¿Qué quedó de la Teoría de los Sistemas-Mundo?
Olvidos, legados y actualizaciones en la historiografía
Luciano Alonso*
Fecha de recepción: 14 de noviembre de 2022 Fecha de aceptación: 30 de noviembre de 2022
Resumen
En 2012, el prestigioso historiador social Jürgen Kocka publicó un artículo sobre la “historia global” como una nueva tendencia historiográfica que se consolidaba. Allí, hacía referencia al enfoque de Immanuel Wallerstein respecto de la teoría de los sistemas-mundo como algo pasado, remitiéndolo a los años de 1970- 1980 y aludiendo inmediatamente a textos que irían “más allá” de esa perspectiva analítica. Ese uso de un tiempo verbal pretérito para referir a la producción de Wallerstein era un tanto llamativo, pues el año anterior el nombrado había publicado del tomo IV de El moderno sistema mundial y no dejaba de ser citado por autores que renovaban los abordajes sobre diversos objetos de estudio.
Quizás la expresión de Kocka era sintomática de una cierta forma de entender a la teoría de los sistemas-mundo desde la historiografía, que supone su ubicación en el debate sobre la “transición del feudalismo al capitalismo” de los años ’70 pero su olvido de otros aportes o de la misma construcción de una explicación sobre el funcionamiento del capitalismo como sistema histórico. Actitud congruente con la omisión de las contribuciones de otros exponentes de ese enfoque analítico como Giovanni Arrighi, Beverly Silver, Ho-Fung Hung, Christopher Chase-Dunn y muchos más.
Resulta en consecuencia conveniente repensar la relación entre la teoría de los sistemas-mundo y los estudios historiográficos. Sin pretensión de exhaustividad alguna dada la amplitud y variaciones de esos reconocimientos u olvidos, este texto se dedica a rastrear algunos vínculos y trasvases, con el objetivo de reconocer en qué aspectos esa teoría sigue siendo inspiradora para una historiografía crítica.
Palabras Clave
Teoría de los Sistemas-Mundo / Historiografía/Sociología Histórica / Capitalismo
Abstract
In 2012, the prestigious social historian Jürgen Kocka published an article on «global history» as a new historiographic trend that was consolidating. There, he referred to Immanuel Wallerstein’s approach to world-systems theory as past, referring it back to the 1970s and 1980s and immediately alluding to texts that would go «beyond» that analytic perspective. Speaking in the past tense to refer to this theory was strange, since the previous year Wallerstein had published Volume IV of The Modern World System and was constantly cited by different authors regarding new objects of study.
Perhaps Kocka’s expression was the symptom of a way of understanding world-systems theory from historiography. This theory is located in the debate about the «transition from feudalism to capitalism» of the 1970s, but other contributions or the same explanation about the functioning of capitalism as a historical system are forgotten. This attitude is similar to the omission of the contributions of other exponents of this analytical approach such as Giovanni Arrighi, Beverly Silver, Ho-Fung Hung, Christopher Chase-Dunn and many more.
Thus, it is convenient to rethink the relationship between world-systems theory and historiographical studies. Without pretending to be exhaustive, this text is dedicated to tracing some links and transfers, with the aim of recognizing in what aspects this theory continues to be inspiring for a critical historiography
Keywords
World-Systems Theory / Historiography / Historical Sociology / Capitalism
Sobre la cuestionada actualidad de una
“Teoría de los Sistemas-Mundo”
Es evidente que el título de este texto es simplemente un artificio retórico, ya que la Teoría de los Sistemas-Mundo (en adelante TSM) tiene una amplia presencia en el mundo académico. Este enfoque, perspectiva analítica y en cierta medida modelo 1 teórico inaugurado por Immanuel Wallerstein hace cincuenta años, tiene hoy una gran cantidad de representantes. Existe una vasta serie de instituciones en las cuales se practica, desde el Institute for Research on World-Systems de la Universidad de California en Riverside al Centro de Estudios, Información y Documentación “Immanuel Wallerstein” de San Cristobal de las Casas en Chiapas. Muchas revistas especializadas recogen sus desarrollos y hasta se cuenta con una reciente y prestigiosa serie bibliográfica como World-Systems Evolution and Global Futures,publicada en a nivel multinacional por una empresa suiza, con responsables de los Estados Unidos de América, Finlandia y Rusia.
El fallecimiento de Wallerstein el 31 de agosto de 2019 y el cierre del Fernand Braudel Center for the Study of Economies, Historical Systems, and Civilizations de la Binghamton University que él había dirigido el 30 de junio del año siguiente, con la consiguiente reorganización institucional, representaron el paso definitivo de la TSM a una nueva etapa de interrogaciones y modificaciones. En la última parte de su vida Wallerstein había comenzado a revertir algunos de los componentes más economicistas y deductivos de su propuesta , dedicándose en particular al estudio de la cultura y cambiando en ese sentido el plan de obra de El moderno sistema mundial al centrar el cuarto tomo en cuestiones políticas y culturales (Wallerstein, 1979, 1984, 1998 y 2014). Otros autores y autoras ya venían enfatizando la co-determinación entre estructuras materiales y estructuras culturales a nivel del sistema-mundo capitalista (Lee, 2010), convertido por su extensión en sistema mundial . La idea de que el mismo análisis de los sistemas-mundo debía mutar en función de un cambio de época fue esbozada por Coker (2011) a propósito de la cuestión cultural y por Hung (2019) a propósito de la lógica imperial. Pero todas esas variaciones y muchas otras no implicaron la disolución de esa teoría o perspectiva, que se afirmó ampliamente.
Dada la proliferación de obras y autorías – así como la dedicación a campos historiográficos variados que serán aludidos luego – no deja de llamar la atención que en muchos ámbitos historiográficos dedicados a los estudios europeos, la TSM se referencie únicamente al debate de los años de 1970-1980 sobre la “transición 4 del feudalismo al capitalismo” y casi en exclusiva al tomo I de El moderno sistema mundial dedicado a los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI.
Ese registro unidireccional latía evidentemente en la referencia realizada en 2012 por el prestigioso historiador social Jürgen Kocka, en un artículo sobre la “historia global” como una nueva tendencia historiográfica que se consolidaba. Allí, hacía referencia al enfoque de Immanuel Wallerstein y a la TSM como algo pasado, remitiéndolo a las décadas precitadas y aludiendo inmediatamente a textos que irían “más allá” de esa perspectiva analítica (Kocka, 2012: 2). Ese uso de un tiempo verbal pretérito para referir a la producción de Wallerstein era un tanto llamativo, pues el año anterior el nombrado había publicado el citado tomo IV de El moderno sistema mundial y no dejaba de ser referido por quienes renovaban los abordajes sobre diversos objetos de estudio y en particular sobre la misma historia global. Asimismo, como la inmensa mayoría de las y los historiadores modernistas y muchos contemporaneístas, Kocka directamente ignoraba otro texto fundamental de la TSM cual era El largo siglo XX (Arrighi, 1999), que presentaba también una interpretación de la emergencia y de los ciclos del sistema capitalista. Quizás su expresión fuera sintomática de una cierta forma de entender a la TSM desde las historiografías sobre la modernidad, que supone su ubicación en aquel debate sobre la “transición” pero su olvido de otros aportes o de la misma construcción de una explicación sobre el funcionamiento del capitalismo como sistema histórico. Incluso un ligero repaso de la multitud de referencias al debate Brenner-Wallerstein, permite iluminar, por contraposición, la omisión en los ámbitos historiográficos de las contribuciones de otros exponentes de ese enfoque analítico como el mismo Giovanni Arrighi o Beverly Silver, Ho-Fung Hung, Christopher Chase-Dunn, Richard Lee, Andrey Korotayev y muchos más.
