”. Marcos Aguinis, Félix Luna, Rosendo Fraga o María Sáenz Quesada, entre otros, plantearon allí la recuperación de una República democrática caracterizada por la mejora institucional, mayores libertades, progreso económico y realización personal, donde el kirchnerismo era caracterizado como un populismo que cerraba de modo extremo la amenaza de anarquía de 2001: con el exceso de poder que podía devenir tiránico y, por ende, llegar a uno de los extremos del no-orden, imposibilitador por ende del progreso real.
    Conjurar las dinámicas promovidas por el kirchnerismo y evitar un extremismo inverso, que podría ser tan ciego como lo había sido el antiperonismo en 1955, eran entonces las tareas de la hora. Se trataba, sin embargo, de un proceso que llevaría un tiempo de mediano plazo, por lo que la llamó “la política de las nuevas generaciones”, todo un modo de mostrar que la suya se despedía de la vida pública en medio de un gran signo de pregunta, pero con la mirada, como había entrado a la vida pública durante el final del primer peronismo, otra vez puesta en el futuro.
    Uno que ya no le pertenecería: la salida de El desarrollo político, un libro que no tuvo impacto, pareció subrayar la persistencia de su gran tema a sabiendas de que, sin embargo, su agenda no estaba en la coyuntura. Una imagen del cierre de aquel trabajo resulta, en tal sentido, ejemplar: “Como le pasó a la generación de Moisés, a mi generación le habrá correspondido entrever solo en lontananza la tierra prometida” (Grondona, 2011: 419).

Conclusiones: el sueño eterno

    La trayectoria de Grondona se cerró con su gradual salida de la vida pública tras sufrir un ACV en 2012, a la edad de 79 años: desde ese momento hasta su re tiro pleno en 2016, alternó su labor periodística con ciertas entrevistas donde hizo un racconto de su trayectoria. Mantuvo varias de sus actividades de modo irregular (escribiendo ocasionalmente sus columnas, conduciendo su programa en alternancia con su equipo), lo que marcaba una diferencia con el perfil intelectual que construyó desde su ascenso a la vida pública a fines de los años cincuenta.
    El lento declive de su figura televisiva durante los años del kirchnerismo, en un punto se vinculó con el impacto general de su producción: ni sus columnas en La Nación ni El Poskirchnerismo tuvieron la repercusión de sus textos de la etapa previa (menos aún El desarrollo político, un libro con otro enfoque, más ligado a aquel de 1999). Empero los destellos que lo distinguían del grueso de las voces antikirchneristas, el impacto de las ideas de Grondona quedó lejos del de otros periodistas e intelectuales opositores a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, y estas se hicieron más acres, como si en un punto girase sobre sí mismo por momentos. En parte porque fue haciéndose partícipe de una lógica similar, compartiendo diagnósticos, circulando por idénticos espacios, en diálogo con una serie de figuras (políticos, intelectuales, consultores) que regularizaban una dinámica genérica, en parte por las consecuencias sobre su salud, que muchas veces le dificultaban el trabajo regular, como admitió: era el tiempo de otras generaciones, como escribió.
    Durante las tres etapas que relevamos en este artículo, hicimos eje en las pautas centrales mediante las cuales la trayectoria de Grondona articuló las problemáticas del orden y el progreso como factores claves para pensar la política argentina. La primera etapa, marcada por el ascenso y consolidación de su figura, se imbricó en un mapa mayor donde la intelectualidad liberal-conservadora argentina ganó lugares múltiples en el espacio público, un fenómeno que marcó las relaciones entre política e intelectualidad hasta la transición democrática de 1983. El tránsito democrático marcó el inicio de la segunda etapa, donde el periodista y ensayista colocó a la democracia en el centro de su reflexión, buscando promover una cultura política capaz de llevar al desarrollo desde una mirada liberal dinámica: una democracia liberal capaz de abarcar del liberalismo de derecha al de izquierda. Finalmente, en torno al quiebre de 2001 y los posteriores gobiernos kirchneristas, Grondona temió una y otra vez que el kirchnerismo lograra quebrar la democracia reconstruida en 2003 y propuso una salida coordinada por los sectores opositores (que no debía excluir a kirchneristas críticos, arrepentidos o funcionarios y militantes honestos) para dar lugar a una coalición de futuro, una verdadera política para una generación que ya no era la suya, pero tampoco sería la de actores centrales del tiempo del kirchnerismo.
    La mirada política realista de Grondona le permitió hilvanar desde un pensamiento liberal-conservador al mismo tiempo doctrinario y dinámico etapas muy diferentes de la historia política argentina con giros o reposicionamientos insertos en las propias lógicas de esa lectura que hacía del orden un eje y del progreso un horizonte. Este, justamente, el otro integrante de ese par, se mostró siempre esquivo y, en parte, condicionó las diversas formas que su ordenancismo tuvo en las tres etapas que analizamos: el fracaso de gobiernos civiles y dictaduras en la primera, la incapacidad de la articulación entre centro-derecha y centro-izquierda en la segunda, la experiencia kirchnerista que leyó como exógena al consenso abierto en 1983 en la tercera.
    Como una ironía de la historia, tal vez una imagen de un cogeneracional de Grondona en sus antípodas ideológicas, el escritor comunista Andrés Rivera, describa el derrotero de ese eje de su trayectoria: una y otra vez, el de orden y progreso eran, como la revolución en la novela que este dedicó a Juan José Castelli, un sueño eterno: en este artículo recorrimos algunos de sus pliegues.

