¿Hacia dónde va el movimiento popular?
La gran marcha federal en defensa de la universidad pública

                  

                                                Reflexiones desde el día después y sobre el día después de mañana (1)

                  

                                                                                       Astor Massetti (2) y Juan Pastor Gonzalez (3)

 

2. Docente. Lic. en Sociología, especialista en Antropología Social y Política. Doctor en Ciencias Sociales. Investigador IIGG/CONICET. Director del Doctorado en Estudios del Conurbano (UNDAV-UNQUI-UNAJ-UNOUNM- UNPAZ y UNaHUR). SubDirector del Observatorio de Educación Superior. Director de Coordinación, Gestión y Curricularización de Procesos de Enseñanza Territoriales y Educación Popular (SPyT/UNAJ). Coordinador de la carrera de Trabajo Social (ICySA/UNAJ) y Cofundador de la Revista LAVBORATORIO (FSOC /IIGG/UBA), la Revista SUDAMÉRICA (Huma/UNdMP), Revista PUEBLO (ICySA/UNAJ) y la Revista TERRITORIO (SPyT/UNAJ). Exdirector del departamento de Sociología (UNMdP), exconsejero en carrera Sociología (UBA), exconsejero Superior UBA, exconsejero Superior (UNAJ) y exvicedirector del ICSyA (UNAJ).

ORCID: https:// orcid.org/ 0009-0006-4025-3370. Correo electrónico:1er.congreso@gmail.com

 

3.  Docente. Licenciado y Profesor en Ciencia Política. Doctor en Desarrollo Humano Sostenible. Director del Observatorio de Tierra y Hábitat (ICSyA/UNAJ). Coordinador de la Tecnicatura en Gestión Universitaria (ICSyA /UNAJ). Docente a cargo de la materia Planificación Social de la Carrera de Trabajo Social (ICSyA/UNAJ). Docente del Doctorado en Estudios del Conurbano (UNDAV-UNQUI-UNAJ-UNO-UNM-UNPAZ y UNaHUR). Coordinador de la Diplomatura Superior en Hábitat (ICSyA/UNAJ).

ORCID: https:// orcid.org/ 0000-0001-7055-471X. Correo electrónico: jgonzalez@unaj.edu.ar

El pueblo en la calle

 

      La marcha federal en defensa de la universidad pública fue histórica. En todo el país se movilizó íntegra cada comunidad que estuvo, está, estará involucrada en la vida universitaria o simplemente tiene la convicción férrea de que la universidad cumple una función social indiscutible que ha trascendido la aparentemente irreparable grieta política. Por reconocimiento del aporte económico a los territorios y a la actividad productiva, del aporte a la calidad de vida de la población, del aporte a la identidad y proyección de generaciones enteras y del mismo rol trascendente del conocimiento en la sociedad, la universidad representa siempre una perspectiva de futuro a la que prácticamente nadie está dispuesto a renunciar. Más en nuestro país donde la centenaria institución “universidad” se ha abierto camino cobijando a la población y dando una luz de esperanza aun en las horas más oscuras.

     Así, la marcha del 23 de abril del 2024 ha sido memorable porque ratificó esa historia de amor de una sociedad con, quizás, la única institución que no la ha traicionado: más de un millón de personas en todo el país “bancando” el reclamo presupuestario, la legitimidad del cogobierno, la vocación por la investigación y la honestidad programática de la docencia. Más de un millón de personas impermeables a los nuevos tocs de la ultraderecha o conservadurismo radical (Strolb, 2022)) que intenta instalar que la “universidad lava cerebros”, “adoctrina” o es la avanzada de la “agenda arcoíris”, leitmotiv de la nueva “batalla cultural” (Laje, 2022). Se puso de manifiesto que una parte de la población desconfía del fanatismo de estos nuevos cruzados y ratifica que la institución universitaria contiene valores y recursos que son necesarios y a los que no está dispuesta a renunciar.

