La ciencia política latinoamericana entre el nacionalismo y el cosmopolitismo: discutiendo la experiencia de su desarrollo e identidad

Latin American Political Science Among Nacionalism and Csmopolitanism: discussing experience of their development and identity

                  

                                                                                                      Héctor Zamitiz Gamboa (1) 

 

1.Doctor en Ciencia Política. Profesor adscrito al Centro de Estudios Políticos de la Facultad de Ciencias Políti￾cas y Sociales (UNAM). Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. 

ORCID: : https//orcid.org/0000-0001-6794-4194  /  Correo electrónico: hectorzamitiz@politicas.unam.mx

                                                                             Resumen 

El artículo tiene como objetivo situar el proceso histórico en el que surgieron las ciencias sociales y la validez de sus distinciones disciplinarias. Plantea que deben registrarse como parte de este proceso, el establecimiento de tradiciones nacionales en el estudio de lo político y lo social en América Latina. Paralelamente se analiza cómo se fueron incorporando las influencias de enfoques teórico-metodológicos producidos en Estados Unidos y Europa Occidental, propios de una ciencia política empírica que modificaron no sólo el estilo y las tradiciones nacionales de las ciencias sociales en América Latina, sino también su identidad.

Las preguntas que guían la investigación son: ¿Continúan importando las tradiciones nacionales? ¿Como fue la recepción en Latinoamérica de los enfoques teórico-metodológicos producidos en Estados Unidos y Europa Occidental? ¿La ciencia política se ha convertido en una ciencia realmente internacional en la “era de la globalización”? ¿La disciplina norteamericana se encuentran en una posición hegemónica en América Latina?

 

 Palabras clave

Ciencia política, cosmopolitismo, nacionalismo, América Latina, universalismo, particularismo

 

                                                                               Abstract

The article has as its aim positioning the historical process where social sciences were suggested and the validity of its disciplinary favoritism. It suggests that they should register themselves as part of the process, the establishment of national traditions within political study and the social aspect in Latin America. At the same time, it analyzes how the theoretical-methodological influence perspectives were included, produced in the United States and Western Europe, typical of an empiric political science that modified not only the style and national traditions in Latin America social sciences, but also their identity. The questions that guide the research are: Are national traditions still of interest? How was received in Latin America the theoretical-methodological approach produced in the United States and Western Europe? Has political science become a real international science in the “globalization era”? Is North American discipline placed in a hegemonic position in Latin America?

 

                                                                               Keywords

Political Science, cosmopolitanism, nationalism, Latin America, universalism, particularism

 

         

                                                                             Introducción

     El punto de partida en el que nos situamos para estudiar la historia y desarrollo de la ciencia política en América Latina es conocer algunas de las transformaciones de las estructuras políticas y sociales que desde el inicio del siglo XX tuvieron lugar en la región, lo cual nos permite revisar y reconstruir críticamente las premisas tanto materiales como ideales de la disciplina.

     El estudio que llevó a cabo Emmanuelle Wallerstein en la comisión Gulbenkian, nos enmarca en el contexto en el que después de 1945, dicho autor identificara tres procesos que afectaron profundamente la estructura de las ciencias sociales erigida en los 100 años anteriores:

    a) El cambio en la estructura política. Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial con una fuerza económicamente abrumadora, en un mundo políticamente definido por dos realidades geopolíticas nuevas: la llamada Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS, y la reafirmación histórica de los pueblos no europeos del mundo;
     b) el hecho de que en los 25 años subsiguientes a 1945, el mundo tuvo la mayor expansión de su población y su capacidad productiva jamás conocida, que incluyó una ampliación de la escala de todas las actividades humanas y,
     c) la consiguiente expansión extraordinaria, tanto cuantitativa como geográfica, del sistema universitario en todo el mundo que condujo a la multiplicación del número de científicos sociales profesionales.

    Cada una de estas tres realidades sociales nuevas planteó un problema para las ciencias sociales, tal como habían sido institucionalizadas históricamente. Es importante destacar que la enorme fuerza de Estados Unidos, en comparación
con todos los demás estados, afectó profundamente la definición de cuáles eran los problemas más urgentes para enfrentar, y cuáles los modos más adecuados para enfrentarlos (Wallerstein, 1996, p. 38). En este marco de referencia se sitúa nuestro interés en conocer cómo se ha desarrollado la ciencia política entre las tradiciones nacionales de diversos países, y que a su vez pertenezcan también a una comunidad internacional. Esta situación debe conducirnos a pensar en que las ciencias, en primer lugar, evolucionaron en marcos nacionales y después se fueron incorporando los enfoques teóricos, epistemológicos y metodológicos producidos en los cen￾tros de poder político e intelectual, principalmente Estados Unidos y Europa Occidental (Berndtson, 2012, p. 17). En consecuencia, nuestra hipótesis principal es que la ciencia política ha evolucionado históricamente dentro de los marcos nacionales, es decir, primero recibió su influencia de la tradición particular de cada país y posteriormente tuvo variaciones que fueron entendidas como algo natural. Recordemos que, como disciplina académica, la ciencia política fue establecida primero en las universidades americanas a fines del siglo XIX y después de la Segunda Guerra Mundial la disciplina se extendió a Europa y otras partes del mundo.  

    Afirma Berndtson, (2012, p. 17) refiriéndose al caso de Europa, que al mismo tiempo que existían tradiciones nacionales en el estudio de la política, los países consideraron necesario aprender de los otros para poder evitar el aislamiento y los prejuicios, con el fin de estrechar el horizonte y facilitar el entendimiento mutuo, aunque “la meta era no abolir la diversidad intelectual del estudio de los pensadores nacionales o la variedad de métodos (jurídico, histórico, filosófico, sociológico, sicológico, estadístico) por un único concepto de ciencia política”. En este proceso consideramos que deben comprenderse no sólo las causas sino los efectos de los momentos de ruptura y diferenciación ocasionada por el advenimiento de nuevos paradigmas teórico-metodológico, como fue el movimiento conductista, (revolución Behaviorista) debido a que la ciencia política en su universalismo, asumió todavía más, el carácter pluriparadigmático que le caracterizó desde los años 50 del siglo XX. La razón principal de la ruptura tiene relación con lo que planteó Bernard Crick en el sentido de que había (y sigue habiendo) una creciente tendencia en los estudios universitarios sobre la política a intentar despojar de importancia política los criterios para la investigación y el estudio, con el objetivo de establecer una metodología aséptica, pues se considera que las doctrinas son parciales, subjetivas o de un relativismo irremediable y, en consecuencia la teoría política debe basarse en algún tipo de metodología, aunque no se establece una diferenciación absoluta entre teoría y doctrina, pues “las teorías no son más que excelentes doctrinas y cualquier metodología es una doctrina política” ( 2001, p. 212). Este es el caso para Crick del conductismo dentro de la ciencia política norteamericana en su pretensión de ser una ciencia pura, pues “el verdadero significado es consecuencia de los presupuestos doctrinarios de los defensores de esa ciencia: un tipo de doctrina política específicamente liberal y democrática cuya posibilidad de aplicación es mucho más limitada de lo que suponen sus autores” ( 2001,p.213).

     Conviene destacar dentro de los objetivos del artículo que existen investigaciones que al hacer historia de la ciencia política en América Latina destacan que la disciplina se encuentra en “busca de su identidad”; (aunque la identidad propiamente no ha sido objeto de alguna investigación seria y profunda). Por su parte, Manuel Alcántara Sáez considera al respecto, que la ubicación “latinoamericana”
de la nueva comunidad requiere señas de identidad propia, que aúnen no sólo la especificidad temática, sino la realidad particular nacional, la cual, “plenamente integrada en el contexto internacional, rendirá frutos no sólo para el consumo regional, sino para contribuir a la expansión y riqueza de la disciplina a nivel mundial” (2016, p.15). En este sentido, esperamos que este articulo contribuya a conocer un
poco más la identidad de la disciplina en la región, cuestión que es interés de muchos de nosotros.