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* Doctor en Ciencias Sociales, Investigador Adjunto (CONICET-UNCPBA), Profesor Adjunto (UNMdP), Tandil/Mar del Plata. ORCID: 0000-0002-6744-0268 – Correo electrónico: vicentemartin28@gmail.com

1 La bibliografía sobre el peso de esta idea es sumamente amplia, entre la teoría política, la historia intelectual, la historia política. Para el caso argentino, que en parte reescribe ideas internacionales o lecturas de mediados del siglo XIX como las de “República posible” y “República verdadera” de Juan Bautista Alberdi, ver centralmente Terán (2000; Roldán (2006); Castro (2012).

2 Las miradas estereotipadas sobre Grondona oscilaron entre verlo idéntico al nacionalismo reaccionario de la década de 1930 e identificarlo con vertientes de un presunto antisemitismo de las elites autoritarias, como si las derechas nacionalistas y liberales compartieran una misma ideología. Respectivamente: Vazeilles (2001); Abraham (1993). Si las posiciones de Vazeilles y Abraham buscaban negar el “giro democrático” de Grondona, del modo en que Rinesi (1992) lo utilizaba para analizar de modo crítico su figura, sin embargo, esa lectura se repone, con pautas académicas más rigurosas, en un trabajo reciente: Vitale, (2015). Incluso, desde la literatura Gonzalo Garcés ironizó sobre un giro “conservador” de su alter ego ficcional como si este se hubiese hecho “un enema con las obras completas de Mariano Grondona” (Garcés, 2012).

3 Sobre la trayectoria de Miguens, ver Aramburu y Giorgi (2013).

4 Entrevista inédita con Roberto Starke, 2011. Agradezco al propio autor su sesión.

5 Una década después, la revista liberal-conservadora El Burgués, que retomaba posiciones centrales de El Príncipe, usaría la idea de “integracionismo” como la concepción que trababa la dinámica gubernamental. Su director, el periodista Roberto Aizcorbe, había sido frondizista en la época que analizaba Grondona y girado al liberalismo-conservador. Ver Vicente (2019).

6 La institución reformulaba el Centro de Investigaciones Nacionales que Frondizi había lanzado con Rogelio Frigerio en 1956 y la colección en la que se editó el breve trabajo de Grondona reproducía conferencias dadas en su sede por un abanico heterogéneo de actores políticos e intelectuales, como el economista liberal Roberto Alemann, el historiador radical Félix Luna o el jurista Julio Oyhanarte, que había llegada a la Suprema Corte por designación de Frondizi.

7 “El mejor periodista de mi generación” dirá décadas luego Grondona de Timerman, quien le llevaba sólo nueve años, pero tenía, para la década de 1960, una amplia experiencia profesional. La editora le publicaría su siguiente libro, La Argentina en el tiempo y en el mundo(cf. Grondona, 1966).

8 Diversos estudios sobre la problemática militar abordaron el caso de los Azules y el rol de Grondona. Entre ellos los textos clásicos de Robert Potash y Alain Rouquié. Más recientemente y desde la perspectiva del uso propagandístico-político, ver Risler (2019).

9 En su estilo volcánico, el editor pasaba de considerar a Grondona el mejor analista político del país a decirle antisemita, de presentarlo como la voz de sus medios a verlo como un operador político incapaz de trabajar en equipo. Grondona fue uno de los oradores en los homenajes que siguieron a su muerte en 1999.

10 Grondona no fue el único, pero sí el más visible, entre quienes se despegaron de los lamentos: Germán Bidart Campos también realizó una operación similar (Bidart Campos, 1981). Asimismo, la publicación coordinada por el ensayista bien puede leerse en paralelo a Búsqueda de un país moderno, dirigida por el escritor Marcos Aguinis, referenciado en el sector liberal cordobés del radicalismo y cercano personalmente a Grondona.

11 Sobre el progresismo periodístico de los ’90 y sus relaciones con el periodismo de derecha, ver Minutella y Álvarez (2019); Minutella (2021).

12 Sobre la política de Editorial Sudamericana, donde se publicaron esos libros, y sus vínculos con las derechas y la oposición al kirchnerismo en general, ver Saferstein (2021).

13 Ver las entrevistas publicadas, respectivamente, en La Nación y Página/12 y compiladas en: La Nación (2004) y Natanson (2004), editadas el mismo año.

14 Sin que coincidamos con su enfoque, el tema ha sido trabajado por Muraca (2016).

Revista Desafíos del Desarrollo
ISSN 2796-9967