     Pero la marcha del 23 de abril no ha sido la única movilización desde que comenzó el año. Ya el 21 de diciembre del año pasado sonaron los primeros cacerolazos y las rejas del congreso de la nación fueron testigo de un pueblo sin miedo a protocolos. El 21 de enero, un paro con movilización de la CGT. El 26 de febrero, una jornada nacional de lucha de trabajadores y trabajadoras estatales en reacción a los despidos que, bajo la supuesta persecución del trabajador inútil, ñoqui o por la búsqueda de ahorro para lograr el fetiche ortodoxo del déficit cero corresponden a un plan de reordenamiento de la función pública en clave de adecuación a un modelo estatal acorde al régimen de acumulación (privatista, financiero, extranjerizante, extractivista, aperturista) que intenta instaurar este “anarcocapitalismo”.

      El problema es que el fin de este desguace del Estado (instrumentado fundamentalmente a través del famoso DNU 70 de clara inconstitucionalidad) es el beneficio empresario y fundamentalmente el desconocimiento de la obligación social del Estado, para lo que proponen vaciar la política de primera infancia, de prevención de embarazo adolescente, de acompañamiento a situaciones de violencia de género, de subsidio de medicamentos cuyas patentes los hacen prohibitivos en tratamientos crónicos, de destrucción del sistema de jubilaciones, de desfinanciamiento de los comedores comunitarios, del Fondo Nacional de Incentivo Docente (FONID), de las transferencias a las provincias, etc. En definitiva, un ataque a toda política cuyo fin social sea asistir y equiparar situaciones vulnerables, sintetizado en la frase del presidente: “la época del Estado presente ha terminado”.

     En ese estado de cosas, las movilizaciones de los trabajadores estatales son en defensa de los puestos de trabajo y los salarios, por supuesto, pero también constituyen una expresión de resistencia a un modelo de estado cínico en el abandono de personas.

     Pero, además, en este mismo marzo hemos visto una nueva edición de la movilización internacional por los derechos de las mujeres y diversidades, que no ha dejado de crecer aún en este contexto de auge de una reacción conservadora en defensa de los privilegios patriarcales, el modelo social heteronormativo y la naturalización de las desigualdades y violencias. Y en este mismo mes, la masiva movilización por el 24 de marzo, fecha que representa otra de las grandes causas que han organizado la reconstrucción democrática en nuestro país y que también es víctima de la reacción negacionista. Memoria, Verdad y Justicia como síntesis del valor de la vida por sobre todas las cosas, por la conciencia histórica y en contra de la impunidad.

      En el mismo sentido, la movilización de las centrales obreras del primero de mayo se arraiga en la convicción de que los trabajadores y las trabajadoras deben su dignidad y su sustento a la organización de sus luchas, a la persistencia de sus reclamos y a la convicción de que su aporte a la sociedad es central. Lejos del espíritu emprendedor que busca remozar el individualismo que rompe con la solidaridad al tiempo que culpabiliza al explotado de su explotación, es la construcción colectiva la que quiebra desigualdades y provee justicia dentro de lo irregular y deshumanizado de la relación capital/trabajo. No es casual que en este tiempo los sindicalismos estén tan vilipendiados y tensionados, ya que, desde las huelgas por las ocho horas de trabajo, el descanso dominical y la prohibición del trabajo infantil a finales del siglo XIX, la organización sindical es el principal enemigo de los empresarios. Hoy, en un contexto de reorganización de los procesos productivos y de los tipos de empleo, las huellas de los derechos de las trabajadoras y los trabajadores plasmadas en la legislación laboral son un obstáculo para los intereses nunca satisfechos de los que lo tienen todo.

 

La patria twittera y el reseteo de la política

 