Resulta en consecuencia conveniente repensar la articulación, tensión o alejamiento entre la TSM y diversas historiografías, para apreciar en qué quedaron
esas relaciones a casi cincuenta años del cimbronazo producido por el primer tomo de El moderno sistema mundial. Sin pretensión de exhaustividad alguna dada la amplitud y variaciones de esos reconocimientos u olvidos y con un tono sin dudas más impresionista que analítico, el presente texto busca identificar qué se suele recuperar de ella y en qué aspectos esa teoría o perspectiva sigue siendo inspiradora para las historiografías críticas.
Las primeras recepciones de la TSM en la historiografía modernista
La aparición en 1974 del primer tomo de The modern world-system, considerado un acontecimiento fundante de la moderna sociología histórica (Paramio, 1986: 1), impactó de muy variada manera en la historiografía y muy especialmente en la dedicada a la Modernidad Temprana o Edad Moderna. En ese texto, Wallerstein trabajaba una tesis de múltiples facetas: primero, que la unidad de análisis para comprender el cambio social eran los sistemas sociales, entendidos como sistemas-mundo; segundo, que hacia el siglo XVI emergió una economía-mundo capitalista hegemonizada por determinadas regiones europeas, en la cual diversas formas de trabajo obligado se articularon con el desarrollo del trabajo libre; tercero, que esa economía-mundo vinculó comercialmente el funcionamiento diferencial de regiones centrales, periféricas y semiperiféricas frente a otros sistemas o arenas exteriores, así como promovió un sistema de estados nacionales y de relaciones coloniales para el control territorial y social (Wallerstein, 1979). La insistencia del autor en que los sistemas sociales deben ser considerados sistemas históricos (Wallerstein, 1988), lo llevó a argumentar respecto del desarrollo particularizado de multitud de territorios y de la cambiante dinámica de la economía-mundo. Los siguientes volúmenes de esa obra estuvieron dedicados a mostrar no solo cómo se ampliaba espacialmente el capitalismo histórico incorporando periferias y qué transformaciones sufría, sino además la lucha por la hegemonía entre los estados centrales hacia los siglos XVII-XIX y la construcción de una geocultura liberal en ese último siglo.
Si bien la TSM se construyó como perspectiva académica y tuvo pronto impacto en el ámbito sociológico y en muchas interpretaciones tercermundistas del desarrollo – dando continuidad de alguna manera a la Teoría de la Dependencia de raíz latinoamericana –, su suerte historiográfica fue en rigor muy variada. La obra de Wallerstein fue en general recibida como una versión marxistizante de Fernand Braudel (1976 y 1986), siendo menos destacada la manera en la cual articulaba y resignificaba aportes plurales de otras tradiciones de estudio del cambio social . La tesis de la constitución de una economía-mundo capitalista desde el siglo XVI se tornó el aspecto dominante en los debates, opacándose otros como ser el desarrollo de una teoría de la hegemonía a nivel del sistema social, la cuestión de la existencia práctica de las clases y sus luchas, la relación entre elementos económicos, políticos y culturales o la macro-temporalidad del sistema en una combinación de las fases A y B de François Simiand con los ciclos económicos identificados por Nikolái Kondrátieff.
A veces ese encasillamiento en la herencia braudeliana – que el mismo Wallerstein se encargó de destacar – llevó a críticas infundadas. Muchas visiones confrontativas se basaron en oposiciones al interior de lo que se podría identificar como la estela del pensamiento de Karl Marx, suponiéndose que la TSM constituiría una concepción espuria del marxismo, o una desnaturalización “circulacionista” o “neo-smithiana” (Brenner, 1977) – algo por otra parte muy discutible (Garrido, 2013; Taylor y Flint, 2002: cap. 1). Varios investigadores de las economías coloniales negaron la interpretación sobre el carácter capitalista de las formaciones sociales americanas, por cuanto no encontraban trabajo asalariado bajo la formulación canónica, e insistieron en la acusación de circulacionismo (Cardoso y Pérez Brignoli, 1981: 152-157), cuando para Wallerstein el capitalismo no implicaba predominio cuantitativo del trabajo asalariado, sino una especial combinación de este con diversos tipos de trabajo no asalariado – incluso en territorios diversos –, al tiempo que consideraba inescindibles las esferas de la producción y la circulación (Wallerstein, 1998b: 269-272). En esa línea de críticas, incluso se llegó a la consideración de Wallerstein como una suerte de individualista metodológico weberiano (Astarita, 2007 y 2008) . Muchas veces podría predicarse de los ataques al primer tomo de El moderno sistema mundial lo que en un simposio sobre esa obra planteó Christopher Chase-Dunn respecto de una de las cuestiones en debate: “Esos críticos que dicen que Wallerstein ignora la lucha de clases no deben haber leído el libro” (Chase-Dunn, 2012: 11, en inglés en el original).
Por el contrario, del desarrollo del debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo se desprendieron también consideraciones favorables. Incluso críticos feroces que postulaban la continuidad del feudalismo hasta el momento mismo de la Revolución Francesa debieron conceder algunos de los aciertos evidentes de la TSM, sobre todo teniendo en cuenta que “La noción de sistema espacial no deja de ser… una herramienta extremadamente útil, y Wallerstein parece ser el primero en habérsela tomado en serio” (Guerreau, 1984: 120). Se pusieron en juego los parámetros interpretativos de Brenner y Wallerstein en casos puntuales, con evidente ventaja del segundo en la explicación de procesos amplios de cambio social (Denemark y Thomas, 1989). Se destacó la concepción de la génesis del capitalismo como un desarrollo que no puede explicarse suficientemente en base a factores inmanentes o endógenos, al tiempo que se señaló que:
En el carácter históricamente concreto de sus análisis, en su categorización y en la simpatía constructiva con la que Wallerstein aplica a su labor sus propias experiencias en el “tercer mundo” (como africanista y sociólogo de los movimientos de liberación africanos), deja muy atrás cualquier intento de formular una teoría de la modernización… // …sería un error condenarle sencillamente por ser un seguidor neomarxista de Adam Smith, obsesionado por los problemas del intercambio y la circulación (Medick, 1984: 188-190).
Como correlato de esos debates académicos, la suerte dispar de la obra fundamental de Wallerstein y de su versión de la TSM todavía se deja ver en el ámbito de la enseñanza universitaria, donde la cita canónica de sus obras coexiste con silencios atronadores. Así, su perspectiva globalizante resultó central para los planteos de manuales especializados en el período moderno (Van Dülmen, 1984; Ribot, 2016) o en la formación del capitalismo (Duplessis, 2001), que hicieron hincapié en la articulación diferencial de diversos espacios. Inversamente, en textos similares es imposible encontrar la menor de las referencias a ese autor y a sus planteos (Bennassar et alii, 1998; Floristán, 2011; Tenenti, 1985 y 2000) y en otras hay apenas alguna alusión al concepto de economía-mundo, que luego es tratado mayormente a partir de Fernand Braudel y no de la TSM (Floristán, 2002: 254). Si nos atenemos a los programas de asignaturas universitarias argentinas, es abrumadora la presencia en las bibliografías obligatorias de capítulos de distintos tomos de El moderno sistema mundial (principalmente Wallerstein, 1979; en menor medida 1984 y 1998; casi nunca 2014), textos que en general se encuentran ausentes de los programas de universidades españolas, en los que prima el recurso a manuales en los que como se ha visto las referencias son variables .