 

 

El surgimiento de las ciencias sociales, la validez de sus distinciones disciplinarias y sus implicaciones organizacionales

 

     Wallerstein afirma que los procesos antes referidos modificaron profundamente la forma en que se organizaban las ciencias sociales e influyeron en la expansión desenfrenada de los sistemas universitarios en el mundo entero, la cual tuvo una implicación organizacional muy concreta: creó una presión social por el aumento de la especialización debido simplemente al hecho de que los estudiosos buscaban nichos que pudieran definir su originalidad o por lo menos su utilidad social. El efecto más inmediato consistió en estimular las intrusiones recíprocas de científicos sociales en campos disciplinarios vecinos, ignorando en este proceso las varias legitimaciones que cada una de las ciencias sociales había erigido para justificar sus especificidades como reinos reservados. Y la expansión económica alimentó esa expansión proporcionando esos recursos que la hicieron posible. Hubo una segunda implicación organizacional: la expansión económica mundial implicó un salto cuantitativo en su escala, tanto para las maquinarias estatales y las empresas económicas, como para las organizaciones de investigación. Las principales potencias estimuladas sobre todo por la Guerra Fría empezaron a invertir en la gran ciencia y esa inversión se extendió a las ciencias sociales. El porcentaje asignado a las ciencias sociales era pequeño, pero las cifras absolutas eran más elevadas en relación con todo lo que habían tenido a su disposición previamente. Esa inversión económica estimuló una cientificación ulterior y más completa de las ciencias sociales y su resultado fue el surgimiento de polos centralizados de desarrollo científico con concentración de información y de capacidad y con recursos financieros proporcionados ante todo por Estados Unidos y otros grandes Estados, por fundaciones (en su mayoría basadas en Estados Unidos) y también en menor medida por empresas transnacionales. Donde quiera que la estructura institucional de las ciencias sociales no era aún completa, estudiosos e instituciones estadunidenses la estimularon directa o indirectamente siguiendo el modelo establecido, con particular énfasis en las tendencias más nomotéticas dentro de las ciencias sociales la enorme inversión pública y privada en investigación científica dio a esos polos de desarrollo científico una ventaja indiscutible sobre las orientaciones que parecían menos rigurosas orientadas hacia la política. Así la expansión económica reforzó la legitimación mundial en las ciencias sociales de los paradigmas científicos subyacentes a las realizaciones tecnológicas que los respaldaban. Sin embargo, el fin del dominio político de occidente sobre el resto del mundo significaba al mismo tiempo el ingreso de voces nuevas al escenario, no sólo de la política sino de la ciencia social.

     A fines del siglo XIX había tres líneas divisorias claras en el sistema de disciplinas erigido para estructurar las ciencias sociales. La historia entre el estudio del mundo moderno/civilizado (historia más las tres ciencias sociales nomotéticas) y el estudio del mundo no moderno (antropología más estudios orientales); dentro del estudio del mundo moderno, la línea entre el pasado (historia) y el presente (las ciencias sociales nomotéticas); dentro de las ciencias sociales nomotéticas, las muy marcadas líneas entre el estudio del mercado (economía), el estado (ciencia política) y la sociedad civil (sociología). La superposición creciente entre las tres ciencias sociales nomotéticas tradicionales − economía, ciencia política y sociología − tenía una carga de controversia política menor frente al movimiento hacia una cooperación más estrecha de la que se daba entre la historia y las demás ciencias sociales. El nivel de compromiso de las tres disciplinas con las técnicas cuantitativas e incluso con los modelos matemáticos fue aumentando en los años inmediatamente posteriores a la guerra y sus respectivos enfoques metodológicos fueron diferenciándose cada vez menos. Las múltiples superposiciones entre las disciplinas tuvieron una consecuencia doble. No sólo se hizo cada vez más difícil hallar líneas divisorias claras entre ellas, en términos del campo de sus estudios o el modo en que trataban los datos, sino que además ocurrió que cada una de las disciplinas se fue volviendo cada vez más heterogénea.

    Cualquiera que sea nuestro juicio, apunta Wallerstein, sobre la muy clara tendencia hacia el tema de la multidisciplinariedad, las consecuencias organizacionales parecen ser muy evidentes. Entre 1850 y 1945 el número de nombres utilizados para clasificar la actividad del conocimiento en las ciencias sociales se fue reduciendo; pero después de 1945 la curva se movió en dirección contraria con la constante aparición de nuevos nombres que luego buscaban bases institucionales adecuadas. La validez de las distinciones entre las ciencias sociales fue probablemente el mayor foco de debate crítico en las décadas de 1950 y 1960. Hacia el fin de la década de 1960 y luego muy claramente en la de 1970, pasaron a primer plano, nos dice Wallerstein, otras dos cuestiones que habían surgido en el período de posguerra: el grado en que las ciencias sociales ( y en realidad todo conocimiento) eran “eurocéntricas” y por lo tanto el grado en que el patrimonio heredado de las ciencias sociales puede ser considerado parroquial; y el grado en que la arraigada división del pensamiento moderno en las “dos culturas” era un modo útil de organizar la actividad intelectual (1996, p.53).

Las tradiciones nacionales y las influencias internacionales

    Donatella Della Porta y Michael Keating afirman que las ciencias sociales (como algo apuesto a la filosofía) surgieron en los siglos XIX y XX con el estado-nación. Casi siempre estuvieron ligadas a supuestos y experiencias nacionales, e incluso los datos políticos y sociales se identifican con entidades nacionales. El resultado es una especie de “nacionalismo metodológico” que adopta dos formas. Una es la tendencia a generalizar desde el propio país, presentado como precursor de la modernidad y modelo de futuro. La otra es el mito del excepcionalísimo, según el cual el propio país es la excepción a las reglas generales de desarrollo y, por tanto, merece especial interés. Por ejemplo, en la mayoría de los países existe una escuela de pensamiento que defiende que el país en cuestión es excepcional por no haber tenido una verdadera “revolución burguesa”, aunque paradójicamente, si algo tienen en común todos los países es la idea de que son excepcionales.

    Ambos autores advierten que al hablar de tradiciones nacionales se corre el riesgo de cosificarlas y de presentar una uniformidad que no existe, aunque en ciertos países se siguen subrayando determinadas ideas y enfoques concretos. Por ejemplo, el concepto de Estado tiene un significado en Francia y Alemania difícil de trasladar a Estados Unidos o a Gran Bretaña. Por el contrario, los investigadores estadunidenses minusvaloran el concepto de Estado en la política interior, pero le dan gran importancia en las relaciones internacionales. La ciencia social francesa tiende tradicionalmente a una abstracción que contrasta con el empirismo del mundo angloparlante. En cuanto disciplinas emergentes en los siglos XIX y principios del XX, la ciencia política y la sociología se vincularon en algunos países a disciplinas más antiguas, como la historia o el derecho, y dicho vínculo sigue notándose.
En muchos países, las relaciones internacionales surgieron como disciplina separada de la política comparada. La división entre ciencia política y sociología es más radical en Gran Bretaña y Estados Unidos que en Francia o Italia. En ocasiones, ese contraste refleja diferencias en las realidades políticas y sociales de los países aludidos. Francia tuvo siempre un Estado fuerte. La política estadounidense giró en torno al pluralismo de los grupos de interés dentro de un sistema de valores poco definido (al menos hasta el renacer de la escisión religiosa). Sin embargo, el diferente énfasis intelectual no refleja por sistema una realidad social subyacente, en contraposición a diversas formas de pensar sobre la política y la sociedad. Por tanto, es muy importante recoger los conceptos e ideas de un país y aplicarlos comparativamente y, de un modo más general, reunir aquellos que se puedan trasladar, bien para contribuir a la investigación comparativa o como antídoto contra el nacionalismo metodológico (Della Porta & Keating, 2013).