     Nadie niega que el deterioro, o por lo menos, la no mejora de las condiciones de vida de gran parte de la población y el desgaste de las representaciones políticas nos han traído hasta acá. Macri lo graficó muy bien en su aparición en la Sociedad Rural: “ustedes”, decía (“la población” aclaró, aunque le hablaba al sector concentrado del campo) “han decido resetear el sistema político”. Optó por superar su propia inverosimilitud, avanzando con una agenda tripartita de destrucción del Estado, apalancado en una política de ajuste brutal, desnacionalización de la política pública y por supuesto, por otro ciclo de endeudamiento y fuga. Es decir, lo que se decidió es romper todo. A pesar de que el brazo ejecutor de este reseteo representa, como dijo también Macri en ese encuentro a un verdadero outsider, la novedad es que se apoya en la construcción de un clima político que llevó décadas de instalación y que tiene dos vectores importantes: primero en el largo ascenso del macrismo, que es una construcción política trabajada que nace, al igual que el posneoliberalismo representado por Néstor y Cristina Kirchner, al calor de las movilizaciones del 2001. Y, el segundo, construido bajo la extrema polarización intencional de las expectativas “prepolíticas” (Illouz, 2023) de la población (es decir bajo un paradigma técnico de marketing político particular).

    El éxito de estos dos vectores se arraiga en cambios históricos de envergadura, entre ellos la caída del muro de Berlín. Pero también en la emergencia de una corriente de pensamiento que planifica y opera la transformación de la política en clave de desintegración de los contenidos programáticos típicos de la contienda política del siglo XX y su reemplazo por la centralidad de “lo emocional” (Duran-Barba y Nieto, 2017; Gutiérrez-Rubí, 2023). En ese sentido, el Durán-Barbismo no ahorró esfuerzos por convencernos de que la gente ya no se interesaba por razones, sino que sólo le “entran” emociones sueltas empaquetadas de manera simple; pero que, casualmente, son funcionales sólo a proyectos políticos antipopulares, que interpelan con consignas vacías instaladas en contextos comunicacionales creados para tal fin. Hace unos años Macri probó la fórmula de la “revolución de la alegría”. También podríamos sumar la cruzada moral pro y anti ASPO, más compleja de analizar por los errores no forzados del gobierno de Alberto Fernández (Feirstein, 2021). De manera más oscura, pero en el mismo sentido, el amante de los perros avanza con la “motosierra y la licuadora” para acabar con “la casta”.

     Podemos hacer referencia aquí la noción de “política del resentimiento” (Souroujon, 2022), que transforma a la antigua polarización ideológica por una polarización afectiva, cuya novedad es que resulta independiente del grado de bienestar de la sociedad. Coincide con la idea de fragmentación y segmentación social que subyace en la propuesta de Dubet (2022) sobre “desigualdades solitarias”: la multiplicación de situaciones de desigualdad que desincentiva la percepción de comunidad.

       Y va en la línea de análisis propia del “giro afectivo” (Ahmed, 2014) que para el caso israelí desarrolla con maestría Illouz (2023). El problema es que la polarización afectiva trae aparejada una mutua intolerancia que no puede resolverse por la vía de lo político, ni tramitarse por los canales institucionales, lo que provoca un desencanto también con la democracia que, en nuestro país, después de 40 años, no cura, no educa ni alimenta.

    En el mismo sentido, hay una realidad paralela en redes y medios hegemónicos que intentan “demostrar” que sus premisas son aceptadas de manera dócil por una población asqueada de sí misma, sumida en la violencia y convencida de que cada uno se salva solo (Han, 2002). Población que incluso es indiferente a la diversidad de necesidades que se ha consolidado a partir de las transformaciones de la estructura social y económica de una Argentina que sale más pobre, desigual, heterogénea y fragmentada luego de más de dos décadas de retracción disparada por una crisis financiera internacional sin precedentes y una presión empresarial ¿abnegada? por revertir tendencias redistributivas progresivas a partir del 2008 (décadas que incluye los 4 años de la “macrisis” seguido de 4 años de “alberdemia”) (Kessler y Benza, 2021).