Podría decirse que el hecho de que en un manual tan reciente como el de Ribot (2016) – el más nuevo de los antes aludidos –, la obra de Wallerstein siga siendo citada más de 40 años después de publicada para comprender el desarrollo desigual de la modernidad temprana, es quizás marca de una incidencia duradera. Pero también es cierto que la duda que enunciaba Chase-Dunn se transforma en certeza respecto de multitud de historiadoras e historiadores modernistas que directamente ignoran El moderno sistema mundial, a veces por liso y llano desconocimiento y a veces por voluntad de mantener lejos de la disciplina lo que se entiende como una elucubración teórica sin anclaje empírico. Puede aventurarse que en los estudios modernistas – cuando se lo considera – predomina una reducción de los aportes de Wallerstein a la noción braudeliana de economía-mundo capitalista como un sistema espacial articulado por circuitos mercantiles. También, aunque en menor medida, aparece el supuesto de que el desarrollo desigual conduce a la captación de excedente por los países centrales y por tanto del proceso de acumulación capitalista a nivel mundial, en un emparentamiento con otras concepciones dependentistas como las de Samir Amin, Eric Wolf o André Gunder Frank.
Por el contrario, hay en el contexto modernista una absoluta falta de referencias a la obra de Giovanni Arrighi, que representó una serie de variaciones dentro de la misma TSM. Más allá de la dedicación compartida a las redes mercantiles, se ha destacado que mientras Wallerstein hacía hincapié en la agricultura, la demografía, la producción en general y las estructuras de clases, Arrighi se enfocaba en la colaboración entre el capital financiero y el estado hegemónico (Chase-Dunn, 2012: 10). Por otra parte, este último presentaba una versión similar pero al tiempo modificada de los ciclos de acumulación capitalista y de la sucesión hegemónica, así como la idea de con la incorporación al mercado mundial los países en desarrollo que tienen estados fuertes pueden maximizar las ventajas del atraso y alcanzar tasas de crecimiento mucho más elevadas que las de los centrales, rompiendo en consecuencia la noción de una reproducción de la situación al interior del sis8 tema-mundo (Arrighi, 1999 y 2005; Dabat, 2010) . Quizás fuera en el ámbito de los estudios sobre el colonialismo y sobre el período contemporáneo de la acumulación capitalista donde hubo mayores referencias a estos autores, con una especial dedicación al “resurgimiento” de China.
Las vicisitudes de una historia del moderno sistema mundial
La narrativa plurisecular de la TSM sobre la emergencia del capitalismo tuvo escasa incidencia en en las propuestas más innovadoras de la historiografía luego del “debate sobre la transición”, pues en realidad amplios sectores de la disciplina estaban dando un giro hacia el estudio de lo cultural y hacia la microhistoria (Sewell, 2011; Zemon Davis, 1991). Esa deriva, que en algunos casos extremos terminaría en el solipsismo cultural y en el microanálisis radical, resultó paradójica tanto para la tesis fundacional de la TSM como para la sociología histórica en su conjunto: mientras disminuía su impacto en algunos ámbitos historiográficos occidentales y era nulo en los más tradicionales, estas disciplinas se convertían en las que más presencia tenían en la formulación de relatos amplios sobre el pasado. Geoff Eley sintetizaba la situación diciendo que:
Por un lado, los diagnósticos radicales de la “condición posmoderna” están proclamando la caída de las grandes narrativas; por otro lado, los más ambiciosos sociólogos históricos están definiendo su proyecto de producción de… un nuevo surtido de grandes narrativas (Eley, 1999: 90)
Al mismo tiempo se estaba produciendo un “giro historiográfico” en las ciencias sociales (Mcdonald, 1996), que tuvo consecuencias duraderas. Al tiempo que amplios sectores de la disciplina historiográfica abandonaban la dedicación al cuantitativismo, los estudios económicos o las estructuras sociales, otras disciplinas como la sociología, la antropología y la economía ocupaban esos espacios vacantes considerando prioritariamente la dimensión temporal (Klein, 2018) y generaban narrativas en las cuales algunos de los postulados de la TSM y en particular de Wallerstein tenían mayor receptividad.
En las décadas de 1990-2000 creció el impacto de Wallerstein, Arrighi y otros exponentes de la TSM y la tesis de la emergencia de la economía-mundo europea se resignificó, como primera gran etapa de la “globalización” contemporánea . Las obras de esos dos autores fueron reconocidas como antecedentes de un análisis de la construcción económica global con un enfoque totalizante (Sewell, 2010: 161) y, al decir de Eduardo Grüner, la TSM apareció como la empresa intelectual más importante en un contexto de mundialización acelerada (Grüner, 2002: 40-41). Señalando que Wallerstein tenía formación como sociólogo y Arrighi como economista, Sewell destacaría que ambos planteaban pertinentemente problemas históricos sobre la evolución del capitalismo que se remontaban al siglo XVI y que era paradójico que los cambios desgarradores de la etapa neoliberal no hubieran generado investigaciones sobre esas cuestiones por parte de historiadores e historiadoras (Sewell, 2010: 165-166). El impacto en el ámbito de la historia contemporánea se acrecentó correlativamente, en especial con la obra coordinada por Arrighi y Silver en la que abordaban los equilibrios de poder entre los estados, la relación entre estados y organizaciones empresariales, las posibilidades de poder de los grupos subordinados y los equilibrios entre la civilización occidental y las no occidentales (Arrighi y Silver, 2001). La visión de largo plazo se fundamentó en la identificación de ciclos económicos y en su articulación con los ciclos hegemónicos. En ese sentido, la narrativa plurisecular de desarrollo del sistema-mundo capitalista se enriqueció con una economía retrospectiva que analizaba la interacción entre las ondas de Kondratieff y los ciclos de Juglar (sintetizada años después, por ejemplo, en Grinin, Korotayev y Tausch, 2016).
Para los años de 1990-2000, las obras de la TSM ya involucraban un amplio abanico de temas en diversas dimensiones espacio temporales (véase más adelante) y comenzaron a comprenderse como parte integrante e inspiración de una nueva historia global, incluso de aquella a la que refería Kocka. Habiendo sido en los años de 1970-1980 la principal alternativa a la teoría de la modernización, la TSM pasó luego a inspirar los enfoques globales en aspectos como ser la decisión de no aceptar apriorísticamente a las entidades políticas como bases del análisis, el concepto de “incorporación” progresiva a un contexto dominado por Europa para comprender la dinámica del mundo moderno y la importancia otorgada al cambio estructurado en un macronivel (Conrad, 2017: 48-51). Esos elementos impactaron en historiadores e historiadoras que desarrollaban una historia interconectada y que, aunque fueran en general reacios a asumir un discurso sobre sistemas , se vieron influidos en asuntos tales como la definición de áreas centrales y periféricas, las interinfluencias a través de redes complejas y la extensión de modelos o patrones de comportamiento y organización.