    Siempre hubo un mercado internacional de ideas, con puntos álgidos como el Renacimiento o la Ilustración del siglo XVIII, pero en el siglo XX el fenómeno se intensificó. La existencia de una lengua común (sucesivamente, el latín, el francés y el inglés) lo potencia, pero a la vez conforma las ideas y su recepción. ADella Porta & Keating, les interesan especialmente dos frentes: el mercado de ideas dentro de Europa y el comercio trasatlántico cuando Estados Unidos comenzó a ocupar una posición dominante dentro de la investigación en ciencias sociales. Por ejemplo, la revolución conductista de los años sesenta nació en Estados Unidos, pero afectó poderosamente al pensamiento europeo desde los años setenta, subrayando el universalismo, la cuantificación y el rigor. La teoría de la elección racional, tan influyente a partir de los años ochenta, no fue monopolio estadunidense, pero en Estados Unidos tuvo más fuerza y se propagó debido a la influencia de su ciencia social en el mercado global. Otras ideas tienen historias más complicadas. En los años cincuenta, Michael Crozier y sus colaboradores importaron de Estados Unidos el análisis de las organizaciones y lo transformaron en una manifestación científica específicamente francesa: la sociología de las organizaciones. A su vez, esta fue asumida por los investigadores británicos, que la devolvieron al mundo angloparlante. Coincidió allí con el nuevo institucionalismo, que ha funcionado con ideas similares, pero partiendo de una base distinta, como reacción al conductismo y a la elección racional. Los enfoques estadunidenses influyeron en la sociología europea, que también desarrolló y difundió ideas propias. En otros, el sociólogo francés Alain Touraine reflejó la influencia del funcionalismo parsoniano en su teoría de la sociedad, y Erving Goffman influyó en los etnometodólogos europeos. En todos estos campos, las ideas desarrolladas por los investigadores europeos llegaron al otro lado del Atlántico, con impactos especialmente fuertes en la teorización e investigación de aspectos como el poder (Foucault), la comunicación (Habermas) y la cultura (Bourdieu). 

     A lo largo del tiempo, se ha producido un reciclaje similar con el ir y venir de las ideas. El estudio de las instituciones floreció, se apagó y regresó con nueva forma. Lo mismo ocurrió con el estudio de la historia y con los enfoques culturales, tanto en política como en sociología. La teoría normativa, marginada durante la revolución conductista, ha renacido con fuerza. La costumbre de reinventar viejas ideas, adjudicándoles etiquetas nuevas, ha generado gran confusión. De igual modo, los defensores de nuevas ideas (o tan solo de términos nuevos) tienden a presentar una caricatura simplificada de sus predecesores, privándonos así del apoyo de conocimientos pasados y de progresar teórica y metodológicamente (2013, p. 17).

 

La importancia de las tradiciones nacionales en la evolución de la disciplina 

    Es importante referir la preocupación de Berndtson,(2012) para responder las siguientes preguntas: ¿Continúan importando las tradiciones nacionales? ¿La ciencia política se ha convertido en una ciencia realmente internacional en la era de la globalización? ¿La disciplina norteamericana se encuentran en una posición hegemónica? Para responder tales preguntas hace una revisión de un artículo de John Coakley en el que analiza la evolución institucional de la ciencia política en su dimensión internacional, en el que este último afirma que a pesar del impresionante linaje intelectual y del profundo impacto de la tradición del pensamiento filosófico- político, el desarrollo de la ciencia política en su forma actual es un fenómeno inequívocamente contemporánea, pues hasta bien entrado el siglo XX, su identidad fue insegura y su rango académico estuvo sujeto a impugnaciones de diversa intensidad en distintas regiones del mundo; a finales de la década de 1940, la posición de la ciencia política en el mundo académico era todavía precaria. Un estudio de la época indicaba que las diversas tradiciones nacionales podían agruparse en cinco escuelas principales:  

· La escuela estadounidense, caracterizada por su apertura a las metodologías de otras ciencias sociales, en particular la psicología, especialidad que entonces efectuaba la transición del institucionalismo al conductismo (en Estados Unidos, el Cercano Oriente y ciertas zonas de Asia, como China).
· La escuela británica, inserta en la filosofía de la moral, pero que se estaba independizando lentamente (en el Reino Unido y la mayoría de los países del Commonwealth, incluida la India).
· La escuela francesa, basada en la tradición del derecho romano (en Francia, Europa meridional y América Latina).
· La escuela alemana, que tenía su origen en el derecho constitucional y administrativo, y que evolucionaba hacia el estudio sistemático del Estado (en Alemania, Austria y algunas naciones aledañas como los Países Bajos, las naciones escandinavas y Japón).
· La escuela soviética, que se caracterizaba por el enfoque analítico marxista-leninista y que comprendía fundamentalmente una rama de la sociología, basada en la economía política (en la Unión Soviética y otros países bajo influencia comunista) (Coaley, 2004, p.179).

 

    Aunque esta clasificación, como cualquier otra tipología, incurre en una simplificación excesiva de la realidad, posee una importancia peculiar por las circunstancias en las que se formuló como un importante estudio de los métodos usados en la ciencia política, auspiciados por la UNESCO. Es evidente que aun en el momento en que se redactó (1950) había ya amplias variaciones en el interior de la mayoría de estas escuelas. Con el propósito de describir no sólo los enfoques nacionales, sino los regionales en la ciencia política europea, (Berndtson, 2012, p.11) se propuso describir los regionales, para lo cual estos enfoques: americano, británico, alemán, francés y soviético los convirtió en americano, noreuropeo, centroeuropeo, sudeuropeo y oriente-europeo en la situación actual.

   Los cuatro enfoques regionales europeos son desde luego burdos tipos ideales. En realidad, las diversas comunidades de la ciencia política se han convertido y continúan convirtiéndose en algo más hibrido. El enfoque norteamericano hace algunos años era el líder global cuando empezó a desarrollarse la ciencia política en Europa. La influencia americana fue la más fuerte en los países nórdicos, los Países Bajos y la Bélgica flamenca. Por otro lado, la recepción de la ciencia política en Gran Bretaña después de la Segunda Guerra Mundial fue fuertemente crítica (ejemplo de esto es el libro de Bernard Crick, En defensa de la política). Sin embargo, partes de ella fueron adoptadas por los estudios políticos británicos. Los más importantes aspectos de la influencia americana han sido la idea de un estudio científico de la política y la introducción de la ciencia política como una disciplina académica independiente. El conductismo capturó las mentes de los estudiosos de la ciencia política en el norte de Europa a partir de los años cincuenta. Aunque la ciencia política norteamericana ha perdido su hegemonía absoluta dentro de la ciencia política europea, y aunque se ha convertido en una disciplina mucho más plural de lo que fue en los años cincuenta, muchos estudiosos de la ciencia política europea todavía continúan interesados en ella. Berndtson concluye que las diversas tradiciones nacionales nos ayudan a explicar la naturaleza de diferentes comunidades de la ciencia política, y los enfoques regionales ofrecen perspectivas amplias para entender la ciencia política europea en su conjunto; no obstante, la ciencia política como disciplina es especialmente vulnerable por un conjunto de razones. Comparada con la sociología y la economía la ciencia política es más heterogénea y débil en el sentido que se ha desarrollado tarde en Europa y no es un campo establecido en todos los países, por lo que “más que nunca la ciencia política europea necesita un diálogo entre las diversas tradiciones nacionales, así como entre las diferentes tradiciones regionales (2012, p.17). 

 

Sobre la problemática de la recepción en Latinoamérica de los enfoque teórico-metodológicos producidos en Estados Unidos y Europa Occidental

 

     No son pocos los estudiosos de la ciencia política y los historiadores de la misma que han estudiado su progreso científico, inspirados en el informe que Thomas Kuhn publicó con el título La estructura de las revoluciones científicas en el que observó las teorías y prácticas científicas desde los campos de la física y la química  y que, mediante la idea de un paradigma que es producto de haber seguido los principios que rigen la “ciencia normal”, analiza que nuevas invenciones de teorías o enfoques, pueden ser aceptados por los grupos de científicos (Kuhn, 2013, p. 319).
También en el campo de la ciencia política algunos científicos han adquirido grandes reputaciones, pero no por la novedad de sus descubrimientos, sino por la precisión, seguridad y alcance de los métodos que desarrollaron para la redeterminación de algún tipo de hecho previamente conocido.