     Lo interesante de esta realidad paralela, técnicamente construida con la intención de posibilitar la desestructuración de los sostenes históricos de la organización social Argentina, es la capacidad de “embarullar”. En una compleja y costosa estrategia comunicacional disruptiva, la realidad permanentemente se borronea. (Aruguete y Calvo, 2023). La posverdad, si originalmente era un subproducto de los medios hegemónicos, se ha transformado en una forma de entender el mundo que, a falta de consensos sobre los límites del buen gusto ha logrado instalar la dinámica de la provocación y la equivalencia de todo valor por más extremo que sea. ¿Mercado de bebés o de órganos? ¿Fomentar la discriminación? ¿Apoyar guerras injustas? ¿Festejar la pérdida de trabajo de cientos de miles de personas? ¿Discriminar a mansalva? La incorrección política provoca y convoca, es más, se transforma en programa de gobierno. Todo está permitido, cualquier cosa puede decirse, cuanto más violento y absurdo mejor. Porque el objetivo es amedrentar y ofender, mantener alerta a una población bajo asedio que, en estado de desconcierto y estrés, deviene dócil frente a un minúsculo grupo de privilegiados que saquean recursos naturales, bienes públicos y sobre todo el futuro del país. Barullo, ruido y confusión para expoliar. O como diría Steve Bannon: “inundar la zona de mierda” (Teitelbaum, 2020), es decir, que sea tanto y tan provocador lo que circule que sea imposible identificar qué es lo que está pasando.

 

La gran reconciliación con el medio pelo

 

      Otro aspecto para nada irrelevante es que ese reseteo de la política opera como mecanismo intrínseco a la “crisis representación” que aquí simplificamos como el “quiebre” de la adhesión del electorado a los procesos populares (Stefanonni, 2022, Semán, 2023). Es decir que en pleno auge del ciclo progresista en nuestra región se generaron ciertas fisuras de difícil factura. Ya en 2013 en Río de Janeiro y en Sao Paulo surge un movimiento que fusiona el reclamo por la transparencia en torno a las obras de preparación del mundial 2014 con los precios del transporte público. La entonces presidenta del Brasil, Dilma Rousseff, ensaya por primera vez una hipótesis que se repetirá hasta nuestros días (mismo en el discurso de Cristina en Quilmes el 27 de abril del 2023): el ascenso social producto de las medidas redistributivas y de estímulo a la actividad económica generan una nueva clase media que rechaza la interpelación de los movimientos populares latinoamericanos. En el caso brasilero, esas movilizaciones fueron la antesala a la destitución de Dilma (2015) y en Argentina el triunfo electoral de Mauricio Macri en 2015. Algo de esta hipótesis de las nuevas clases medias que se dan vuelta rondó la explicación sobre el fracaso del plebiscito por la “re-re” de Evo Morales (2016) y también circulaba como parte de los análisis sobre las condiciones de posibilidad del intento de golpe a Correa en 2010. También, flotó en el ambiente durante el plebiscito constitucional en el Chile de Boric y también recurre a esta idea Petro en Colombia.

     El origen de esta noción no es tan lineal como parece. En tiempos de indudable influencia por derecha e izquierda del pensamiento gramsciano, no hay lugar para economicismos simplistas que propongan una suerte de gen aspiracional conservador que se activa inmediatamente luego de una mejora en las condiciones de vida. Esta relación entre ascenso social y pensamiento conformista proviene de una crítica a la sociedad de consumo y al capitalismo como organización social que Hugo Chávez aportó como elemento distintivo durante su prédica del socialismo del siglo XXI. El desafío era para él mejorar las condiciones de vida (luchar contra el hambre, el analfabetismo, el acceso a la salud, a la vivienda) pero no para insertar a las clases populares en una espiral de conformismo que dejara sus sueños a merced de la ambición empresarial, sino como toma de conciencia del derecho a la vida en clave colectiva que permitiera la profundización de las transformaciones. El problema es que la aceptación de esta hipótesis por derecha y por izquierda obtura la posibilidad de debate serio cuando lo que está en cuestión es el sentido mismo de la vida política atravesada por una disputa hegemónica inédita que pone en cuestión la democracia, la república, el Estado, la comunidad y hasta la existencia misma de la Nación.

     Retomando, no es lo mismo apelar al “pelecheo” (tradición jauretcheana si las hay) que asumir que en la defensa de las políticas redistributivas como parte de la constitución de una estructura social más equitativa puedan surgir nuevas demandas para cuya resolución no basten las consignas o incluso se abran intersticios en los que prosperen semánticas antipopulares, que constituyen algo completamente distinto, pero a lo que hay que dar respuesta. Si las políticas redistributivas efectivas (aunque en deterioro franco) terminan fomentando “la revolución de la alegría” o “la lucha anticasta”, de ninguna manera podría encontrarse una relación lineal entre ascenso social y pensamiento conformista. Por el contrario, de un análisis del contexto internacional y del contrario local podría surgir una crítica a los dirigentes e intelectuales del campo popular que no hemos sabido dar la pelea en términos de la recuperación de la representación política en los nuevos tiempos.