En ese contexto de desarrollo y paralelo impacto de la TSM, se discutió especialmente la supuesta tesis sobre el “ascenso de Occidente” que habría caracterizado a las visiones eurocéntricas del desarrollo durante los siglos XIX y XX. Así como hubo cientistas sociales que asumieron de una u otra manera el relato wallersteiniano y de otros exponentes de la perspectiva de los sistemas-mundo, hubo quienes, al tiempo que admitían la noción de una progresiva centralidad de los países europeo-occidentales, pusieron en cuestión las explicaciones de esa situación. Particularmente la Escuela de California – que podría ser comprendida como una variante de la historia global dedicada a explicar la desigualdad entre regiones y estados en el mundo moderno – atacó la interpretación de Wallerstein de la emergencia de la modernidad a partir del desarrollo europeo del siglo XVI. Para esta corriente la división entre países centrales y periféricos – o mejor entre Occidente y Oriente y en rigor entre Europa y China – recién podría plantearse a partir una “Gran Divergencia” producida a mediados del siglo XVIII por una multitud de causas que irían de las innovaciones tecnológicas al papel de la guerra. El planteo de Wallerstein fue tachado de eurocéntrico y unificado por tanto con todas las interpretaciones anteriores del desarrollo del capitalismo, incluida la de Brenner (Pomeranz, 2000: “Introduction”), pese a la opinión más matizada de algunos otros autores de la Escuela. Así, aun acordando respecto del supuesto eurocentrismo de la TSM, uno de los integrantes de esa Escuela como Robert Marks reconocía que el planteo de Wallerstein permitía distinguir entre el sistema mundial capitalista y sistemas-mundos equiparables a lo que él mismo consideraba un conjunto policéntrico previo al predominio de Europa, y destacaba a Arrighi por su atención a las peculiaridades de los estados asiáticos en un contexto global (Marks, 2015: passim).
Similares tensiones se produjeron respecto de las historiografías poscoloniales. Por un lado la TSM era vista desde sus orígenes como expresión de una posición política tercermundista (v. g. Skocpol, 1994a) y Wallerstein había dado sobradas pruebas de su posición antieuropeísta (Wallerstein, 1998b y 2000; Balibar y Wallerstein, 1991). En su concepción, compartida por muchos integrantes de la TSM, las ciencias sociales se construyeron en una perspectiva eurocéntrica en su historiografía explicativa de la dominación del mundo, en un universalismo “provinciano” que tomó por válido el patrón histórico occidental como una civilización superior que concedería cierta superioridad “moral” frente a los pueblos no occidentales, en el orientalismo como contracara de esa visión y en la imposición de una teoría del progreso que piensa la historia como una sucesión de etapas. Sin embargo, desde las posiciones poscoloniales se consideró a Wallerstein como un teórico comprometido con las ciencias sociales asociadas al desarrollo del imperialismo,
que solo querría que no fueran instrumentalizadas en ese sentido pero que no apreciaría la diferencia colonial que suponían como forma de conocimiento (Mignolo, 2001: 38-39).
Respecto de los cuestionamientos de la Escuela de California, los desarrollos de distintas autoras y autores de la TSM se orientaron a demostrar que la divergencia entre Occidente y China se gestó en diversas transformaciones previas del mundo europeo y que con el tiempo la incorporación de distintos países a la economía-mundo capitalista producía procesos de convergencia, que se expresaba claramente en el “resurgimiento de China” (Zinkina, 2019; Arrighi, 2007). La nueva narrativa de los sistemas-mundo, generada a partir pero más allá de los aportes de Wallerstein, considera los años de 1500-1800 en términos de incubación de la “gran divergencia” identificada por la Escuela de California hacia 1750, pero – en palabras de Jack Goldstone, integrante de esta última tendencia – ha presentado una mejor articulación entre esa concepción y la tradicional noción del “ascenso de Occidente” y explica más claramente la “gran convergencia” que representa el ascenso de los países en desarrollo en el marco de un proceso de modernización global (Goldstone, en Grinin y Korotayev, 2015: V-VIII). Con relación a los enfoques poscoloniales, la tensión inmanente a los planteos diferenciales que identificaba Mignolo desde una perspectiva afín a estos no presenta posibilidades de superación. El mismo Wallerstein había realizado una objeción contra un antieuropeísmo relativista. Para él, un típico error de las críticas al eurocentrismo fue el de negarle a Europa el mérito de haber transformado el mundo entre los siglos XVI y XIX, cayendo en el relativismo cultural. Eso provocaría un “eurocentrismo antieurocéntrico” que conduciría a quitar importancia al papel dominante y opresivo del capitalismo europeo y del imperialismo, tanto por la vía de hipostasiar las peculiaridades locales como por la de postular modernidades múltiples irreductibles unas a otras (Wallerstein, 2000, passim; Conrad, 2017: 190). En ese sentido, la idea de Dipesh Chakrabarty de “provincializar Europa” desde los estudios subalternos sería un planteo con el cual no se podría encontrar ningún punto de contacto (11)
En ese amplio panorama de influencias, debates y mutuos desconocimientos, se produjo en los últimos años un retorno historiográfico a algunos de los
postulados de la TSM sobre la emergencia del moderno sistema mundial. En esa línea hay que destacar los trabajos de Bernd Hausberger que, afirmándose en la concepción de capitalismo de Braudel y Arrighi, refiere a una “globalización temprana” de los siglos XVI-XVIII como interconexión de tres polos comerciales: Europa,China y América Hispana, articulados en función de las manufacturas euroasiáticas y los metales americanos (Hausberger, 2019: Prólogo y cap. 1). Adiferencia de las concepciones multipolares tradicionales, Hausberger recupera explícitamente a Braudel y Wallerstein tanto para defender un corte epocal hacia el siglo XVI com para explicar las transferencias económicas a favor de la acumulación capitalista europea. Aún con discrepancias sobre si considerar a Hispanoamérica un polo o no, es esa también la concepción de Mariano Bonialian (Bonialian y Hausberger, 2018; Bonialian, 2018; Hausberger, 2019b), al tiempo que los actores mercantiles que destacan ambos autores como agentes de interconexión son equivalentes a los identificados por los cultores de la TSM. Ese relato de la emergencia de la globalización sería similar al de la articulación entre los orígenes del mundo moderno en el siglo XVI y la resignificación de esa globalización desde los siglos XVIII-XIX con la revolución industrial, que adoptan las nuevas variantes de la TSM (véase más arriba).
Probablemente esa suerte de retorno del dependentismo, que supone recuperar la noción de un sistema-mundo desigual en el que hay una división internacional del trabajo y en el cual los países periféricos y semiperiféricos transfieren excedentes a los estados del centro, no sea ajeno a la colosal crisis de deudas de América Latina y al desarrollo de dos oleadas de gobiernos progresistas desde los años 2000 a la actualidad que trataron de reposicionar a sus países en el contexto global . Desde esa perspectiva, los postulados de la TSM siguen siendo inspiradores para pensar la historia del capitalismo desde el muy variado “tercer mundo”.