 

1.Notas sobre Ciencia Política en América Latina

 

     La Revista brasileira de Estudos Políticos publicó en julio de 1965 el texto de José Nun que tenía como referente un informe elaborado por el profesor Merle Kling sobre la evolución de los estudios políticos norteamericanos relacionados con América Latina, en el que el argumento principal giró en torno a lo que Nun consideró una imagen peligrosa: el pasaje de lo tradicional a lo moderno, en el contexto de “una sola revolución”, lo que unía un pasado histórico con un presente moderno de los países desarrollados, encarnación del progreso y por lo tanto punto de llegada de los que empiezan a modernizarse. De esta forma este proceso nos lleva, afirma Nun, a medirnos intelectualmente con relación a ese padrón, a ver qué tan modenos somos los latinoamericanos en nuestro trabajo. Alternativa que, en este caso, asusta porque desde hace tiempo hemos escuchado decir − o decimos − que la ciencia política no existe en América Latina (Nun, 1965, p.127). Nun afirmó en dicho texto que el estatuto científico de la disciplina no sólo era ambiguo en nuestro medio, sino también era discutido en los países en que se encontraba más adelantado el estudio de las ciencias sociales y esta constatación aumentaba el interés por examinar el caso latinoamericano, en primer lugar, “porque no quedaba duda de que, desde los tiempos de la independencia, la política había sido una preocupación fundamental de los intelectuales latinoamericanos (Nun, 1965, p.128).Ya desde el siglo XIX, además de los libros y artículos que hablaban sobre el tema, encontramos testimonios de los intereses académicos sobre el tratamiento de dicho tema. Para aproximarse al problema Nun formula una serie de preguntas sobre la validez científica de dilucidar el estado en el que se encontraba la ciencia política en América Latina, a las que buscó dar respuesta. En primer lugar, con base en el concepto de ciencia normal de Kuhn, se refiere a las dificultades implícitas que habían revelado que los historiadores, al referirse al campo de las ciencias normales tendían cada vez más a rechazar la noción de un nuevo progreso acumulativo y a referirse a las verdaderas revoluciones conceptuales que provocan a cada paso una redefinición de la disciplina correspondiente a través de las crisis más o menos prolongadas. Según Nun lo que sucede es un desarrollo en espiral, en que todo progreso significativo es un nuevo comienzo a un nivel superior, de un proceso ya acabado “ “en cuanto el proceso esté en curso, la comunidad científica comparte ciertos modelos, a los cuales ajusta su trabajo; las simples acumulaciones son entonces posibles, pero cuando estos paradigmas comienzan a revelarse insatisfactorios, hay especialistas que principian a evitar los padrones vigentes, a reestructurar su objeto de análisis para poder “normalizar” fenómenos importantes que de otra forma tendrían que considerar anómalos”, lo cual ya no se trataba de ajustes a un sector circunscrito de la especialidad, sino que se hace dialéctico el marco de referencia utilizado y con mayor o menor rapidez, nuevos modelos ocupan el lugar de los anteriores (Nun, 1965, p. 130).

    Nun destaca el natural conflicto implícito de estas transformaciones, puesto que el aprendizaje de un paradigma supone la adquisición de un conjunto de conocimientos teóricos, metodológicos y técnicos estrictamente relacionados e implica, por lo tanto, poder en cuestión no sólo las soluciones hasta entonces propuestas, sino los términos mismos en que se presentan los problemas; obviamente, afirma Nun, “el enfrentamiento será tanto más agudo, cuanto menores resulten las posibilidades de compromiso en la etapa de transición, durante la cual faltan criterios intrínsecos de validación para dirimir las diferencias y se produce una verdadera crisis de legitimidad científica” (1965, p.130). Este estudioso explica las razones que demostraban la situación general en que se encontraba la ciencia política en América Latina, a partir de la preocupación fundamental sobre las posibilidades concretas de desarrollo de su campo específico. Aunque “cada investigación es una aventura porque faltan modelos compartidos para guiarla, la cual iba dejando de ser cierto para los Estados Unidos – como el artículo de Merle Kling lo probaba –, “cuestión que tenía rigurosa actualidad en América Latina y que Nun refuta hasta cierto punto, por lo que propone una tipología de cuatro paradigmas básicos que orientaban el trabajo de los politólogos contemporáneos al optar por los paradigmas en lucha.

     Dicha tipología fue definida por Nun en dos dimensiones que conciernen a las orientaciones del observador: a) en cuanto al fenómeno político propiamente dicho; y b) en cuanto a su concepción de hombre, las cuales tenían una larga tradición en el campo de las ideas políticas.

     Recordemos que Nun afirmó al inicio de su argumentación que la metáfora de la modernización tendía a limitar el campo de los posibles “quiérase o no” o “voluntaria o involuntariamente” e inducía a instalarse en un proceso unidireccional como punto de llegada casi predeterminado, que orientaba la discusión de los distintos “presentes” que se ofrecían a los politólogos latinoamericanos. Este autor constata que no es posible generalizar sobre “una ciencia política latinoamericana”, puesto que los escasos grupos empeñados en su práctica estaban lejos de compartir paradigmas comunes. Lo relevante de su texto es el reconocimiento que hace de varios grupos de académicos y pensadores políticos latinoamericanos por su contribución al estudio de la política latinoamericana, a través de las distintas disciplinas académicas, así como la posición que guardaban con la democracia.

     La conclusión a la que arriba Nun es que generalizar sobre una “ciencia política latinoamericana” no era posible, puesto que los escasos grupos de los académicos reseñados empeñados en su práctica, se encontraba lejos de compartir paradigmas comunes. Nun abre un debate al final de su texto sobre la omisión sobre el reconocimiento de la comunidad científica nacional e internacional; en un contexto en el que la ciencia política se encontraba según David Easton a cumplir dos revoluciones simultáneamente: una metodológica y otra teórica, pues estaba consciente de que la revolución teórica que experimentaba la sociología implicaría necesariamente una redefinición de sus métodos, toda vez que los paradigmas que orientaban la actividad de los politólogos en ese momento se encontraban en una lucha; unos por mantenerse y otros por consolidarse y otros más por surgir, lo cual se reflejaba en la falta de consenso entre los especialistas no sólo en América Latina, sino también fuera de ella. Por esto consideró como primera medida renunciar a la idea de una ciencia política “euclidiana”, por lo que advirtió que el sistema conceptual susceptible de dar cuenta de estructuras sincrónicas no estaba en condiciones de explicar estructuras diacrónicas por lo que consideró que lo inmediato era promover discusiones e impulsar la investigación, probar nuevos métodos y construir teorías generales sujetas a verificación (Nun, 1965, p. 172) .

  2.La ciencia política en el fin de siglo. Aportes para (Re) iniciar una discusión

    Es un texto crítico de Luis Tonelli y Luis Aznar, publicado en 1993 en la revista Sociedad de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, en el que se propusieron discutir las causas y los posible desenlaces de lo que consideraron una crisis sobre las ventajas que trajo aparejadas la consolidación de la disciplina de la ciencia política a manos del movimiento conductista, por lo que hacen una evaluación de la etapa que comenzó en los años 70, signada por la proliferación de paradigmas y enfoques. Ambos autores toman − al igual que Nun − como punto de partida el planteamiento de Thomas Kuhn de concebir a la ciencia política como una actividad científica normal, dentro de un paradigma teórico establecido, la cual aparece tardíamente en la década de los cincuenta, a partir de la llamada revolución behaviorista, que en sus orígenes exhibió una marcada inclinación interdisciplinaria pero su “efecto más importante fue paradójico, ya que produjo un comunidad científica especializada en el estudio académico de la política, que fue diferenciándose del resto de las ciencias sociales” (Tonelli & Aznar, 1993). Este movimiento intelectual que tuvo sus epicentros en los departamentos de las universidades de Chicago y Stanford, tuvo para estos autores un efecto paradójico, pues “hasta el momento conductista la protociencia política había sido una laxa conjunción de áreas de investigación sobre diferentes temas políticos. Se daba una convivencia pacífica entre los especialistas que abogaban por una disciplina vaciada en los moldes de las ciencias naturales y los historiadores de la política, los juristas y los teóricos políticos” (p. 3). 