 

Salir de esto

 

 

     Es claro que el centro de gravedad del mileismo es el falso enunciado de que los privilegios del capital concentrado implican una performance macroeconómica favorable. Y que todo otro resultado supone la perversión de la política o el Estado como ente. Este razonamiento da lugar a una suerte de economía política moral de dudosa realidad y penoso resultado en términos de empeoramiento de las condiciones de vida (“pelechees” o no). Ese centro de gravedad es tan frágil que se requiere de un barullo, de un ruido constante basado en la incorrección para mantener a la actividad política alejada de la discusión sobre la forma en la que nuestro país organiza su economía.

     A pesar de los recursos, las técnicas y la convicción con la que encaran y manipulan este estado de cosas, la población se mueve y las rechaza una y otra vez, y lo seguirá haciendo, sin dudas, esquivando las trampas simbólicas y el asedio permanente del asco. Las movilizaciones de los días 19 de diciembre, 26 de febrero, 8 de marzo, 24 de marzo, 23 de abril, 1 de mayo, 7 de mayo (más de 500 cortes en todo el país) y 9 de mayo son datos que prueban que estamos en un nuevo ciclo de protestas cuya intensidad será variable y cuya duración es impredecible. La ministra de seguridad Patricia Bullrich y su protocolo demuestran que esperaban resistencia desde el día cero; que también han aprendido sobre la forma en la que se despliega el campo popular y que cualquier amenaza de represión sirve para intentar disminuir la visibilidad de la movilización popular. Y en un sentido amplio, el desfinanciamiento de los comedores populares y la baja de “planes” sociales responde más a una lógica de control de las organizaciones que a una cuestión de mero sadismo. El pueblo, sin embargo, hasta ahora está dándole a los bravucones la posibilidad de una salida pacífica.

     Es cierto que los desafíos son grandes y que incluyen sin lugar a dudas la reconfiguración de las fuerzas del campo popular lo que implica ajustar estrategias reversionar armados y discutir diagnósticos, políticas y proyectos. En este camino andamos, sin lugar a dudas, tomando lentamente conciencia de cuanto ha cambiado el mundo y cuanto nuestro patio. Es este un mundo más peligroso y gris; donde se afilan los colmillos corporaciones sin freno y se desangran subcontinentes enteros. Un mundo en el cual los estertores del Estado de bienestar conviven con nuevos intervencionismos estatales y una reconfiguración global multipolar. Pero de este lado estamos para dar la batalla, que hoy por hoy es una batalla por la resignificación de la política, pero fundamentalmente una batalla contra el tiempo.

 

Lo nuevo y lo viejo en la resistencia popular

 
      Para luchar contra el tiempo es necesaria una revisión de algunos elementos que hacen a “la película” de la movilización popular. De esta manera, evitaremos evitar subsumirnos en la sensación de asfixia de un presente que obliga a inventar todo de nuevo o evitar caer en el pozo de la desesperanza de las inalcanzables nuevas tecnologías. La experiencia dice que un proceso de renovación de consignas y liderazgos capaz de remontar una derrota política-social como la que vivimos requiere de una larga acumulación política, una década. Eso mismo es lo que vivimos cuando, caído el muro de Berlín el mundo se vio arrastrado al nuevo orden neoliberal que no pudo ser resistido por las organizaciones sindicales y políticas en plena reconstrucción posdictadura militar. Un extenso movimiento de renovación de ideas y procesos organizacionales fue protagonista de las décadas de los 80 y 90 y fue condición de posibilidad de un ciclo de gobiernos progresistas en Latinoamérica como no se veía desde principios del siglo XX. Analicemos algunos de los ejes disparadores de ese movimiento de reconfiguración de las estrategias de acumulación política del movimiento popular para ver qué podemos recuperar y que necesitamos repensar hoy.
       Debemos tener en cuenta que la batalla cultural que hoy forma parte del cancionero de la ultraderecha ya tiene 20 años de éxito. Han logrado instalar que Nisman fue asesinado. Que los bolsos de López eran prueba de la corrupción K. Que el mausoleo de Néstor Kirchner tiene una bóveda. Éxitos del “periodismo de guerra” y el “nado sincronizado de los medios”, que de tanto machacar con la cantinela de la grieta legitimó el odio como principio político.