Variaciones temáticas y desafíos de actualidad
En general, los desarrollos explícitamente enmarcados en TSM y los que se pueden considerar emparentados por recurrir parcialmente a su universo categorial o por establecer algunas filiaciones con los principales referentes, entrarían en la categoría de “macrohistoria”, que de acuerdo con la definición de Juan Andrés Bresciano se caracterizaría por:
a) Utilizar una escala de observación amplia para describir y explicar los objetos;
b) Recurrir a una perspectiva temporal de larga duración;
c) Aplicar las modalidades de la conceptuación generalizadora para dar cuenta de sistemas, estructuras, agentes y procesos; y
d) Operar en clave interdisciplinaria (Bresciano, 2003: 21-24).
Desde esa perspectiva, una diferencia notoria con las “microhistorias de lo global” (Conrad, 2017: 118 y ss.) ha sido el hecho de que en la TSM no se utilizan casos puntuales en perspectiva global, construyendo a partir de ellos lo general, sino que se los considera cuantitativamente o se utilizan para ilustrar lo general. Esa es una discrepancia que ha alejado a la corriente y su universo cercano de las historiografías centradas en casos, pero al tiempo le ha permitido vínculos con los estudios sociológicos, económicos y demográficos, o incluso llegar a trabajos transdisciplinarios.
Más allá de una narrativa sobre la historia general de la economía-mundo capitalista, la TSM fue desarrollando aportes sobre diversos temas o problemas del sistema mundial. Destacó al respecto una dedicación a la agencia de los sectores subordinados y a la historia de las estructuras ocupacionales y los movimientos obreros. Tempranamente el estudio de las ondas largas de la economía capitalista, defendido por Wallerstein, había dado lugar a búsquedas de su correlación con los cambios en los procesos de trabajo y los momentos de organización e incremento de la conflictividad de la clase obrera (Coombs, 1985; Screpanti, 1985). Esas correlaciones fueron afirmadas en textos como Caos y orden en el sistema-mundo moderno (Arrighi y Silver, 2001) o Fuerzas de trabajo (Silver, 2005), donde además se afinó su vínculo con los ciclos de movilidad del capital, los ciclos de productos y las formas de la conflictividad laboral.
Paralelamente, la TSM dio lugar a la noción de “movimientos antisistémicos” a partir del intento de Wallerstein de considerar conjuntamente el potencial emancipador y la lógica general de dos formas de acción colectiva que normalmente se entendían separadas: los movimientos sociales y los movimientos nacionales. Ello superaba también el formalismo de la distinción entre “viejos” y “nuevos” movimientos sociales, y facilitaba la distinción entre viejas y nuevas izquierdas en función del problema del poder del estado. Arrighi, Hopkins y Wallerstein (1999), se focalizaron con esa categoría en agentes colectivos que podían canalizar intereses contrarios a los de la acumulación capitalista y a la de los agentes hegemónicos, aunque en la práctica totalidad de los casos culminaran llevando a cabo acciones integrativas en aras de una política factible en el marco del sistema mundial. La perspectiva analítica buscaba entonces fundamentar una consideración de las opciones posibles para las clases y sectores subalternos (Wallerstein, 1998d), a modo de una articulación entre pasado, presente y futuro que caracteriza a la TSM. Esas líneas de trabajo tuvieron impacto en los estudios sobre la movilización social. Por una parte supusieron la articulación con las sociologías de la estructuración (Taylor y Flint, 2002: cap. 8) y por otra parte fueron recuperadas por la historiografía sobre el movimiento obrero (van der Linden, 2019: cap. 12), aun cuando a veces se hicieran reparos a distintas cuestiones teóricas o empíricas. Un aspecto importante en ese desarrollo 12 fue la reformulación de la noción de clase social , que permitió considerar a trabajadores y trabajadoras de distinta condición jurídica y régimen laboral como parte del mismo proceso de acumulación de capital.
En otra dimensión, con la consideración de sistemas-mundos premodernos,la TSM se colocó en un nivel historiográfico similar a los proyectos macrohistóricos designados en el mundo anglosajón con denominaciones como “Big History”, “Universal History” o “Megahistory”. En ese campo, los trabajos de autores como ChrisChase-Dunn, Leonid Grinin, Andrey Korotayev, Julia Zinkina y muchos otros y otras fueron construyendo narrativas aumentadas sobre diversos sistemas-mundo. Así, se ha identificado el movimiento de los mini-sistemas postulados en su momento por Wallerstein (1998b) a las economías-mundo y los imperios-mundo, con el paso del paleolítico a los períodos de revolución urbana y a la formación de los imperios territoriales (Zinkina et alii, 2019), que en ocasiones se analiza como proceso de emergencia del estado frente a otras alternativas organizacionales (Grinin y et alii, 2004). Para estas visiones, allí se encontraría la primera conformación de espacios con dinámicas globales, muy anteriores a la emergencia del capitalismo. Eso permitiría hablar de sucesivas globalizaciones a partir incluso de las evidencias arqueológicas de la prehistoria, en el sentido de sociedades interconectadas e interdependientes que crecen en complejidad pero que todavía serían “sistemas sin estado” (Chase-Dunn y Lerro, 2016: caps. 5 a 7). No habría una única lógica de globalizaión, sino que los procesos de integración diferencial en el espacio se producirían por variadas tendencias. En ocasiones, esos análisis discuten el carácter estado-centrista de algunas aproximaciones, y en otras destacan la coexistencia de tendencias globalizadoras asociadas a ondas largas con otras referibles a procesos regionalizados que facilitan la interconexión (Chase-Dunn y Babones, 2006: parte I). En consecuencia, el proceso de globalización tiende a superponerse con el desarrollo de las civilizaciones, y esas oleadas de interconexión y difusión cultural tendrían en el período temprano-moderno una etapa más, decisiva pero no única, caracterizada por el crecimiento, la crisis y la divergencia globales (Zinkina et alii, 2019; Chase-Dunn y Anderson, 2005; Chase-Dunn y Lerro, 2016). De esa manera la narrativa wallersteiniana sobre el moderno sistema-mundo capitalista ha sido integrada – con mayor o menor respeto por el original – en un macro-relato del desarrollo de los sistemasmundo a lo largo de la historia. La perspectiva comparativa se despega de lo central y lo periférico como puntos nodales, para trabajar principalmente el cotejo entre diferentes sistemas-mundo y las interrelaciones societales.
Más allá de los temas abordados y pensando en los marcos teóricos, hay que destacar que la versión de la TSM representada por Wallerstein y Arrighi respecto de la emergencia del mundo moderno y su desarrollo fue siendo revisada al interior mismo de la corriente. Un aporte importante fue Global Formation. Structures of the World Economy de Christopher Chase-Dunn, que a partir de los planteos de Wallerstein propuso una revisión “metateórica” de la forma de construcción de la teoría y de las metodologías analíticas (Chase-Dunn, 1998). La apuesta de este autor avanzó luego en la consideración de factores antes no estimados por los exponentes de la TSM, como las bases biológicas y fisiológicas que tendrían incidencia en la constitución de sociedades humanas interconectadas, y en la definición de distintos modos de acumulación a lo largo de la historia (Chase-Dunn y Lerro, 2016: parte I). Como lo ha mostrado Roxana Flammini a propósito de los estudios sobre la edad de bronce, esa tendencia ya no se enmarca en una World-Systems Theory sino en el World-Systems Analysis, como una perspectiva que trata de elaborar categorías cada vez más precisas para el estudio de las interconexiones societales en escenarios premodernos (Flammini, 2020).