    Según Tonelli y Aznar, los conductistas partieron del diagnóstico de los “filósofos especulativos” sobre la decadencia de la teoría política occidental. Aunque discreparon absolutamente en la determinación de las causas, para ellos era el idealismo de la teoría política lo que había separado de los fenómenos políticos, cerrándola a los adelantos científicos en materia de investigación social. De este modo, el nuevo movimiento realizaba una acertada crítica de la ingenua postura juridicista imperante por confundir las proposiciones normativas con los fenómenos empíricos y convocaba a los especialistas a abocarse al análisis científico de la realidad política. Pero al objetivo de convertir el estudio de la política en una disciplina científica en sentido estricto se le sumó el de proteger los valores del pluralismo democrático liberal, por lo que el movimiento conductista quizás debe entenderse también, como una respuesta conservadora que intentó presentar el ideario político americano en una versión más defendible.

    En pocos años esta peculiar constitución del paradigma conductista alcanzaría un éxito espectacular especialmente en su dimensión sociológica. Sin embargo, la estrategia elegida no iba a librar al conductismo de ciertos problemas. Uno de ellos es que, su núcleo teórico se estaba conformado explícitamente por elementos de teoría política, lo cual generaba una enorme heterogeneidad en cuanto a los enfoques y las técnicas utilizadas en la producción del conocimiento.

    Por otra parte, el conductismo había producido, en su afán de cobrar identidad, la “alienación de la teoría política clásica respecto de la actualidad de la ciencia política”, pues toda la tradición de la teoría política occidental pasaba a formar parte de la (muy marginal) subdisciplina Historia de las ideas. Ahora bien, para Tonelli y Aznar el conductismo produciría una segunda alienación: la separación entre la teoría política empírica y la masa de datos que paulatinamente se iba acumulando gracias al poderoso impulso de los trabajos de investigación comparados, lo cual no fue un obstáculo para que el conductismo se constituyera en la década de los 60 en un fenómeno exportable. Sin embargo, las tendencias disruptivas de este proceso aparecieron, no sólo porque surgió una discordia entre los mismos fundadores del conductismo al debilitarse su corriente principal, sino porque las demás visiones teórico-ideológicas marxistas, dirigenciales y utilitaristas se constituyeron también como paradigmas alternativos de la ciencia política, publicando sus propias revistas científicas, fortaleciéndose en varios departamentos universitarios, realizando sus propios seminarios, convenciones y congresos de ciencia política. “En pocas palabras utilizaron también todas las potencialidades brindadas por la ‘industria cultural’” (1993, p. 7).

 

 

El lento y tardío desarrollo de la ciencia política en América Latina

 

 

     Un texto que consideramos como referencia obligada para conocer el desarrollo de la ciencia política en América Latina es el de Carlos Huneeus “El lento y tardío desarrollo de la ciencia política en América Latina, 1966-2006”, en el que afirma que la extrema debilidad de la ciencia política en América Latina no ha limitado sólo a la región, sino que abarca a los principales países de la Europa occidental. Solamente los Estados Unidos había alcanzado su plena institucionalización con numerosos institutos que hacían investigación y formación profesional, que ejercieron enorme influencia en su desarrollo en otras regiones del mundo. Entre 1966 y 2006, señala Huneeus, la Ciencia Política en América Latina presentó una imagen diferente. Se encontraba establecida en casi todos los países de la región, con escuelas que impartían licenciaturas y en numerosos casos maestrías, mientras que en algunas universidades de Argentina, Brasil y México existían programas de doctorado. En los principales institutos o departamentos de Ciencia Política se realizaba investigación y sus resultados se publicaban en revistas especializadas. Sin embargo,

la ciencia política estaba lejos de haber alcanzado un estado satisfactorio como para
concluir que tenía un espacio reconocido entre las demás disciplinas o la especificidad del trabajo que realizan los politólogos y que sus publicaciones fueran respetadas por los aportes a la comprensión de los principales problemas de la región. Tampoco se podía afirmar que existiera una ciencia política Latinoamericana como era el caso de Europa, y presentara una gran heterogeneidad con algunos países que habían alcanzado un alto grado de institucionalización, como en México, Brasil y Argentina. (Huneeus, 2006)

     Las debilidades y vacíos de la Ciencia Política en América Latina, nos dice este autor, no se explican sin tener en cuenta su accidentada historia como consecuencia de los golpes de Estado que han impedido la consolidación de un Estado democrático que cuente con instituciones públicas, la represión de los regímenes militares en las universidades, especialmente dura en el caso de las ciencias sociales, y el atraso económico.

     También han influido otros factores, como los conflictos ideológicos producidos durante la segunda mitad de los años sesenta, en un contexto más amplio de radicalización que se produjo en importante sector de los académicos e intelectuales, encandilados con la revolución cubana y el marxismo que los llevó a adherir a una visión simplista de este y adoptaron una postura de rechazo total a los Estados Unidos. Ello produjo − según Huneeus − la división de la pequeña comunidad politológica y el rechazo a la investigación empírica, porque se consideró que era un camino propio de los académicos de los Estados Unidos. La preocupación de los cientistas políticos fue el examen de los grandes procesos sociales, en la perspectiva de comprender las causas del subdesarrollo y las estrategias para superarlo y los factores que lo hacen posible, dando especial atención a los de carácter externo (2) .

      Empero, la ciencia política debe dar respuestas a los problemas de la región.
En América Latina la ciencia política enfrenta el complejo desafío de desarrollarse teniendo presente dar respuestas a los problemas de la región y no ser sólo una disciplina que busca legitimarse de acuerdo con los intereses de la comunidad politológica internacional, especialmente la de los Estados Unidos. Tiene una enorme tarea de innovación y no sólo de imitación de las orientaciones intelectuales y metodológicas existentes en la gigantesca y heterogénea comunidad estadounidense. 

 

Esto no quiere decir que tenga que desarrollarse contra o a espaldas de la ciencia política norteamericana. La historia de la disciplina en Europa está muy ligada a la que existe en el gran país del norte, pues sus principales impulsores tuvieron una etapa de formación de posgrado en los Estados Unidos y no pocos de ellos terminaron radicándose en este después de algunos años de trabajar en su país de origen. Esto permitió que hubiera una estrecha relación entre colegas de ambos lados del Atlántico, que dio lugar a importantes logros en la investigación científica. Sin embargo, los politólogos europeos tuvieron la clara decisión de autonomía para comprender las singularidades de la política en el viejo continente, evitando la copia o la dependencia respecto de la poderosa disciplina en los Estados Unidos. (Huneeus, 2006, p.151)

    El texto de Huneeus debe verse, a nuestro juicio, como una contribución al “estado del arte” de la disciplina en América Latina, acorde al momento en que se publicó, pero además reinaugura una serie de diagnósticos que aparecerán refiriéndose a una cuestión central: la necesidad de crear una “Agenda del desarrollo de la ciencia política en América Latina”.

    Varios autores han escrito sobre este asunto además del propio (Altman, 2005; Cigales, 2017; Huneeus, 2006; Tanaka, 2015), pero a pesar de ser una preocupación compartida, continúa siendo un desafío: lograr un consenso entre la comunidad politológica latinoamericana para que en varias dimensiones institucionales se logre un impulso al desarrollo de la ciencia política en la región. Pablo Bulcourf afirma que, si bien podemos hablar de un aspecto universal dentro de la ciencia política, también existen particularidades regionales e históricas, que esa pretensión de universalismo no permite que se expresen. 