        Esta batalla cultural entendida como enchastre vía fake news apoyada en la corrupción judicial (Lawfare) opera a nivel micro como forma de “gestionar” negativamente los vínculos institucionales, poniéndolos siempre bajo sospecha. De esta manera, construye asimetrías abismales entre el funcionamiento institucional y el origen contractual de las instituciones por donde derrapa la vida cotidiana de la población y con ella la propia legitimidad democrática. Y también percute sobre los vínculos interpersonales; ya que opera como constructor de otredades irreconciliables: la grieta es una forma negativa de relacionarnos con otres. El otre deja de ser un enemigo de un conflicto que transcurre en la esfera pública para convertirse en un enemigo personal (Souroujon, 2022). Eso no parece tener una tendencia a la reversión sino a acrecentarse. Las antropologías filosóficas contemporáneas intentan advertir de los peligroso de los, llamémosle, “micromundos autorreferenciales tecnologizados”, que ordenan las expectativas sociales dentro de un contexto en donde las subjetividades son una mercancía. Las actuales generaciones educadas a golpe de tik tok y fortnite, con valores globalizados y estereotipos inalcanzables no serían el maná de la renovación de la política precisamente; sino la expulsión de lo colectivo en lo común de la experiencia. Horas y horas diarias de tu atención entregadas a la generación de ingresos de tres corporaciones. ¿Qué puede salir mal?

         Las formas históricas de las representaciones políticas y los sistemas de liderazgo se hallan evidentemente trastocados en el pantano de la crisis de legitimidad institucional que ha producido la incapacidad de darle cauce a la vida social con demandas históricas y crecientes; es decir, de ponerle un freno a la ambición corporativa y sumar en tal caso a grandes empresarios para causas nacionales (causas, no negociados) y a acuerdos de desarrollo social sustentables. Un camino puede ser quejarse de los estilos de liderazgo y los modelos de organización, cuestión legitima y digámoslo, necesaria. Pero proponemos poner el foco en otro lado a partir de una pregunta: ¿es constatable una crisis de conceptos que posibiliten un centro de gravedad específico y exitoso para la acción política transformadora? ¿Se puede rastrear esto en una genealogía de los ciclos de protesta?

     Los ciclos de protesta cobran forma y se hacen efectivos a partir de la capacidad de dotar de un sentido estratégico que ordena las dinámicas de confrontación/ colaboración con el Estado hacia un objetivo, enmarcando la coyuntura en una perspectiva superadora. En ese sentido, el concepto de “marco” del Goffman más interaccionista simbólico, es pertinente porque introduce el sentido como práctica: acciones con sentido, encarnadas. Si miramos en retrospectiva el ciclo que va desde fines de los 90 y principios del 2000 vemos que tuvo varios conceptos, varias carnaduras, de fuentes diferentes que fueron contribuyendo a un paradigma de resistencia que convergió en una estrategia de acumulación de fuerzas capaz de asumir la disputa por el control del Estado. Estas ideas fuerza se combinan de distinta manera y grado según les actores políticos y con su propia historicidad. Acá vamos a hacer el esfuerzo por abstraerlas de su contexto y ponerlas al trasluz del presente.

       Mencionemos las principales ideas fuerza que configuraron el ciclo de protestas durante el ascenso del progresismo latinoamericano de finales de milenio:

         1- En primer plano poner la lucha contra el neoliberalismo: este fue el objetivo propuesto por Fidel Castro en 1993 en pleno proceso de revisión de errores cubano. Como forma de sortear las limitaciones en que presentaba mantener la bandera por el socialismo en un mundo posguerra fría. Nada indica que este enfoque haya perdido vigencia.