Por su parte, teniendo en cuenta a la TSM como un enfoque evolutivo del desarrollo de las instituciones e interacciones globales y atendiendo a los desarrollos de los estudios geográficos, Bohumil Doboš propuso repensar los sistemas estatales a partir de la expansión de los modelos europeos. Al interior del movimiento histórico del moderno sistema-mundo desde sus inicios, identifica primero una etapa caracterizada por un sistema medieval en descomposición, luego el “sistema de Westfalia” que da lugar a los modernos estados nacionales y por fin la globalización, como un período novedoso en el cual se debilita el paradigma estatal, con la perspectiva de una “nueva edad media” (Doboš, 2020). En un sentido muy diferente pero teniendo en consideración también los aspectos políticos como un eje esencial del desarrollo del sistema mundial, Ho-Fung Hung se ha interrogado respecto de por qué no se ha producido o se demora el relevo de los Estados Unidos por parte de la República Popular China, concluyendo que el control del dólar como moneda mundial y el poder militar son elementos que imposibilitan la construcción de una hegemonía por parte del segundo país. En consecuencia, plantea que la lógica de los ciclos de acumulación y hegemonía identificados en toda la historia del sistemamundo moderno se encuentra hoy fracturada, siendo conveniente que la TSM entre en diálogo con las teorías e historiografías sobre los imperios para estudiar la situación actual (Hung, 2019).
Esa desconfianza respecto de las formulaciones anteriores de la TSM, que tenían un fuerte criterio economicista, como así también la necesidad de repensar los efectos de la globalización planetaria, llevaron a la idea de que habría cierta imposibilidad de una identificación clara de los ciclos Kondratieff con posterioridad a la 13 crisis del fordismo . La dimensión política apareció también en la profundización del estudio de los vínculos entre el capital y los estados y de las relaciones interestatales que había privilegiado Arrighi, incorporando los modelos de desarrollo identificados por Kaname Akamatsu (Grinin, Korotayev y Tausch, 2016: capítulos 4 y 6). Frente a esa amplísima gama de temas y de opciones teórico-metodológicas, que van más allá de la perspectiva globalizante e interconectada, de la identificación de espacios jerarquizados y del predominio de la explicación estructural, habría que preguntarse con Sebastian Conrad si ya no sería imposible referir a la TSM como una teoría unificada, siendo necesario pensarla como diversas teorías emparentadas (Conrad, 2017: 51). Por ello, cuando ya no se puede descartar en masa a esa corriente como derivación de una única fórmula teórico-conceptual y se diversifican sus aportes, asombra más aun el relativo silencio de modernistas y contemporaneístas respecto de la TSM y del menos rígido análisis de los sistemasmundo. Quizás solo sea índice de que historiadores e historiadoras se encuentran cada vez más aislados de los grandes problemas que enfrenta el mundo moderno (Klein, 2018: 312), aunque algunos diagnósticos sobre el retorno de lo social y su reformulación puedan ser auspiciosos (Sewell, 2011: in fine).
A modo de cierre: evaluación y perspectivas de la TSM
Luego de estos repasos, podría decirse que la pregunta inicial admite varias respuestas. Es factible pensar a la TSM como una empresa intelectual que nació del cotejo entre la experiencia tercermundista y la academia de los países centrales, y que hoy muta de sedes y se afirma en espacios académicos de Rusia o China. Puede también apreciarse cómo multitud de autores y autoras siguen referenciándose a sus postulados, ora recuperando algunos de los planteos originales, ora modificando sus categorías e incluso proposiciones teóricas, manteniendo los grandes marcos interpretativos. Puede verse como pasa de “teoría” a “perspectiva analítica” en un proceso en el cual tiene incidencia sobre los campos de estudios más variados, que van del paleolítico a la mundialización capitalista. Entonces habrá amplias variaciones de sus vigencias, en función de referentes empíricos y espacios académicos diversos. En ese sentido los aportes de la TSM – y del análisis de los sistemas-mundo como su derivación – se aplican a estudios sobre los sistemas premodernos y sus interrelaciones, el cotejo del desarrollo de Europa y China, la distribución globalizada de la fuerza de trabajo y las oleadas de conflictividad laboral, los movimientos antisistémicos y sus derivas, las ondas largas de la economía capitalista global y las dinámicas regionales, las capacidades estatales en función del desarrollo económico y muchos otros temas.
Tal vez la pregunta sobre qué quedó de la teoría de los sistemas-mundo, podría cambiarse por qué quedó de aquella parte de ella que había impactado originalmente en la historiografía modernista, a saber, la tesis de Wallerstein sobre la emergencia y dinámica del capitalismo. Habría que señalar que el problema principal planteado por ese polémico inicio sigue vigente, cual es el de conceptuar al capitalismo más allá de las estrecheces de una “economía de mercado” o de un “modo de producción” y apreciar la lógica de la acumulación capitalista desde una perspectiva global. En ese punto la TSM ha sido un acicate para pensar el desarrollo comparado en largo plazo, lo que la hace potencialmente funcional al retorno de la historiografía a una historia “más poderosa y significativa” que, tal cual lo sugiere William Sewell, recupere el estudio de la vida económica en períodos extensos (Sewell, 2010: 166). Esa línea de trabajo es congruente con lo que el último autor citado comprende como la reformulación del problema de la totalidad social respecto del período contemporáneo, que a su juicio debería centrarse en la acumulación interminable de capital en un sentido marxista y desde allí abordar las consecuentes reconfiguraciones del capitalismo como procesos tanto culturales como materiales (Sewell, 2011: 105-106). Precisamente la acumulación como elemento motor y definitorio del desarrollo – bajo las categorías de modo de producción o de modo de acumulación – ha sido uno de los grandes logros de autores como Wallerstein, Arrighi o Chase-Dunn, aunque historiadores como Sewell discutan sus metodologías desde una lógica disciplinar.