Por eso creemos que es necesario incorporar también una visión decolonial en nuestros trabajos, por lo menos como un intento reflexivo. Estamos convencidos que el mero crecimiento de ciertos indicadores cuantitativos no nos permite afirmar que existe un “desarrollo”, que para eso hay que incorporar otras dimensiones en el estudio de la disciplina, y ante todo el supuesto desarrollo es “situado” y esta particularidad debe siempre estar presente. (Cigales, 2017).

      Bulcourf propone, por un lado, el diálogo con la historiografía, la epistemología y la sociología y la historia de la ciencia, con el fin de elaborar marcos teóricos más aptos para este tipo de investigaciones. Por el otro, hay que focalizar temáticamente el objeto de estudio. Por ejemplo, en países federales como Argentina, Brasil y México las historias regionales necesitan ser narradas y analizadas. Otro tipo de investigaciones se pueden centrar en las historias intelectuales de los principales referentes, las que siempre deben ser comprendidas en su contexto histórico.

     El análisis de las agendas temáticas de investigación, con sus correlatos en los estudios metateóricos que permiten construir cartografías de varias dimensiones, lo que a su vez se proyecta en otro tipo de trabajos de corte bibliométricos en donde también es posible la sistematización de cuestiones teóricas, ideológicas metodológicas, y ver como se han ido construyendo las políticas editoriales de las principales revistas y sus consecuencias en el otorgamiento del reconocimiento y el prestigio.

Lo interesante de esto, es que podemos darnos cuenta de que hay una ‘agenda’ de temas, problemas e intereses comunes entre aquellos que trabajamos sobre la historia y el desarrollo de la ciencia política, no sólo en América Latina sino también con Estados Unidos y Europa. Esto le otorga un rol central a la construcción de redes de intercambio y trabajo, y a los encuentros generales en los congresos y a la necesidad de eventos más específicos. (Cigales, 2017, p. 248)

Ideas y presencias de la teoría política contemporánea en América Latina

 

     En la actualidad contamos con historias nacionales que puntualizan los desarrollos propios de la ciencia política, de la sociología política, de la filosofía y de la teoría política, incluso de la economía política. Son obras colectivas recientes que puedan ofrecerle al lector además de las maneras de recepción de una disciplina y de los ámbitos de evolución institucional en la cual se ha desarrollado, la importancia heurística de recuperar y transferir en el trabajo académico en general, en la docencia y en la investigación, la herencia y la vigencia, que es el signo de su contemporaneidad, de una serie de maestros de la indagación sobre la política contemporánea en Latinoamérica (Covarrubias, 2015, p.12).

     Esto no sugiere relativizar la herencia intelectual y académica transmitida por Brasil, Argentina, Chileí, Uruguay y México, por citar algunos casos, pues desde los años sesenta y setenta del siglo pasado y aun antes de este período, en el orden académico, político y cultural latinoamericano, tanto de investigaciones teóricas como empíricas acerca de las transformaciones de la política, incluida la incierta dirección que por ese entonces observaban las experiencias autoritarias en muchos de los principales países de la región.

     Desde esas experiencias ya están dibujadas las líneas generales de la producción de indagación sobre la política y la posibilidad oscilante entre finales de los años setenta y los primeros años ochenta de la democratización latinoamericana, que se acentúa a lo largo de la década de los ochenta − sobre todo hacia su final − para terminar mezclada − mediante cierto andamiaje teórico que se preocupa, en
efecto, por la democracia y los fenómenos de democratización y con ello imprime aire fresco en el terreno académico − con algunas variaciones del marxismo que todavía predominaba en la región, y que por muchos decenios fue el lugar obligado de la reflexión sobre la política latinoamericana, incluida la indagación teórico política mexicana.

     Israel Covarrubias afirma que en el contexto latinoamericano era clásico el tema del desarrollo en la discusión de las distintas escuelas y corrientes de pensamiento, en aras de describir y explicar de la mejor forma posible la idea en boga por aquellos años de una modernidad inacabada, junto a una modernización fracturada, o en el mejor de los casos sui generis. No se olvide que la cuestión del desarrollo económico estaba presente desde la década de los cincuenta del siglo XX en las múltiples iniciativas y publicaciones que tuvieron en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) su epicentro académico y político (Covarrubias, 2015, p.14). 

Existían dos grandes direcciones que guían a la sociología política latinoamericana “a caballo” entre los años sesenta y setenta. La primera tejió un ámbito de estudios de talante jurídico-político bajo las perspectivas de poner en relación con los sistemas de necesidades con su institucionalización en la esfera público-estatal. La segunda insistió sobre las contradicciones en el orden político inherentes a los procesos de cambio social y aparición de nuevas grupalidades que ponían en predicamento los cimientos de las antiguas formas de apropiación y reproducción política y de lo cual resulta una de las temáticas centrales en las décadas posteriores, en particular, a partir de finales de los años ochenta cuando se coloca el tema de la sociedad civil en la agenda de discusión. (Covarrubias, 2015, p.15)

       En síntesis, hay dos puntos por referir de la breve caracterización de las figuras, ideas y territorios de la indagación política en la región: el primero es el crecimiento y la presencia eficaz de un pluralismo paradigmático en el interior de los estudios políticos latinoamericanos, identificables con teorías políticas propias que han logrado cierto eco en las diversas comunidades académicas que se ocupan del estudio de los procesos políticos regionales, nacionales y subnacionales; el segundo es la quiebra de la rutinización de los saberes sobre la política y de su enseñanza, lo que trae una importante acumulación de estudios de área fundados hasta nuestros días en algunas de las inquietudes centrales de aquellos llamados cartógrafos contemporáneos.

 

La narrativa de la cultura dominante a discusión

 

     El argumento central de la investigación de Paulo Ravecca en su libro The politics of political science. Re-Writing Latin American Experiences, (2019), es que las mutaciones de la ciencia política en la región, han sido resultado de transformaciones más extensas y, lo más importante, estas mutaciones son, en sí mismas, políticas; pero la forma en que frecuentemente han sido discutidas y enmarcadas por los practicantes de la disciplina, ha sido por medio de lo que el autor llama “la narrativa de la cultura dominante”, que constituye un momento interno de los procesos políticos que sepulta a la academia, con el argumento de que el cambio académico, a partir de la fuerte presencia del marxismo en la década de 1960 hacia la hegemonía del liberalismo en la década de 1990, fue un progreso escolar ascético, narrativa que se ha convertido en un sentido común disciplinado, que concilia con el poder (2019, p. 48).

     Son varias las preguntas que pretende responder Ravecca, en esta relación entre conocimiento y poder. Solamente recuperamos aquellas que consideramos principales para la demostración de sus principales explicaciones ¿Existían conexiones significativas entre los conceptos dominantes de la democracia y en el derrocamiento del socialismo? ¿Acaso el neoliberalismo afectó la práctica de la ciencia política en la región y más allá? ¿Cuáles fueron las implicaciones políticas del positivismo? ¿Cuál deberá ser nuestro papel como estudiosos de la ciencia política en un mundo con injusticia? (p. 2)

     La primera historia fascinante la  encontramos en el estudio del caso de Chile y la ciencia política desarrollada durante la dictadura de Augusto Pinochet, la cual tuvo un rol muy importante. El autor construye una categoría para ilustrar uno de sus principales hallazgos: la denomina ciencia política autoritaria y afirma que al demostrar los elementos importantes de la infraestructura de la disciplina (un departamento académico, una revista, etc.) que fueron creados durante este régimen autoritario, el planteamiento se da de bruces con una hipótesis muy establecida entre los académicos que trabajan sobre la historia y desarrollo de la disciplina, según la cual, “cuando hay democracia se desarrolla la ciencia política”; pero además, reta a la dominante narrativa de la ciencia política en América Latina (Altman, Barrientos Del Monte, Buquet, Fortou, Leyva Botero, Preciado y Ramírez, Huneeus, Viacava, entre otros) que vincula la institucionalización de la disciplina con la democracia liberal de una manera lineal ( p. 48).