         2- Abandono del vanguardismo: surgido al calor de las experiencias de caracolización y sistematización en las primeras declaraciones de la selva de Lacandona (1994-1995) del Zapatismo, esta consigna implicó una revisión de prácticas políticas y formas organizativas asociadas a la idea leninista de vanguardia. Esto implicó la revalorización de los procesos asamblearios y comunitarios de fuerte impacto en las organizaciones de los 90. La consolidación de determinadas estructuras políticas congeló el desarrollo de estas formas organizativas.

          3- Abandono de la centralidad de la lucha por el control estatal: Una idea del autonomismo (Holloway, 2002) que retoma una paradoja marxista. Marx desarrolla en su prólogo a la Introducción general a la crítica de la economía política (1857) una teoría del cambio social que va, hegelianamente, de lo cuantitativo a lo cualitativo: una vez que el desarrollo de las fuerzas productivas sobrepasa las relaciones sociales de producción, deviene la transformación social. Este es un tema trillado, pero a partir de ello se deriva la concepción de que el germen del cambio está presente ya en la sociedad que lo antecede. La propuesta del autonomismo es producir futuro, es decir, lógicas sociales que hoy actúen bajo los parámetros de una nueva sociedad. Para comprenderlo un poco mejor: la economía social y solidaria no persigue producción de plusvalía, sino que tiene como eje la resolución colectiva de las necesidades.

       4- “El barrio es la nueva fábrica”: es una frase atribuida por Giles, (2000) a Germán Abdala en 1993, que sintetiza tanto el desdibujamiento de la sociedad salarial como la centralidad de la organización popular territorial. En la práctica, subraya el predominio de la lucha (prepolítica) por los recursos de subsistencia y la resolución colectiva de las problemáticas de reproducción cotidianas. En la actualidad, esta idea es el centro de los ataques del nuevo gobierno que equipara la organización territorial con organización delictiva.

            5- De lo local a lo nacional, de abajo hacia arriba: esta es una consigna que proviene de la experiencia de acumulación política de Partido dos Trabalhadores en su camino de 30 años hacia la presidencia del Brasil. Que implica dar disputa desde los niveles locales de gobierno, logrando creciente representatividad. De alguna manera es el mismo camino que hizo Macri y algunos sectores de la ultraderecha. Si la renovación organizacional es profunda quizás tenga nueva vigencia.

             6- Intersección “Glocal” de las luchas: este concepto de Hard y Negri (2002) que pone en tensión el impacto de la desigualdad en el mundo, proponiendo el anclaje en lo local (de lo micro a lo macro) de la resistencia para dar pie luego a la recu peración de lo nacional como significante. También pone de relieve el potencial de lo particular (lo situado diríamos ahora) como locomotora del proceso de movilización. La nueva guerra fría China, EE.UU. y las múltiples guerras abiertas, sumada a un cipayismo creciente hacen de este un tema complejo y central.

             7- La figura de “el piquete”: esta idea presupone la transferencia del centro de gravedad de la lucha capitalista de la producción hacia la distribución, bloqueando la circulación de productos, logrando de esta manera condicionar la reproducción del capital (concepto muy trabajado por el Colectivo Situaciones). La vigencia de esta táctica es evidente y es el objeto del protocolo de la Bullrich.

                8- La noción de contrahegemonía: es una propuesta de resistencia surgida al calor de la lucha europea contra la OMC (1990) que postulaba la necesidad de una comunicación popular, basada en la versatilidad de las nuevas tecnologías. Permitió escalar hacia la idea de “batalla cultural”, que ahora ha sido cooptada por la ultraderecha.

                9- La figura del “trabajador desocupado”: este es un oxímoron que se prueba eficiente en el resguardo de la centralidad de la lucha capital/trabajo como dinámica central (contradicción principal) en la sociedad. En algún punto los feminismos, la idea de interseccionalidad, la conciencia ambiental y régimen de desigualdades múltiples tensiona la necesidad de esa forma de centralidad.