Probablemente el mayor éxito de la TSM esté en haber establecido como un subtexto de los estudios históricos – desarrollados por personas que se entienden inscriptas en la historiografía pero también en la sociología, la economía, la demografía o los estudios sobre la cultura – las nociones de interconexión de los espacios y de cambio social global. Precisamente al repasar los aportes de Wallerstein y la corriente por él inaugurada, Conrad destacaba que:
sin alguna noción de interdependencia de las formas estructuradas – económica, pero también política y cultural – resulta difícil explicar la lógica del cambio relacionado, pero al mismo tiempo diferenciado, que ha dado forma al mundo durante los últimos siglos (Conrad, 2017: 51) .(15)
Hay que recordar que esa visión de la interdependencia supone también una jerarquización al interior del sistema espacial. Claramente, el legado de la TSM se inscribe en una deconstrucción del europeísmo y del correlativo orientalismo, pero a un tiempo supone no menospreciar el papel del capitalismo europeo-occidental en la emergencia del mundo moderno y construir categorías analíticas universalistas, que eviten la postulación de lo particular como inconmensurable. Entonces la TSM es también un vallado para los excesos relativistas de las tendencias deconstruccionistas y poscoloniales (Conrad, 2017: 190), al tiempo que inspira – por imitación o por el intento de su superación – nuevas construcciones historiográficas desde las periferias y las semiperiferias. Más allá de las insuficiencias historiográficas de la TSM y de las insuficiencias de la historiografía para su aprovechamiento, esta corriente de la sociología histórica ha construido puentes interdisciplinares para el estudio de aquello que Charles Tilly llamaba “grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes” (Tilly, 1991), en una óptica que ha regresado de la mano de la historia global en distintas versiones. En la actualidad, la TSM se encuentra en un cruce de tendencias, en gran medida derivado de un cruce de experiencias que atraviesan a la sociedad globalizada. Por un lado su relato del desarrollo de los ciclos de acumulación capitalista y de los ciclos hegemónicos es convincente, pero por otro ella misma constata la imposibilidad de pensar la actual “turbulencia” de la economía mundial y la crisis de hegemonía en el molde de las ondas largas pasadas. En un principio se fundamentó en una suerte de determinismo económico estructural y ahora se asoma a los ámbitos de la cultura y de la política como esferas que pueden explicar el funcionamiento del sistema mundial. Por una parte construyó una visión poderosa de las relaciones centro-periferia y por la otra permitió pensar que los procesos de centro y los procesos de periferia se encuentran regionalmente entremezclados, en una espacialidad que se redefine en atención a procesos de acumulación de capital, a luchas sociales y a capacidades estatales. Por fin, emergió como una forma de concebir el mundo moderno y se transformó en una perspectiva para pensar los mundos premodernos. Hoy, probablemente, pueda plantearse que su legado más relevante es una perspectiva analítica y que los elementos propiamente teóricos se sostienen o no respecto de problemas o períodos específicos, sin poder ser trasladados a los todos los ámbitos en los que hay desarrollos en ella inspirados.
En su último comentario publicado en la web del Fernand Braudel Center, exactamente dos meses antes de su fallecimiento, Immanuel Wallerstein registró ese punto basculante en el que se encuentra la TSM, frente a un mundo moderno que de la misma manera que su propuesta se halla a la vez en el fin y en el principio, abierto a posibilidades tanto inquietantes como esperanzadoras (Wallerstein, 2019). Se termina quizás una época del capitalismo – ¿o el mismo capitalismo? – y comienza otra cuyas características futuras desconocemos, en tanto que la corriente inaugurada por aquel autor ha llegado a un punto en el cual ya no puede ser acreditada como una teoría unificada y se abre a la interpenetración con variadas disciplinas y enfoques. Es decir, la TSM ha sido presa de su misma historicidad y va ramificándose y mutando, ofreciendo en ese proceso multitud de herramientas conceptuales y metodológicas. Sería un error anclarla en un debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo – por otra parte nunca cerrado del todo – y no apreciar aquello que brinda para la construcción de historiografías críticas y renovadas.
Bibliografía
(Se cita según el año de la edición utilizada)
Aguirre Rojas, Carlos (2005). “Immanuel Wallerstein y la perspectiva crítica del «análisis de los sistemas-mundo»”. En: Revista Colombiana de Sociología Nº 25.
Alonso, Luciano (2002). “La interpretación de las revoluciones contemporáneas en la obra de Immanuel Wallerstein”. En: Sociohistórica Nº 9/10.
Ansaldi, Waldo (2002) “De abejas, de arquitectos y de carpinteros. A propósito de ‘Historia y ciencias sociales’, un artículo de Carlos Astarita”. En: Sociohistórica Nº 11/12.
Arrighi, Giovanni (1999). El largo siglo XX. Dinero y poder en los orígenes de nuestra época. Madrid: Akal.
Arrighi, Giovanni (2005). “Comprender la hegemonía». En: New Left Review edición
castellana, Nros. 32 y 33.
Arrighi, Giovanni (2007). Adam Smith en Pekín. Orígenes y fundamentos del sigloXXI. Madrid: Akal.
Arrighi, Giovanni y Silver, Beverly J. (2001). Caos y orden en el sistema-mundo moderno. Madrid: Akal.
Arrighi, Giovanni; Hopkins, Terence K. y Wallerstein, Immanuel (1999). Movimientos antisistémicos. Madrid: Akal.
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Astarita, Carlos (2007). “En las tradiciones de Weber y de Marx. Reflexiones sobreun artículo de Waldo Ansaldi “. En: Sociohistórica Nº 19-20.
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Astarita, Carlos (2009). “La historia de la transición del feudalismo al capitalismo enel marxismo occidental”. En: Anales de Historia Antigua, Medieval y Moderna Vol. 41.
Aston, T. H. y Philpin, C. H. E., eds. (1988). El debate Brenner. Estructura de clases agraria y desarrollo económico en la Europa preindustrial. Barcelona: Crítica.
*Doctor en Humanidades con mención en Historia. Docente-investigador del Centro de Estudios Sociales Interdisciplinarios del Litoral, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y del Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales del Litoral (CONICET/ UNL), Santa Fe, Argentina. ORCID 0000-0001-5728-9747 – Correos electrónicos: lpjalonso8@gmail.com / lalonsofhuc.unl. Edu.ar
1 Hay una copiosa bibliografía que discute el carácter de la TSM y sus implicancias epistemológicas. Alcanza aquí con señalar que suele distinguirse entre la “teoría” y la “perspectiva analítica”, como dos marcos epistemológicos distintos (Flamini, 2020), aunque Immanuel Wallerstein destacara que la TSM no era una escuela determinada sino un “tipo de análisis” (para las características esenciales de ese modelo analítico véase Fernández, 2017: caps. I y II). En estas páginas no se adopta una u otra alternativa, sino que se supone que aunque en sus diferentes versiones la TSM tiene componentes variables, en todas se privilegian las visiones totalizantes, comparatistas, interconectadas y jerarquizadas de diversas dimensiones espaciales. Se hace en gran medida abstracción, en consecuencia, de otros elementos que pueden ser definitorios de la tendencia solo respecto de campos de conocimiento determinados, como ser la teoría de los ciclos económicos y de la hegemonía a nivel de la economía-mundo, la relación entre estructuras materiales y culturales, el privilegio del método deductivo o del comparativo, o la tipología de los sistemas sociales.
2 Sobre el privilegio de la lógica deductiva y la centralidad de la economía en la producción anterior de Wallerstein véase Alonso, 2002. Una visión más general y ponderada en Fernández, 2017.
3 Sobre la distinción entre world-system o «sistema-mundo» y world system o “sistema mundial”, véase Tortosa, 1999: 107.
4 Como es sabido, el debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo se desarrolló inicialmente entre economistas e historiadores marxistas, para extenderse luego a historiadores sociales de variada adscripción. Una primera etapa identificada con el “debate Dobb-Sweezy” se desarrolló entre los años 50 y 60 del siglo pasado, mientras que una segunda etapa identificada con la oposición “Brenner-Wallerstein” es factible de ser identificada en las décadas de 1970-80. Puede considerarse también que el debate sobre la “crisis del siglo XVII” lanzado inicialmente por Eric Hobsbawm y Hugh Trevor-Roper y con antecedentes en los trabajos de Christopher Hill, constituye una subvariante de esas otras discusiones, al tratar sobre la interpretación de ese período en el desarrollo de la modernidad. Véase v. g. Hilton, 1982; Aston y Philpin, 1988; Garrido, 2013; Aston, 1983; Benigno, 2000; Dewald, 2008 y una extensa bibliografía.