     Este análisis es teóricamente significativo − afirma Ravecca − porque transforma al liberalismo de un “héroe” a una creación menos atractiva − una criatura privada de sus intrínsecos poderes democráticos −, así la trinidad del liberalismo -democracia- ciencia política autoritaria es cuestionada, por lo que el autor supone la necesidad de un entendimiento matizado, teórica y empíricamente informado, sobre múltiples trayectorias históricas de la disciplina.

     Ravecca opta por comparar los casos de Chile y Uruguay, y afirma que las similitudes incluyen experiencias democráticas relativamente robustas y los coup d’etats en 1973, seguidas de dictaduras del ala derecha. Sin embargo, las trayectorias de la ciencia política fueron diferentes. La ciencia política autoritaria no se desarrolló en Uruguay. La dictadura en ese país fue monolíticamente represiva vis a vis las ciencias sociales. De hecho, la ciencia política en Uruguay no estará completamente institucionalizada sino hasta después de la transición a la democracia.

        Para desglosar estos complejos caminos convergentes el autor acomete un comprensivo estudio de la política de la ciencia política en Uruguay, mediante una redescripción problematizada de la historia de la ciencia política desde el punto de vista de la dinámica del poder del conocimiento, e identifica los componentes conceptuales e institucionales que constituyen el discurso disciplinario dominante. Una vez más, el énfasis se encuentra en las formas en que la democracia es discutida. El análisis concluirá describiendo las diversas intersecciones entre el poder y el conocimiento que revelan significativamente las similitudes y los contrastes con Chile.

     En este sentido, según el autor, la ciencia política estaría más ligada a la ideología liberal de lo que suele reconocerse, pues los cambios ideológicos dentro de las ciencias sociales y en la ciencia política más específicamente, están relacionados con un complejo grupo de cambios que incluyen la derrota política de la izquierda, los efectos de las dictaduras derechistas de los años 70 y la hegemonía regional de los Estados Unidos. En este sentido la historia de la institucionalización y desarrollo de la ciencia política en América Latina, en especial la consolidación de su pensamiento dominante es una oportunidad para explorar la relación entre conocimiento y política.

    Ravecca afirma que en los 60, el marxismo influyó en América Latina en las ciencias sociales. En la década de los 90, esta situación cambio y el liberalismo se hizo dominante. Esta cuestión es particularmente destacada en los casos de Chile y Uruguay, pero se aplica al menos hasta cierto grado para otros países latinoamericanos también. 

Conviene recordar que Latinoamérica es el continente que recibió la teología de la liberación, la teoría de la dependencia, la pedagogía crítica, y las expresiones locales del pensamiento socialista, lo que implicó que el avance de las ciencias sociales en el pensamiento dominante tuviera cambios significativos en la escritura y en el pensamiento. (2019, p.5)

       La narrativa de esta ciencia política describe este cambio como un proceso de modernización y de mejora, ya que los estudiosos de la ciencia social se hubieran cambiado del activismo a la ciencia seria, en forma correcta, abrazando el principio de la neutralidad académica, aunque el estudio de Paulo Ravecca propone una interpretación alternativa de este proceso, y cuenta la historia de estos cambios en una forma diferente. Aquí, el argumento se refuerza en el sentido de que los cambios dentro de la ciencia política en la región, están cruzados con las relaciones de poder y las transformaciones contextuales en niveles diferentes: el surgimiento hegemónico de los Estados Unidos, el colapso de la Unión Soviética, las traumáticas dictaduras de los años 70, las transiciones democráticas, la hegemonía del neoliberalismo, así como la dinámica académica del conflicto y la creación de instituciones, todo esto impactó en el discurso y en los estudiosos de la ciencia política.
La influencia de la Europa continental, la tradición del intelectual público, así como la presencia de formas de análisis inspiradas por el marxismo han sido más fuertes en América Latina que en América del norte. Ravecca advierte, por ejemplo, que la teoría de la dependencia fue escrita después de la revolución conductista consolidada en los Estados Unidos, aunque la penetración en aumento de la academia americana es algo visible, este tipo de heterodoxia en teoría y los métodos persisten hoy en día (p.7).

     ¿Qué significa el pensamiento dominante (mainstream), entonces, en este contexto? La ecuación que el autor quiere resaltar en su libro es entre la cultura dominante de la ciencia política latinoamericana y el orden liberal. Por “narrativa de la cultura dominante sobre el desarrollo de la ciencia política” este autor entiende: la forma en que la historia de la disciplina ha sido contada predominantemente en diversos medios, como libros, artículos, conferencias, presentaciones, tradiciones orales, y otros. El desarrollo de la ciencia política en América Latina pasa desde los relatos más tradicionales sobre la historia de la ciencia política a nivel nacional, hasta los esfuerzos por avanzar en una periodización de la evolución del campo en la región; pasando por indagaciones interesadas en el grado de institucionalización y profesionalización de la comunidad académica, que conviven con visiones críticas que pretenden develar la propia politicidad de la reflexión científica sobre la política.
     Cecilia Rocha Carpiuc considera que este debate se explica, al menos, por dos razones: por un lado, surge del reconocimiento de la importancia de estudiar la propia disciplina, su presente y su pasado, para delinear acciones a futuro sobre su devenir en América Latina y por otro,

son el eco del debate epistemológico que se disparó en el año 2000 en el contexto de la ciencia política estadounidense, cuando un grupo de académicos/académicas, en el marco del denominado “Movimiento Perestroika”, cuestionó a la corriente principal de la disciplina por su énfasis empirista y cuantitativista, así como su privilegio en las teorías de la elección racional. (2013, p. 2)

     Por esta razón se propuso aportar evidencia empírica para responder a una de las preguntas centrales de dicho debate: ¿La ciencia política en América Latina está atravesando un proceso de “americanización” en sus temas de estudio y enfoques teórico-metodológicos”? Los resultados de su investigación que apoyarían la americanización de la ciencia política latinoamericana son los siguientes: a) la fuerte orientación empírica registrada; b) los temas vinculados a partidos y elecciones como los predominantes; c) la cantidad de referentes teóricos estadounidenses, y en particular, en la literatura sobre partidos, elecciones y gobierno, que a su vez presenta una mayor ascendencia del enfoque neoinstitucionalista de la elección racional; y d) la prevalencia de estudios cuantitativos por sobre los cualitativos en la mayoría de las revistas analizadas. Cabe señalar que al final de su investigación la autora no consideró que sus hallazgos fueran concluyentes, sin embargo, lo que le parece claro y resulta problemático, es que la ciencia política en la región estudia la
realidad que la rodea pero lo hace con lentes importados de otros contextos (2013, p. 25).

 

Conclusiones 

 

     La disciplina de la ciencia política se ha esparcido virtualmente a todas las áreas del globo en las recientes décadas, y ha tenido un impacto en aumento sobre las comunidades académica y política tanto de la sociedad occidental como de la no occidental. Junto con esta expansión, el debate intelectual surgió sobre su aplicabilidad y relevancia para el análisis de la política mundial contemporánea. Es preciso recordar que la disciplina moderna de la ciencia política fue fundada a fines del siglo XIX en los Estados Unidos, y fue inicialmente definida en términos de los valores subyacentes de ese país, incluyendo la democracia liberal y la búsqueda del cuestionamiento académico libre. Después de la Segunda Guerra Mundial, su enfoque cambió más hacia el objetivo de la búsqueda de la verdad científica, definida por los filósofos modernos de las ciencias naturales; esto incluyó la generación y el marco de la hipótesis aplicable ampliamente y sus pruebas empíricas y su validación. En años recientes este concepto de la ciencia política ha llegado bajo un ataque fuerte por un grupo vocal de académicos, tanto en los Estados Unidos como en otros sitios (3).