 

Lo nuevo y lo viejo en la resistencia popular

 
          Estos conceptos jugaron un papel importante en el ciclo de protestas antineoliberales y posibilitaron una salida progresista para nuestro subcontinente a partir de los primeros años del siglo XXI. Si se nos permite intentar una simplificación, el pragmatismo cubano, el “autonomismo” italiano y los ADN de tradiciones políticas y sindicales de larga duración en Latinoamérica (MAS boliviano, PT brasileño, Peronismo argentino, Chavismo venezolano, FA uruguayo, etc.) son los tres componentes básicos que actuaron como vectores durante el ciclo de protestas de resistencia al neoliberalismo, configurando una estrategia de acumulación política que permitió el ascenso de los progresismos de inicios del 2000 en la región.
     Las preguntas que surgen son: ¿Siguen vigentes aún?, ¿qué nuevos conceptos son necesarios? y, sobre todo: ¿es posible la reconstrucción de representaciones políticas capaces de liderar conducentemente la movilización popular actual y futura sin conceptos gravitantes? ¿Cómo impacta la naturalización y uso corriente de las redes sociales tanto a nivel de gravitantes políticos como dinámicas intersubjetivas? y ¿cómo tensionan los saberes de organización popular? ¿Es posible oponer un modelo societario diferente dentro de los repertorios de politización contemporáneos?
       Estamos frente a un nuevo ciclo de protestas que nace como reacción popular frente al avance de concepciones sociales y políticas de descontrol de la ambición empresarial, la codicia y la violencia social (genérica, identitaria, de clase) naturalizada. Esta respuesta social carga con la problemática de la reconfiguración de las tradiciones organizativas, de los sistemas de liderazgo y de las ideas fuerza que fueron condición de posibilidad para la resistencia al neoliberalismo y triunfo de una oleada de gobiernos populares en nuestro continente. Los procesos de revisión, reinvención, reorganización y recuperación de la iniciativa no son evidentes ni automáticos, pero son necesarios.
       Los flancos débiles son al menos dos: las dinámicas de interacción pre-políticas y políticas (sistemas de liderazgo y representaciones por fuera de los medios de comunicación) y la organización comunitaria, debilitada por el ataque político de la derecha y por el desfinanciamiento estatal). A favor tenemos la alta movilización popular que es hoy por hoy un insumo fundamental para que un nuevo caldo de cultivo de lugar a un nuevo período de avance.
        La debilidad de los flancos es precedida de la propia confusión lograda como parte de la avanzada del conservadurismo radical que en cierto modo repite la estrategia discursiva de la oleada neoliberal de los 80: lo ineluctable del estado de situación. Esto dispara nuevos interrogantes; ¿La política del siglo XXI es prepolítica y ajena a la discusión programática? ¿O será que es parte de truco de magia hacernos creer que la recuperación de las emociones y el reconocimiento de aspectos no racionales en la analítica social debe abrazar el individualismo, el conformismo y el consumismo como horizontes de vida? El prestigio (la argucia en un acto de magia) es hacernos creer otra vez que son las empresas las que naturalmente ordenan la vida social, que el Estado es un lastre y que la representación política un delito. ¿A qué nos suena esta definición?
        Sin embargo, y pese a todo, aun cuando haya pasado el estupor, la dificultad de la construcción política va a seguir siendo central. Y necesariamente se tendrán que revisar las ideas fuerza sobre las que se construyen los consensos populares para acumular políticamente. No hay alternativas sin alternativas. Y parte de la madurez política requiere poner una oreja en el pueblo para escuchar que nuevas alternativas de reorganización son posibles.

                                                                       Referencias 

         

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1. Una versión preliminar de este texto fue publicada en “Lo nuevo y lo viejo en la resistencia popular” (Massetti, 2024) como artículo breve integrante de una serie de artículos (Massetti, 2021 a, 2021b, 2022ª, 2022b, 2023ª, 2023b y 2024) referidos a la “politización del odio”. Agradecemos particularmente a Ernesto Salas quien llevó esa serie de artículos a buen puerto.

 

Revista Desafíos del Desarrollo
ISSN 2796-9967