2 Sobre el privilegio de la lógica deductiva y la centralidad de la economía en la producción anterior de Wallerstein véase Alonso, 2002. Una visión más general y ponderada en Fernández, 2017. 3 Sobre la distinción entre world-system o «sistema-mundo» y world system o “sistema mundial”, véase Tortosa, 1999: 107.
4 Como es sabido, el debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo se desarrolló inicialmente entre economistas e historiadores marxistas, para extenderse luego a historiadores sociales de variada adscripción. Una primera etapa identificada con el “debate Dobb-Sweezy” se desarrolló entre los años 50 y 60 del siglo pasado, mientras que una segunda etapa identificada con la oposición “Brenner-Wallerstein” es factible de ser identificada en las décadas de 1970-80. Puede considerarse también que el debate sobre la “crisis del siglo XVII” lanzado inicialmente por Eric Hobsbawm y Hugh Trevor-Roper y con antecedentes en los trabajos de Christopher Hill, constituye una subvariante de esas otras discusiones, al tratar sobre la interpretación de ese período en el desarrollo de la modernidad. Véase v. g. Hilton, 1982; Aston y Philpin, 1988; Garrido, 2013; Aston, 1983; Benigno, 2000; Dewald, 2008 y una extensa bibliografía.
5 Respecto de las filiaciones de la obra de Wallerstein, que han sido ampliamente tratadas, véanse v. g. Bonnell (1994), Sckopol (1994a y 1994b), Taylor y Flint (2002) o Aguirre Rojas (2005).
6 De acuerdo con Astarita, para los historiadores sociales ingleses y lo que él llama la “escuela marxista francesa” construida en la unión entre marxismo y nouvelle histoire, la influencia de quienes insistían en el estudio de las articulaciones entre centro y periferia y en la transferencia de excedente como Immanuel Wallerstein, André Gunder Frank o Samir Amin “fue modestísima”. Apenas la identifica para realizar un contrapunto entre esos autores y los antropólogos franceses preocupados por la articulación comercial entre modos de producción capitalistas y no capitalistas (Astarita, 2009: 12-13). Esa falta de consideración era congruente con su concepción de la sociología histórica como una disciplina formalista y deductiva (Astarita, 2001), contestada apropiadamente por Waldo Ansaldi (2002) y en rigor contradictoria con la idea de una construcción del conocimiento “a la Weber” a partir de los individuos.
7 La presencia o ausencia de una referencia precisa a determinadas obras en manuales y programas de estudio puede resultar un elemento de juicio respecto de la receptividad o el decantamiento que habrían recibido en los medios académicos. En casos como el español, donde hay asignaturas que tienen contenidos mínimos fijados para títulos oficiales en concierto entre las universidades y los órganos de gobierno, los manuales para esas materias pueden ser un indicador interesante. En casos como el argentino, donde se carece de uniformización respecto de las carreras de una disciplina como la historia y no hay manuales que puedan aplicarse a nivel nacional, los programas de las asignaturas pueden servir de referencia alternativa. Aunque el relevamiento realizado aquí no ha sido exhaustivo, se ha detectado que solo en una cátedra de historia moderna –radicada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires– aparece un texto de Wallerstein distinto de los citados.
8 Esta variación de Arrighi también supone la alteración de la correlación entre economía y estado que aparece en autores como Wallerstein o Frank, en quienes hay una correspondencia directa entre niveles de desarrollo y estructuras de poder. Por el contrario, a similitud de Dabat (1994: caps. IV y V), se abre a la posibilidad de que las semiperiferias tengan “estados fuertes” desde la perspectiva de la concentración del poder y la capacidad de acción, lo que los hace “fuertes” en el sentido wallersteniano de asegurar la acumulación de capital.
9 Para esa época Wallerstein fue presidente de la Asociación Sociológica Internacional (1994-1998) y presidente de la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales (Wallerstein, 1998c).
10 Para un autor tan poco empirista como Sewell, preocupado principalmente por los problemas socio-culturales e influido aunque no obnubilado por el giro lingüístico: “probablemente debamos intentar reconstruir las prácticas semióticas concretas y sus articulaciones sin recurrir a “sistemas” o “dinámicas”. En realidad, tales conceptos “macro” sólo son útiles si pueden ser identificados de manera concreta, mostrando de qué manera esos sistemas y dinámicas están compuestos de juegos interrelacionados de lenguaje” (Sewell, 2006: 62-63). Sin embargo, las observaciones de esas páginas sobre el sistema financiero internacional y los ahorristas argentinos son fácilmente cotejables con algunas de las argumentaciones de Arrighi o Wallerstein, en las cuales los mercaderes genoveses o los patrones navieros holandeses aparecen jugando como los operadores financieros de la actualidad a los que alude Sewell.
11 Desde otra variante de la sociología histórica se ha impugnado de manera semejante el relativismo poscolonial (Chibber, 2015), mientras que el carácter simplista de la concepción civilización / barbarie invertida por los estudios subalternos – en un gesto que recuerda el “eurocentrismo antieurocéntrico” que criticaba Wallerstein –, ha sido destacada desde la historiografía modernista, en una crítica a “los burdos sofismas de la dogmática postcolonial tan generosamente jaleada en algunos campus norteamericanos” (Schaub, 2004: 58).
12 Es interesante recordar que de acuerdo con Immanuel Wallerstein hay episodios de lucha de clases sin que todos los agentes implicados hayan desarrollado una plena conciencia de clase “para sí” (Wallerstein, 1979, cap. 7). Más allá de énfasis diversos, ese planteo es llamativamente coincidente con la noción thompsoniana de las clases que no preexisten a la lucha sino que se construyen en ese mismo proceso (Thompson, 1984, pp. 34 a 37). En distintos textos Wallerstein habló de clases objetivas o globales y de clases nacionales o subjetivas, las primeras definidas analíticamente por su función en el modo de producción capitalista y las segundas autodefinidas por su conciencia o articulación política – véase Taylor y Flint, 2002, cap. 1 –. Algunas de sus categorizaciones, como el concepto de clase social global o la concepción de un “sistema de una sola clase” que aparecen en el texto citado más arriba, pueden ser interesantes pero faltas de referencialidad empírica y – en el segundo caso – potencialmente erróneas.
13 En una perspectiva distinta, Robert Brenner ha destacado que después de la crisis del fordismo se entra en una “economía de la turbulencia global”, en el contexto de una larga fase descendente en la que nuevos estados capitalistas desafían a los antes establecidos (Brenner, 2009).
14 Como lo han señalado Taylor y Flint (2002: cap. 1) el concepto de modo de producción de Wallerstein desbordó los parámetros de la herencia marxiana respecto de la propiedad privada de los medios de producción y del trabajo asalariado, y se constituyó en una herramienta para apreciar las distintas facetas de la acumulación. Precisamente para una concepción amplia del capitalismo de gran actualidad, Fraser (2014) toma en consideración algunos aportes de Wallerstein y Arrighi.
15 El mismo autor plantea, poco más adelante, que para muchas interpretaciones de la historia global “sigue siendo imprescindible, como herramienta, un marco de concepción laxamente marxista”, señalando que los historiadores e historiadoras que recurren a esta perspectiva en la estela de la TSM han descartado los modelos mecánicos de base y superestructura y aspiran a comprender al capitalismo como una forma histórica específica que aúna antagonismos sociales y tendencias culturales (Conrad, 2017: 51-52).