     Existe un consenso creciente que abraza los enfoques teóricos, metodológicos y las normas académicas de las ciencias naturales es asimismo, esencialmente una reflexión y una manifestación de la cultura americana y, por lo tanto, como afirma Michael B Stein, “no debería de ser internalizado y aceptado sin crítica como modelo prevaleciente y estándar universal para la comunidad de la ciencia política
global” (2012). Es probable que la evolución de la ciencia política en los Estados Unidos haya trazado el camino de la disciplina en otras partes del mundo. La Asociación Internacional de Ciencias Políticas (IPSA), fundada bajo los auspicios de la UNESCO en 1949, “es una asociación académica internacional dedicada al avance de las ciencias políticas en todo el mundo”. La IPSA, actualmente tiene 61 miembros de asociaciones nacionales y regionales, más de 90 miembros institucionales y 4.000 miembros individuales (OUI-IOHE, 2022). Sin embargo, hay quien sostiene que en Europa las ciencias sociales, lejos de ser un apéndice de sus homólogas es￾tadounidenses, tuvieron una evolución propia y diferente en la posguerra y que a menudo se apartaron del rumbo que tomaba la disciplina en Estados Unidos (o, en realidad, reaccionaron ante este).
     Por lo que respecta a la ciencia política, la reacción institucional contra los Estados Unidos tal vez haya sido aún más aguda, debido a la importancia de la deuda intelectual: la ciencia política europea se adelantó a las demás ciencias sociales
al crear muy tempranamente una comunidad regional de politólogos, en gran medida como parte de un esfuerzo orientado a afirmar la autonomía del viejo continente en esta disciplina. En parte, esta evolución fue resultado de circunstancias políticas vinculadas a la ampliación y profundización de la Comunidad Europea y la Unión Europea.
     Ahora bien, sería injusto e inexacto considerar al resto del mundo como un mero receptor pasivo de la sabiduría occidental y, en particular, de la norteamericana. Aunque los especialistas occidentales acaso no tomen muy en cuenta los trabajos de sus homólogos de otras regiones, lo cierto es que varios investigadores africanos, y especialmente latinoamericanos, han hecho contribuciones originales (muchas de las cuales han sido recogidas, tanto de forma crítica como en otras modalidades, por sus colegas estadounidenses y europeos), a temas como la teoría del Estado, los regímenes y Estados autoritarios, las transiciones a la democracia, la economía política, los aspectos políticos de la dependencia y los sistemas mundiales. En los últimos años, en particular, el renacimiento de Asia ha trascendido los límites de la economía, hasta alcanzar a la investigación en materia de ciencias sociales, por lo que no debe subestimarse la importancia de las contribuciones independientes realizadas al estudio de la democratización, la economía política y la mundialización.
     Es importante concluir señalando que el desarrollo y consolidación de la ciencia política como disciplina académica, fenómeno relativamente reciente en América Latina, ha dado lugar a una importante reflexión tanto sobre sus características institucionales como sobre sus orientaciones temáticas, pero no ha abordado propiamente un debate referido a lo que el sociólogo y politólogo peruano Martín Tanaka llama “ganancias y pérdidas” ocurridas, si la confrontamos con la “tradición crítica” latinoamericana predominante en décadas anteriores. “Es como si previamente a la ciencia política como disciplina profesionalizada, no hubiera habido reflexión relevante sobre la política en América Latina, cosa que obviamente no es correcta” (2015, p. 181). En este sentido Tanaka afirma que, desde entonces, esa tendencia se hizo cada vez más fuerte. Las siguientes generaciones de estudiantes interesados en la política latinoamericana pudieron estudiar en programas de ciencia política en sus propios países, y empezaron a hacer estudios de posgrado cada vez con más frecuencia en universidades en los Estados Unidos. 

 

Veinte años después, creo que puede afirmarse que buena parte de los estudiantes latinoamericanos de ciencia política conocen seguramente bien a Seymour Martin Lipset, a Robert Dahl o a Theda Skocpol, a quienes podríamos considerar “padres fundadores” de la ciencia política o de la política comparada, pero probablemente no conozcan a José Medina Echevarría, Gino Germani o Pablo González Casanova, a quienes podríamos también considerar padres fundadores de la reflexión sobre el poder y la política en nuestros países. (Tanaka, 2015, p.181) 

    En este sentido, la creciente profesionalización, internacionalización y especialización de los programas de ciencia política en América Latina han ocasionado que las nuevas generaciones soslayen gran parte de sus tradiciones intelectuales de reflexión sobre el poder y la política. Tanaka postula que en los últimos años estamos en condiciones de pensar en una suerte de síntesis productiva que permita “redescubrir” nuestras tradiciones intelectuales sin por ello perder lo ganado en rigor teórico y metodológico. Sin embargo, advierte que contamos con una literatura que llama la atención sobre la pérdida de centralidad de la tradición latinoamericana de pensamiento crítico en las ciencias sociales, si bien esto, por supuesto, no implica que haya desaparecido, pero ciertamente la percepción es que lo que está en agenda es la “recuperación2 de una tradición que quedó en los márgenes. El problema es que esta literatura dialoga muy poco con la estrictamente politológica, por así decirlo, y resulta más bien excéntrica; no constituye una crítica interna, sino externa a la disciplina. Críticas que también podrían considerarse externas, por lo menos a lo que podría considerarse las corrientes principales de la disciplina, son las que expresan reparos ante lo que se evalúa como la adopción implícita de un paradigma democrático-liberal e institucionalista en los estudios políticos de la región, que vino junto a la consolidación de la ciencia política de la disciplina.

                                                                       Referencias 

         

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2.Carlos Huneeus se refiere a la enorme influencia que tuvo en los cientistas políticos en América Latina y en los países avanzados la Teoría de la dependencia, cuyos principales creadores fueron Fernando Enrique Cardoso, Enzo Faletto y otros.

3. A finales del año 2000, un pequeño grupo de estudiantes de ciencia política decidió que ya tenían suficiente. Cansados de lo que ellos veían como la estrechez mental y las preferencias metodológicas hacia la elección cuantitativa, conductista, racional, los acercamientos estadísticos, y el modelado formal en la ciencia política norteamericana, y preocupados por el sistema de gobierno de la American Political Science Association (APSA) que subrepresentaba sistemáticamente a los grupos críticos, ellos establecieron una dirección de correo electrónico rastreable e implantaron un llamado al cambio. Inspirados por el llamado a la reforma de Mikhail Gorbachov en 1985, eligieron el nombre Perestroika. El término en ruso reflejaba los dos ideales centrales del movimiento Perestroika: el compromiso por restructurar la ciencia política norteamericana y el deseo de dar la bienvenida − como se da una calurosa bienvenida en casa− a nuevas ideas y a participantes dentro del proceso político. El movimiento fue anónimo porque los primeros participantes temían represalias profesionales de un grupo de poder enojado ante la crítica y ante intentos de transformar la disciplina. El comunicado inicial de la Perestroika fue enviado a unos diez individuos, a quienes se les pidió que lo renviaran a su vez, a cualquiera que pensaban podía estar interesado. El movimiento se dispersó como el fuego salvaje proverbial. Alentado por el descontento dentro de la academia, la lista de estudiosos de la ciencia política que recibieron los mensajes de correo de la Perestroika aumentó. La Perestroika empezó a apoyar eventos en la reunión anual de la
APSAy en las reuniones regionales en 2001, y en dos años el rostro de la ciencia política había cambiado. Una nueva publicación y una cualitativa sección se establecieron por APSA. Se eligieron mujeres como presidentes de APSA durante tres años seguidos. APSA estableció fuerzas de trabajo formales o comités para alentar la  orientación a mujeres y a minorías y alentar la educación de postgrado y el gobierno de APSA. Aunque la Perestroika no era realmente la única fuerza de campaña a favor de estos cambios, es justo decir que su existencia jugó una parte crítica en el ímpetu por la reforma.

Revista Desafíos del Desarrollo
ISSN 2796-9967